La Prensa Grafica

CRIPTOMONE­DAS Y LENGUAJE CRÍPTICO

- Federico Hernández Aguilar

Finalmente, con la inconsulta irrupción del bitcóin en nuestras vidas, los salvadoreñ­os hemos arribado al fascinante mundo del surrealism­o económico. Si hasta el anuncio de un cambio abrupto de nuestro sistema monetario se ofreció a extranjero­s en un show en vivo y con nuestro presidente hablando en inglés, ya nada debería extrañarno­s.

El Salvador está en boca del mundo entero y no precisamen­te como ejemplo de previsión, competenci­a técnica y madurez democrátic­a. Nos estamos convirtien­do en el experiment­o que todos ven con curiosidad, en lugar de ser el paradigma con el que todos quieren compararse. Causamos asombro, perplejida­d, interés didáctico. Somos la lagartija que está pariendo sapos.

Hoy, en nuestro país, las leyes escritas (sin importar lo que su letra diga) solo obtienen su versión definitiva cuando pasan por el filtro lingüístic­o del presidente de la República. Gracias a eso, y a la surrealist­a cadena de radio y televisión del 24 de junio, ahora sabemos que aquí una moneda puede ser “aceptada pero no recibida”. Juro que casi pude escuchar carcajadas allende los mares.

Semejante malabarism­o retórico es tan osado –¿será porque se ha adelantado a su época?–, que los académicos del idioma castellano han guardado sepulcral y piadoso silencio, pues la evidencia empírica sigue dictando al sentido común la imposibili­dad humana de aceptar algo que no se tiene ninguna voluntad de recibir, del mismo modo que resulta incongruen­te recibir algo que previament­e se ha rechazado.

Es posible, sin embargo, que sin darnos cuenta hayamos arribado a un moderno tipo de autoritari­smo en el que los gobernante­s ya no solo deciden sobre cuestiones políticas, sociales y económicas, sino que se ponen por encima de cualquier orden semántico y determinan desde su infinita sabiduría qué significad­o deben tener las palabras, para beneficio de sus gobernados.

¿Y por qué no? En el país del queso “duro blandito”, de la calle “sexta décima” y de la “infidelida­d responsabl­e”, dotar a la ciudadanía de facultades para “aceptar sin recibir” talvez solo sea producto de nuestra extraordin­aria forma de torcer el idioma para precisar algo cuya definición nos abruma. En virtud de esta nueva forma de liberar la imaginació­n de todos, poco tardarán los esposos en

El Salvador para abandonar sus hogares porque “aceptaron” pero jamás “recibieron” a sus cónyuges, o usuarios del sistema bancario que “reconocier­on” pero nunca “validaron” las deudas acumuladas en sus tarjetas de crédito, o diputados que “otorgaron” pero no “regalaron” dinero público a parientes incrustado­s en organizaci­ones ficticias.

Lo más seguro, empero, es que los salvadoreñ­os estemos en manos de un gobierno incapaz de admitir sus errores. El artículo 7 de la Ley Bitcóin es clarísimo y no admite lecturas alternativ­as. Si nadie está obligado a recibir criptomone­das, un artículo que únicamente plantea esa obligatori­edad es, de suyo, inútil. ¿Qué está haciendo entonces en la normativa? ¿Por qué hacer malabares idiomático­s para hacernos creer que un solo artículo, justo el que nos quita la libertad de decidir, es al que menos atención deberíamos prestar? La “explicació­n”, sin explicar nada, es muy efectiva enredándol­o todo.

“Algo huele a podrido en Dinamarca”, dice Shakespear­e en una de sus obras inmortales. En El Salvador también. Pero aquí ni el talento de Shakespear­e le serviría a nuestro presidente para sacarlo del hoyo discursivo en el que se ha metido.

Hoy, en nuestro país, las leyes escritas (sin importar lo que su letra diga) solo obtienen su versión definitiva cuando pasan por el filtro lingüístic­o del presidente.

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ESCRITOR Y COLUMNISTA DE LA PRENSA GRÁFICA

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