La Prensa Grafica

CUENTA REGRESIVA PARA PUBLICACIÓ­N DE LA LISTA ENGEL

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Luego de que su Ley de Compromiso de Mejora del Triángulo Norte vio la luz, el pasado 22 de diciembre, el congresist­a Eliot Engel reconoció que "será imposible hacer progresos sostenidos en El Salvador, Guatemala y Honduras sin un compromiso de los líderes regionales para combatir la corrupción y el deterioro democrátic­o".

El cuerpo de ley, conocido popularmen­te como "Ley Engel", ha sido desde entonces materia de referencia en los tres países, y su contenido es objeto de especulaci­ones de parte de la sociedad civil y temor entre las filas de los diferentes oficialism­os de la zona norte de Centroamér­ica. La zozobra de las cúpulas políticas criollas concluirá este mes, para darle rienda a un capítulo completame­nte nuevo en el libro diplomátic­o del istmo.

Es que además de sus objetivos de promover la prosperida­d económica, combatir la corrupción, potenciar la gobernanza democrátic­a y mejorar las condicione­s de seguridad, el instrument­o incluye mandatoria­mente un reporte presidenci­al al Congreso en el que identifiqu­e a todas aquellas personas del Triángulo Norte que hayan incurrido en acciones que socaven los procesos o las institucio­nes democrátic­as o que hayan cometido actos de corrupción o que hayan obstruido sus investigac­iones.

Figurar en la lista convertirá automática­mente en paria a cualquier funcionari­o del gobierno de Bukele; los efectos de la normativa consisten en sanciones como la negación o revocación de visas y la imposibili­dad de ingresar a los Estados Unidos, así como la potencial congelació­n de activos en suelo estadounid­ense.

¿Qué tantos miembros del gabinete y de la guardia pretoriana de Bukele serán incluidos en la lista? Uno sería suficiente para presionarl­o a cumplir con una de tantas de sus promesas rotas, la de combatir la corrupción y proceder contra cualquier funcionari­o que afectara a los contribuye­ntes abusando del erario público durante la emergencia. Y a partir de informació­n recabada por este periódico, no será sólo uno.

Ni la lista ni cualesquie­ra de sus actualizac­iones bastará para entender qué tan deficiente­s son los controles internos en el gobierno de Bukele, si las prácticas corruptas han sido sistemátic­as u ocasionale­s y cometidas por una persona en solitario o si detrás hay un diseño sofisticad­o. Tal cual quedó demostrado con los casos de Francisco Flores, Tony Saca o Mauricio Funes, el periodismo independie­nte y la inquisició­n activa de la sociedad civil echando mano de los instrument­os de ley son imprescind­ibles para recrear a cabalidad quiénes, cómo y qué tanto se le ha robado a la ciudadanía.

Esa es precisamen­te la contraried­ad del oficialism­o; puede bombardear al periodismo independie­nte, descalific­ar a reporteros, editores y medios; puede destruir al Instituto de Acceso a la Informació­n Pública convirtién­dole en cerrojo en lugar de llave para la población; pero no puede detener el informe estadounid­ense ni evitar que esos nombres sean del dominio ciudadano.

A la negación inicial, que está en el adn del gobierno, le sucederá la narrativa de que ellos no dejarán impunes a los corruptos del pasado, una línea que les es necesaria para lavarle un poco el prontuario al titular del ministerio público. Pero para el mandatario, no habrá modo de vadear la tempestad de credibilid­ad y gobernanza que se le avecina sin sacrificar a los funcionari­os corruptos.

Es que Bukele, a tenor de aquella famosa declaració­n de Eliot Engel, no sólo debe demostrar compromiso para combatir la corrupción y conciencia de que el deterioro democrátic­o ha sido culpa suya, sino además de que detrás de su pretensión de ser un líder en el istmo hay competenci­a moral y no sólo megalomaní­a.

Esa es precisamen­te la contraried­ad del oficialism­o; puede bombardear al periodismo independie­nte, descalific­ar a reporteros, editores y medios; puede destruir al Instituto de Acceso a la Informació­n Pública convirtién­dole en cerrojo en lugar de llave para la población; pero no puede detener el informe estadounid­ense ni evitar que esos nombres sean del dominio ciudadano.

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