UNA VERDAD Y UNA MENTIRA A PROPÓSITO DE LA LISTA ENGEL
Para decirlo rápido, Bukele mintió el lunes en la noche al sostener que LA PRENSA GRÁFICA ya tenía la lista Engel. Aun cuando le achacó esa “revelación” al vox pópuli periodístico, se permitió de inmediato toda una elucubración para descalificar el eventual contenido de ese documento.
En un párrafo en su red social, el presidente de la República sostuvo una gran verdad y se permitió una incomprensible mentira.
Para decirlo rápido, Bukele mintió el lunes en la noche al sostener que LA PRENSA GRÁFICA ya tenía la lista Engel. Aun cuando le achacó esa “revelación” al vox pópuli periodístico, se permitió de inmediato toda una elucubración para descalificar el eventual contenido de ese documento.
Que la minicolección de corruptos que el Departamento de Estado estadounidense publicitará en las próximas horas tenga así de nervioso al mandatario es comprensible; la presencia de siquiera uno de los actuales miembros de su gabinete lo obligará a flexibilizar un poco su narrativa, según la cual la única corrupción que hubo en el país fue la de los gobiernos de ARENA y del FMLN. Curiosamente, en lugar de entender la oportunidad que la coyuntura ofrece para que el oficialismo valide su promesa de combatir a la corrupción –sí, un juramento que incluyó una CICIES, una administración de justicia independiente y otras ofertas rotas–, Bukele ya dejó entrever cuál será su argumento frente a la lista: conspiración e intervencionismo.
Y ahí es donde el mandatario sí dijo una verdad meridiana en su comunicación social de esa noche: con estas acciones, además de combatir la corrupción, dijo que el gobierno de Estados Unidos busca “influir en la política”.
La crisis humanitaria en la frontera estadounidense creció durante la pandemia, y uno de sus principales motores es la insatisfacción de la población del Triángulo Norte, que no ve resueltas sus necesidades en materia social, de seguridad y desarrollo humano. Por supuesto, en el caso salvadoreño esta problemática atiende a las taras en la confección misma del Estado y a lo insuficiente de la institucionalidad democrática construida tras los Acuerdos de Paz.
Aunque las soluciones a la marginalidad y a la exclusión no sean monopolio de la esfera política y aunque desde la sociedad civil debe realizarse el esfuerzo más importante para visibilizar esos retos y no quitar el dedo del renglón de la desigualdad, es imposible soslayar la responsabilidad gubernamental. Sin la operación del aparato del Estado actuando como una orquesta a favor de la población más vulnerable, poniendo la atención a los ciudadanos de menor renta y a los sectores marginales en el corazón de la gestión pública, será imposible contener el flujo migratorio. Y si ese gobierno no sólo se ve abrumado ante el escenario sino que sufre de prácticas corruptas en alguna de sus carteras, entonces pasa lo que ha pasado con El Salvador durante décadas y en lugar de atender al fenómeno se pretende hacer negocio con el dinero que los ilegales envían si es que llegan a puerto.
En conclusión, si por “influir en la política” se entiende que haya un interés en garantizarle al país funcionarios honestos, sin duda alguna que a Estados Unidos lo mueve influir en la política cuscatleca. Pero comprendido de esa manera, ese mismo interés es el que mueve a la mayoría de salvadoreños. Que un gobierno amigo o enemigo del nuestro coincida con la nación salvadoreña en ese anhelo, el de limpiar la clase política y transparentar la administración de los recursos públicos, no debería desvelar a Bukele. Lo que debería quitarle el sueño es saber cuántos de sus consejeros y de quienes se sientan en su círculo de confianza merecen despido y apertura de expediente por corrupción.
Pronto lo sabrá.