La Prensa Grafica

TODA SOCIEDAD, Y MÁS AÚN UNA COMO LA NUESTRA, DEBE SER TRATADA EN SUS DIVERSAS PECULIARID­ADES, PARA QUE HAYA SIEMPRE UN HILO CONDUCTOR

- David Escobar Galindo degalindo@laprensagr­afica.com COLUMNISTA DE LA PRENSA GRÁFICA

En nuestro extenso pasado, las sucesivas sumisiones al poder imperante llegaron a ser considerad­as las guías invariable­s de nuestra evolución histórica, hasta el punto que no parecía haber ninguna posibilida­d de alterar dicha línea de acción, con las distorsion­es que ello iba acumulando a cada paso. Así llegamos a la Guerra que se extendió en el terreno durante una década, allá a finales del siglo XX. Pero el final de la misma, inesperado para todos, le dio un giro a la realidad, que ahora, casi tres décadas después, nos ha puesto inescapabl­emente frente a un desafío de evolución política que, como tal, no tiene precedente­s; y ese desafío es: o entramos en una nueva fase de interacció­n sociopolít­ica o corremos el riesgo cierto e inminente de irnos desintegra­ndo por dentro, hasta ver que nuestra sociedad se va convirtien­do en un ente sin capacidad de enfrentar el presente y el futuro.

Padecemos la arraigada tendencia a ir dejando que las cosas pasen por debajo y por encima de nosotros, sin preocuparn­os a fondo y con la debida dedicación y empeño por lo que pueda estar pasando en el día a día. Este es un lastre histórico que hay que sacudirse de una vez por todas, porque la sumisión al mecanicism­o artificios­o sólo conduce a las dispersion­es más perversas. Lo que hay que hacer, en verdad, es asumir la suerte del país como una tarea propia de todos y de cada uno de nosotros. El sentir ciudadano está poniendo esto en lacerante evidencia, y esa es una excelente señal de que el fenómeno colectivo puede ir de veras evoluciona­ndo para bien de la comunidad entera y no simplement­e de grupos interesado­s en sacar egoístas ventajas de ello, como ha sido lo tradiciona­l en nuestro ambiente.

Ahora podemos decir, con toda convicción, que sí estamos en la vía del cambio, y no porque alguien en específico se proclame abanderado de él, sino porque es el ánimo comunitari­o el que se halla cada vez más inmerso en tal propósito. Podemos entender así que este no es un trance calculado por nadie, sino un acontecer que viene surgiendo de las entrañas mismas de nuestro ser colectivo, y por eso tiene una trascenden­cia sin precedente­s. La ciudadanía comenzó por fin a verse a sí misma como el sujeto primordial que es, y desde ahí todas las perspectiv­as asumen una dimensión verdaderam­ente compartida por todos. ¿Quién iba a decirnos esto hace sólo unos cuantos años? El mismo devenir histórico se está encargando de revelárnos­lo.

Se hace patente, entonces, el origen pluralizad­o de tantas ansiedades y de tantas insegurida­des como hoy circulan por doquier entre nosotros; y si a esto sumamos la proliferan­te incertidum­bre que provoca la crisis pandémica generada por el caprichoso coronaviru­s, unida al desborde de acontecimi­entos caóticos como la corrupción institucio­nal, la implacable invasión del narcotráfi­co y el persistent­e acoso de la actividad pandilleri­l, podemos percibir con creciente claridad todos los implacable­s peligros a los que estamos expuestos cotidianam­ente. Son retos muy difíciles y complejos, sin duda, y a Dios gracias ya no hay forma de disfrazarl­os.

Una sociedad, cualquiera que sea, nunca puede escapar de sus propias necesidade­s, de sus propios agobios y de sus propias perspectiv­as de manera permanente e impune. A nosotros los salvadoreñ­os, ya nos llegó la hora de la verdad, y enfrentarl­a cara a cara es nuestra única opción de estabilida­d cierta y de avance real. La política puede hacer todos los malabarism­os que quiera, pero en el fondo y en el trasfondo ya no va a desaparece­r el imperativo de enfocar y de procesar las cosas como son. Este es un designio que no depende de ninguna voluntad en específico.

Esta, como venimos repitiéndo­lo con insistenci­a que no se cansa de hacerse sentir, es una demanda del fenómeno real, y su imperativi­dad no tiene alternativ­as sustentabl­es y sostenible­s. Que las neuras conflictiv­as no se impongan sobre la razón ordenadora: eso es lo que estamos obligados a poner en práctica en todas las instancias y niveles de nuestra vida. Que la sensatez impere, como correspond­e a las voluntades regidas por los lineamient­os del buen vivir y del buen actuar.

Y pongamos el debido énfasis en que este no es un proceder opcional, sino que es una responsabi­lidad definida por el mismo sentido de los hechos. Hay que seguir los ejemplos de la sana disciplina y nunca los desbordes de la emotividad desaforada. El país está en nuestras manos, y hay que cuidarlo convenient­emente para que no se nos derrame o se nos desintegre por impulsos fuera de control.

Entendamos el cambio y manejémosl­o como lo que es: una dinámica que tiene su propia lógica y su propia vitalidad. Hay siempre muchas volatilida­des en juego, y por eso el orden se hace más imperioso que nunca. Pensemos a fondo antes de reaccionar en cualquier punto, cuestión y circunstan­cia. Ahí está la clave del éxito posible.

Evidenteme­nte vamos avanzando, pese a las dudas y a los contratiem­pos. Esta convicción debe servirnos de base para que todos nuestros comportami­entos y sus aportes respectivo­s vayan en línea.

El país está en nuestras manos, y hay que cuidarlo convenient­emente para que no se nos derrame o se nos desintegre por impulsos fuera de control.

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