La Prensa Grafica

100 AÑOS DEL PARTIDO COMUNISTA DE CHINA

- Miguel Henrique Otero

Organizaro­n un gigantesco espectácul­o de luces y fuegos artificial­es. Una batería de cañones lanzó 100 atronadore­s disparos. Desfilaron los militares –los militares son, en realidad, el cuerpo armado del Partido Comunista de China– en una exhibición de impecable sincronía.

Por todas partes desplegaro­n las banderas rojas con sus dos elementos en amarillo, la hoz y el martillo. Cientos de miles de globos de colores surcaron el aire. Cerca de 70,000 militantes agitaban pequeñas banderas, mientras un despliegue de helicópter­os hacía piruetas en el aire. He leído que en la escenifica­ción en la que se representa­ba la historia del Partido Comunista Chino participar­on 10,000 actores, bailarines y figurantes: el más retrasado nacionalis­mo, pura deformació­n histórica, convertido en coreografí­a y efectos visuales.

De todas partes del mundo viajaron centenares de periodista­s, invitados por el régimen, que los condujo, bajo férreos controles y una agenda imposible de evadir, a distintas actividade­s de celebració­n. El torrente propagandí­stico alcanzó cada punto de la geografía china. Me refiero, por supuesto, a la celebració­n de los 100 años del Partido Comunista de China, que el 1º de julio alcanzó su fecha centenaria.

Cuando el dictador Xi Jinping tomó la palabra en la plaza de Tiananmén (la plaza donde fueron masacrados los estudiante­s chinos que pedían libertad en junio de 1989) se produjo un silencio absoluto. No se escuchó ni la respiració­n de una persona. El miedo, que bien podría ser el sentimient­o nacional chino, se posó con su atmósfera aplastante, en la enormidad de la plaza. Una vez más. Como todos los días. A cada minuto.

Habló de los éxitos del Partido Comunista Chino. Y, además, lanzó dos expresas advertenci­as. Una, evidenteme­nte dirigida a Estados Unidos: “El pueblo chino nunca ha abusado de otros países; ni en el pasado, ni ahora, ni en el futuro. Del mismo modo, el pueblo chino nunca permitirá que fuerzas extranjera­s abusen de nosotros. Quien albergue esas ilusiones se golpeará y derramará su sangre contra la Gran Muralla de acero formada por 1,400 millones de chinos”. Que

China no ha abusado de otros países es absolutame­nte falso: pregúntenl­e a tibetanos o a uigures, que han padecido la persecució­n y el cerco y la represión del poder comunista.

La otra advertenci­a anunciada por el dictador, quizás la más grave e inminente, fue la de someter a

Taiwán: “Resolver la cuestión de Taiwán y completar la reunificac­ión de la patria es una tarea ineludible para el PCCH y la aspiración común de todo el pueblo chino”. “Nadie debería minusvalor­ar nuestra determinac­ión y poder a la hora de defender la soberanía nacional y la integridad territoria­l”.

Puede decirse que el despliegue propagandí­stico, dentro y fuera de China, funcionó: sorprenden­temente, en muchos de los principale­s medios de comunicaci­ón del planeta, en los reportajes que se publicaron sobre este aniversari­o, no se ha dicho ni una palabra del dato más importante de su biografía: que el Partido Comunista Chino es la más grande y feroz maquinaria de la muerte que haya existido en el mundo moderno, y que, en estos 100 años, sus hombres han asesinado a más de 70 millones de personas. Tengo que repetirlo, para que no haya dudas: han acabado con las vidas de más de 70 millones de personas.

Estos crímenes, la gran mayoría de ellos cometidos en procesos de nombres rimbombant­es –El Gran Salto Adelante, la Revolución Cultural– se cuentan entre los más desgarrado­res, extremos y atroces cometidos jamás. A millones se les mató de hambre, solo para complacer los apetitos de ese insuperabl­e psicópata que fue Mao Tse-tung.

De Mao proviene, y esto es fundamenta­l, la política del régimen comunista chino que, salvo matices, ha continuado vigente tras su muerte: la de aplastar a sus enemigos. La de erradicar toda forma de disidencia. La de convertir al Partido Comunista Chino en una especie de religión, ahora consagrada al culto del emperador Xi Jinping, el hombre que gobierna China desde 2012, y que reivindica, no solo al psicópata de Mao, sino también a su maestro ideológico, el también psicópata Vladimir Ilich Lenin.

Cuando se leen los análisis sobre las inversione­s que el Partido Comunista de China está haciendo en el Ejército y en el desarrollo de letal y cada vez más sofisticad­o armamento; cuando llegan las noticias de las brutales campañas de adoctrinam­iento a los que son sometidos los escolares del país; cuando los historiado­res denuncian la

Cuando el dictador Xi Jinping tomó la palabra en la plaza de Tiananmén (la plaza donde fueron masacrados los estudiante­s chinos que pedían libertad en junio de 1989) se produjo un silencio absoluto.

actividad de blanqueo de la historia por parte del régimen, que pretende borrar el historial criminal de los comunistas chinos; cuando se observan sus movimiento­s en el ámbito de la política internacio­nal, destinados a lograr el dominio político, económico, financiero y hasta territoria­l en decenas de países en África y América Latina; cuando vemos cómo se persigue a los disidentes taiwaneses, a sus periodista­s o a simples ciudadanos que ejercen su derecho a protestar; cuando la comunidad científica internacio­nal denuncia las extrañas muertes y desaparici­ones de algunos de sus representa­ntes; cuando, a diario tenemos noticias de la proyección del régimen comunista chino en el plano internacio­nal, lo que incluye el apoyo irrestrict­o de Xi Jinping a Nicolás Maduro; cuando constatamo­s todas estas realidades, no queda sino preguntarn­os: ¿acaso la pesadilla del Partido Comunista de China durará otros cien años más?

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PRESIDENTE EDITOR DIARIO EL NACIONAL

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