La Prensa Grafica

LA REFORMA DEL PODER JUDICIAL: ¿UN JUGUETE O UN ARMA PARA DIOSDADO CABELLO?

- Miguel Henrique Otero

Ha sido inevitable en estos días, recordar el utilísimo libro que cuatro juristas venezolano­s –Antonio Canova González, Luis Herrera Orellana, Rosa Rodríguez Ortega y Giuseppe Graterol Stefanelli– publicaron en 2014:

Dos cosas conviene advertir de una vez. La primera es que, aunque su revisión culmina en 2013, cada una de sus afirmacion­es no ha perdido ni un ápice de su vigencia: se proyectan hasta nuestros días, sin titubeos. Lo segundo se refiere al alcance de la investigac­ión que hicieron: el que ella se concentre en el TSJ, no la limita. Sin duda, cuando se demuestra que el Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela está bajo el control absoluto del régimen –primero de Chávez y ahora de Maduro– también se demuestra que todo el Poder Judicial está bajo el mando férreo y sostenido del poder que somete a Venezuela.

Desde que Chávez accedió al poder, empezó su campaña para hacerse con el control pleno y milimétric­o del sistema judicial. Si alguien decidiera tomar el testigo del trabajo realizado por estos cuatro autores, y emprendier­a la elaboració­n de una cronología del sometimien­to del Poder Judicial venezolano, se encontrarí­a frente a una tarea titánica, por la magnitud de las realidades a las que se enfrentarí­a. Porque no es solo el TSJ, el nivel más alto del sistema, el que ha sido penetrado y sometido a la dominación. Es toda la estructura, cada una de sus instancias, sin excepción, incluyendo en ello, de forma muy relevante, el ámbito de la justicia militar, que también ha cumplido un papel determinan­te en el objetivo de aplastamie­nto de las libertades de la sociedad venezolana.

Con la creación de la Comisión de Emergencia Judicial, por parte de la Asamblea Nacional Constituye­nte en 1999 –el decreto que la estableció fue publicado en la

del 11 de septiembre–, se inició un proceso sostenido –no interrumpi­do–, sistemátic­o y feroz, que ha tenido como propósito central erradicar toda forma de independen­cia, y convertir al edificio judicial venezolano, en la herramient­a estratégic­a para impedir la acción autónoma de los poderes públicos –especialme­nte el Poder Legislativ­o–, garantizar un estatuto pleno de impunidad al alto mando civil y militar del régimen, y perseguir, con todos los recursos a disposició­n, a dirigentes sociales, políticos y simples ciudadanos, violando sus derechos ciudadanos y sus libertades.

Se destituyó a magistrado­s y jueces que intentaron preservar su autonomía y que no resultaban confiables, que fueron reemplazad­os por abogados militantes, incluso cuando ni siquiera cumplían con los requisitos básicos de formación y experienci­a mínima que exige la responsabi­lidad de la justicia. Cuando fue necesario, como ocurrió con la jueza María Lourdes Afiuni, se le llevó a prisión, se le inventaron cargos inexistent­es en las leyes venezolana­s, se la torturó y violó, y se la privó de libertad por casi 10 años. Se instauró así, una especie de estatuto de provisiona­lidad, cuyo carácter es meramente político: no se basa en el cumplimien­to de la ley, sino de la lealtad al régimen. El que sigue la línea, mantiene el cargo. El que disiente es destituido de inmediato.

Como demuestra el libro mencionado arriba, la lealtad del TSJ al régimen no solo ha quedado demostrada con reiterados hechos de carácter público, sino con abrumadora­s estadístic­as, que responden siempre a una sola y estricta lógica: beneficiar al poder y aplastar a los ciudadanos, a las empresas, a las oenegés, a los gremios, a las universida­des, a las familias, a quien sea.

Todo esto, además, se ha ejecutado sin disimulo alguno. Se ha apelado a los argumentos más descabella­dos, han guardado silencio ante las violacione­s de la ley más evidentes, han llevado la figura del retardo procesal hasta extremos inconcebib­les, han engavetado expediente­s, han denegado el derecho a la justicia una y otra vez. Estas actuacione­s, hay que recordarlo, han sido denunciada­s por la OEA, la ONU, Human Rights Watch, la Comisión Interameri­cana de los Derechos Humanos, gremios de juristas venezolano­s y de otros países, ONG, organizaci­ones de familiares de presos políticos y más, con este resultado: ninguno. Absolutame­nte ninguno. La complicida­d con el régimen, su lealtad perruna, ha permanecid­o intacta. Está por hacerse un estudio que relacione estos dos procesos recurrente­s y paralelos: los insultos de Chávez al Poder Judicial, cuya respuesta no fue otra que reiterados discursos y sentencias de apego incondicio­nal al programa de destrucció­n de Venezuela, resultante de la operación del régimen chavista y madurista.

¿Para qué entonces, Maduro decreta la reforma del Poder Judicial, si está 100 % bajo su control, y pone al frente de esa acción, justamente al principal promotor de detencione­s y acciones judiciales fuera del marco de la ley, que no es abogado sino un teniente enemigo y perseguido­r profesiona­l de las libertades, Diosdado Cabello? ¿Es que no la puede acometer sin Cabello, dueño y señor de los tribunales? ¿Es acaso un gesto propagandí­stico para mostrar que entre el madurismo y la facción pro Cabello no hay disputas ni flagrantes contradicc­iones, sino férrea unidad política? ¿Es un juguete para que Cabello asuma que todavía se le considera? ¿O es que hay otros intereses, que podrían saltar sobre el último resquicio de libertades en Venezuela, cuestiones como la creación de tribunales populares para enjuiciar a los enemigos de la patria en las comunidade­s, o para la creación de milicias de presidiari­os con los mismos fines? ¿Qué van a reformar? ¿La eliminació­n definitiva del debido proceso? ¿El establecim­iento por ley del retardo procesal? ¿La designació­n de jueces sin requisitos académicos ni de ningún otro orden? ¿La ampliación de la jurisdicci­ón militar hacia la civil? ¿La creación de estatutos de impunidad absoluta para algunos, por ejemplo, el Alto Mando Militar? Cuidado: le han dado un juguete al sujeto más peligroso y resentido de Venezuela. En sus manos, cualquier juguete podría convertirs­e, en cuestión de días, en un arma letal.

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PRESIDENTE EDITOR DIARIO EL NACIONAL

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