ESTRUCTURAS DESINTEGRADAS
Desde hace décadas el país viene retrocediendo en la mayor parte de indicadores económicos y sociales debido a que hemos sufrido los efectos de tener una sociedad desintegrada en la que los liderazgos políticos, empresariales y sociales no logran trabajar para llegar a tener entendimientos básicos para consensuar una visión de la ruta que debemos seguir para desarrollarnos e insertarnos en un mundo cada vez más competitivo. La ausencia de una visión compartida provoca la improvisación y la dilapidación de cuantiosos recursos en planes que se cambian en cada gestión gubernamental.
Desde los años ochenta hemos sufrido una dramática transformación de las estructuras económicas y sociales que han hecho perder competitividad y capacidad para atraer y estimular inversiones locales y extranjeras, y retener el talento que se necesita para desarrollar emprendimientos que vayan generando un mayor dinamismo en la actividad económica y elevar nuestros niveles de productividad. Estas transformaciones se iniciaron con las desafortunadas reformas estructurales que se hicieron en los inicios de los ochenta pensando que eran necesarias para contener los conflictos sociales que nos llevaron a la guerra, y continuaron con la creciente polarización política y confrontación de las autoridades gubernamentales con los sectores que representaban las nuevas clases empresariales que vinieron surgiendo después de haberse superado el conflicto armado.
Como consecuencia de estas circunstancias, empresas emblemáticas de las épocas en que tuvimos mayor estabilidad y crecimiento económico se vendieron a corporaciones multinacionales, y los pocos grupos empresariales que tuvieron capacidad de reconvertirse se dedicaron a los servicios y bienes raíces por ser negocios que ofrecían mayor seguridad y rentabilidad a corto plazo. Lo mismo pasó con los bancos; después de haber sido reprivatizados con un esquema que en teoría buscaba ampliar la propiedad promoviendo y facilitando la venta a todo tipo de inversionistas, menos de 20 años después los nuevos propietarios los vendieron a corporaciones financieras internacionales.
El país se desintegró económica y socialmente. Las clases más acomodadas vendieron sus empresas o se reinventaron dedicándose a negocios de bajo riesgo, y muchos decidieron hacer inversiones y manejar la mayor parte de sus capitales fuera del país. Los más pobres y segmentos cada vez más grandes de clase media, al percatarse de que no tenían oportunidades para desarrollarse y prosperar en el país, decidieron emigrar. Esto nos llevó a que se continuaran profundizando los niveles de malestar y frustración social, creando las condiciones para que en las últimas elecciones la ciudadanía decidiera que también era necesario romper las estructuras políticas con las que se había venido conduciendo y administrando el Estado desde que decidimos que el sistema democrático era lo que el país necesitaba para asegurar que, a través de la apertura, y mediante un mayor control ciudadano, la cosa pública se administrara buscando el bien de la mayoría, y de esa manera se aseguraran mejores niveles de bienestar, estabilidad y seguridad.
Se desintegraron todas nuestras estructuras económicas, sociales y políticas tradicionales y las nuevas fuerzas políticas que están conduciendo el Estado desde hace más de dos años han venido mostrando tales niveles de mediocridad y de torpeza para relacionarse y tomar todo tipo de decisiones que están perdiendo la oportunidad y legitimidad para convocar a nuevos representantes de todos los sectores de la sociedad para analizar la situación del país, estudiar las oportunidades, trazar una nueva ruta de desarrollo y hacer planes realistas para enfrentar responsablemente nuestros problemas más acuciantes. La esperanza es que la realidad que estamos enfrentando y que tiende a hacerse más compleja y a tener mayores niveles de dificultad para encontrar soluciones y sólidos apoyos haga reaccionar a nuestras autoridades, los haga encontrar las mejores vías para buscar entendimientos, y se rectifique para conducir el país con los niveles de responsabilidad que se necesita cuando los problemas no se pueden ocultar con propaganda.
El país tiene una gran capacidad de resiliencia. Ha quedado de manifiesto cuando nos ha tocado enfrentar situaciones altamente complejas. Las últimas nos llevaron a sufrir una guerra que pudimos resolver cuando la madurez se impuso a la insensatez.
Las nuevas fuerzas políticas que están conduciendo el Estado han venido mostrando tales niveles de mediocridad que están perdiendo la oportunidad para convocar a nuevos representantes de todos los sectores de la sociedad para analizar la situación del país.