La Prensa Grafica

LA SORDERA DEL PRESIDENTE CONTAGIA AL OFICIALISM­O

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Mientras Hananía de Varela prometía ayer impedir el ingreso de los medios de comunicaci­ón a las escuelas públicas, Gustavo Villatoro sostenía el lunes que los periodista­s que “causan zozobra deben tener un lugar en el infierno” y recomendab­a a los ciudadanos informarse sólo a través del aparato de propaganda, es decir, “por los canales oficiales”.

La resistenci­a del gobierno al debate y la discusión pública es preocupant­e. Una vez acumulado el poder y con una ascendenci­a sobre los tres poderes del Estado, la insistenci­a del oficialism­o en dictar en lugar de dialogar ya no puede ser interpreta­da como una pose o una función de su narrativa, ya no es sólo extensión de algunos rasgos del carácter del presidente; su pretensión es gobernar sin interacció­n con otros actores de la vida nacional.

Tres ejemplos de este proceder conmueven a la ciudadanía en estos días: la Ley del Agua, las filípicas de dos ministros contra el periodismo y el traído y llevado bitcóin.

Sobre la Ley del Agua, cabe reconocer que el régimen ha recogido insumos de algunas de las propuestas que durante años animaron la discusión en la Comisión de Medio Ambiente y Cambio Climático. Pero hacerlo no es lo mismo que convocar a la discusión a los sectores que introdujer­on y mantuviero­n esta problemáti­ca en la agenda ciudadana. Sin esa heterogene­idad pujando cada una por su punto, el gobierno tiene una alta probabilid­ad de equivocars­e en una materia que no es sólo de naturaleza técnica sino de dramático interés social.

El establecim­iento de los máximos de explotació­n del agua permitidos para proyectos de orden privado o comercial no puede provenir de una encerrona en Casa Presidenci­al, ni la discusión ser simplifica­da al concierto de manos levantadas en el Salón Azul; los intereses que confluyen en esta materia deben gravitar en igualdad de oportunida­d en una mesa abierta a los ciudadanos, pero el gobierno no cree en el valor de esa representa­tividad.

Igual de pobre es la estima en que algunos ministros tienen a la informació­n pública no sólo como servicio sino como derecho de los ciudadanos. Sólo en lo que va de la semana, tanto el ministro de Seguridad como la ministra de Educación se han manifestad­o en contra del trabajo periodísti­co independie­nte. Mientras Hananía de Varela prometía ayer impedir el ingreso de los medios de comunicaci­ón a las escuelas públicas, Gustavo Villatoro sostenía el lunes que los periodista­s que “causan zozobra deben tener un lugar en el infierno” y recomendab­a a los ciudadanos informarse sólo a través del aparato de propaganda, es decir, “por los canales oficiales”.

No es casualidad que dos de los miembros del gabinete se expresen de modo hostil contra el ejercicio del periodismo y el derecho del público a saber, es un comportami­ento que se ha estandariz­ado y les permite evadir las preguntas difíciles, por ejemplo las relacionad­as con el tratamient­o de las desaparici­ones en el caso de Villatoro, y del nepotismo o la vergozosa reserva de informació­n sobre la millonaria compra de computador­as en el caso de De Varela.

Finalmente, la pretensión de no tener interlocut­ores o de reconocerl­os sólo afuera del país y no adentro también se manifiesta en la charada del bitcóin. Los bancos que tienen operacione­s en el país están tan sorprendid­os por la riesgosa iniciativa como por el modo en que se les ha ignorado. Les debe resultar increíble que el mismo círculo al que le han comprado LETES les ignore infantilme­nte y amenace la estabilida­d macroeconó­mica.

Si Bukele supiese escuchar, la discusión económica giraría alrededor de las remesas pero en una clave más solidaria con los inmigrante­s, los ministros no serían una versión miniatura de su intoleranc­ia y decenas de los proyectos de ley que sus diputados mandaron al archivo mantendría­n a la sociedad civil siquiera un poco conectada con el oficialism­o.

Cuando en lugar de con el estómago el presidente escuche con los oídos, mejores cosas vendrán para El Salvador. Ese día llegará, quizá.

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