PARA QUE EL AVANCE DEL PAÍS SEA VERDADERAMENTE SUSTENTADO HAY QUE IR HACIÉNDOLO CON NORMALIDAD, CON EFECTIVIDAD Y CON MESURA
La realidad, en cualquier momento de que se trate, debe ser asumida como un desafío de naturalidad histórica, porque siempre va a ser movida por las circunstancias que se hayan acumulado y se sigan a acumulando en el curso del tiempo. El poder, en todas sus expresiones, es un factor determinante de efectos reales, pero no exclusivo al respecto, como los que lo ejercen circunstancialmente tienden a creer en forma obsesiva. Asumamos, pues, con todas sus consecuencias, el hecho de que el fenómeno real es previsiblemente cambiante, y que tal mutabilidad nos envuelve de modo inevitable. Pero esto no impide, sino que más bien motiva que nos comprometamos con la energía del proceso, poniendo lo que nos toca para que éste funcione como debe ser. Y nuestro aporte se debe concretar, como decimos en el título de esta columna, en tres conceptos prácticos: normalidad, efectividad y mesura. Le normalidad resulta de la aceptación de que somos gestores de experiencia acumulada; la efectividad es el propósito de acción que se funda en valoraciones efectivas de lo que se debe hacer y de lo que se puede hacer; y la mesura es la característica ordenadora de un método de trabajo que no responde a impulsos sino que se rige por análisis. En otras palabras, lo que en este momento hay que corregir y evitar en primer término en todo el ambiente nacional y en las diversas dimensiones del mismo es el apego desmesurado a la autocomplacencia y el ansia de control pleno que se ha intensificado en los últimos tiempos. Por fortuna, El Salvador se encuentra hoy en la primera línea de la observación internacional, y eso impide que las opacidades de cualquier tipo y origen hagan de las suyas, como antes ocurría. Jamás El Salvador había sido tan notorio como en las condiciones actuales; y esto, con todo lo incómodo que resulte, debe servirnos como mecanismo preventivo de cualquier desajuste estructural.