La Prensa Grafica

EXCLUSIÓN DE LA BANCA INTERNACIO­NAL A CAMBIO DE NADA

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Si al inicio del año, la decisión del ex superinten­dente financiero y hoy ministro de Seguridad, Gustavo Villatoro, en el sentido de impedir que los bancos cierren las cuentas de lavadores de dinero, presuntos o acusados formalment­e, incomodó a muchos círculos en Estados Unidos, la puerta abierta por el bitcóin sólo puede agravar las preocupaci­ones acerca de la fragilidad nacional ante grupos criminales de gran calado.

Desde hace algunos meses, el gobierno de Bukele se declaró militante de la inclusión financiera, un concepto con el cual pretende estimular la economía facilitand­o el uso de productos y servicios financiero­s a los sectores productivo­s de renta baja. Apenas 3 de cada 10 salvadoreñ­os tienen acceso a los servicios bancarios, según diversos estudios, una realidad relacionad­a con la precaria cultura de ahorro de la población y con la informalid­ad en la que se mueve un enorme sector del comercio y de la prestación de servicios.

Siendo generoso con el régimen, la precipitad­a inclusión del bitcóin como opción para los salvadoreñ­os y como obligación para los agentes económicos forma parte de un rol de iniciativa­s que abonaría a la inclusión financiera y cuya autoría no es sólo de este gobierno. La Ley para Facilitar la Inclusión Financiera, que simplificó los trámites para que una persona natural abra una cuenta de ahorros, fue aprobada en 2015 con notable suceso según han reportado los bancos que brindan servicio en El Salvador.

Pero el enfoque que ha llevado finalmente a Bukele a estresar la economía nacional queriendo hacer pasar como moneda un activo tan volátil como el bitcóin, y cuyos efectos pueden ser catastrófi­cos para la liquidez que los ciudadanos necesitan en su cotidianid­ad así como para la operación de todo el sector importador y exportador, no debe ser así de simplista y primitivo. En primer lugar, porque detrás de todas estas medidas debería identifica­rse un evidente beneficio para la población, y no es el caso. En la lectura que el oficialism­o hace de la plataforma digital para recibir dinero, ya sea provenient­e del mismo erario público o bien vía remesas, hay más bien un concepto pernicioso. No se está cultivando ni incentivan­do cultura del ahorro ni tampoco enfatizand­o que los sectores excluidos por su informalid­ad accedan a crédito o a otros servicios. Lo único de lo que se habla es de que consuman.

El dinero de las remesas se ha dilapidado en consumo en un porcentaje del 83 por ciento, según los mismos datos oficiales. Apenas un 3 por ciento va dirigido al ahorro y un 6 por ciento a la educación. Curiosamen­te, al gobierno de Bukele esto no le parece un problema y, al contrario, está comprometi­endo 75 millones de dólares de las golpeadas cuentas del Estado para que los ciudadanos lo quemen en consumo, con el agravante de que no se quedarán circulando en la economía local, sino convertido­s en una especie irregular mientras ese efectivo se va a otra parte.

Por presión de los organismos internacio­nales multilater­ales, reforma fiscal y disparo del gasto público, lo idóneo sería formalizar a los sectores productivo­s que continúan esquivando los controles del Estado. Por comprensió­n de cómo funcionan esos mismos sectores, el gobierno debe preocupars­e por que haya circulante monetario.

Y además, para proteger al país del crimen internacio­nal, que acecha en la zona queriendo lavar sus activos provenient­es del tráfico de droga, armas, personas y órganos, Bukele tendría que blindar nuestra economía, y no todo lo contrario.

Si al inicio del año, la decisión del ex superinten­dente financiero y hoy ministro de Seguridad, Gustavo Villatoro, en el sentido de impedir que los bancos cierren las cuentas de lavadores de dinero, presuntos o acusados formalment­e, incomodó a muchos círculos en Estados Unidos, la puerta abierta por el bitcóin sólo puede agravar las preocupaci­ones acerca de la fragilidad nacional ante grupos criminales de gran calado.

En 2016, el gobierno de Sánchez Cerén vetó una propuesta que iba a proveer de necesaria independen­cia a la Unidad de Investigac­ión Financiera (UIF) ante influencia­s externas; si aquello levantó suspicacia­s, todo lo que se escucha y entiende del proyecto de criptomone­tizar El Salvador indica que en lugar de inclusión, lo que se está propiciand­o es la exclusión nacional como opción para la banca mundial, y los consiguien­tes problemas para una población que todavía no entiende el riesgo sobre el que camina.

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