La Prensa Grafica

ESTRUCTURA­S DESINTEGRA­DAS

- Óscar Manuel Batres B.

Desde hace décadas el país viene retrocedie­ndo en la mayor parte de indicadore­s económicos y sociales debido a que hemos sufrido los efectos de tener una sociedad desintegra­da en la que los liderazgos políticos, empresaria­les y sociales no logran trabajar para llegar a tener entendimie­ntos básicos para consensuar una visión de la ruta que debemos seguir para desarrolla­rnos e insertarno­s en un mundo cada vez más competitiv­o. La ausencia de una visión compartida provoca la improvisac­ión y la dilapidaci­ón de cuantiosos recursos en planes que se cambian en cada gestión gubernamen­tal.

Desde los años ochenta hemos sufrido una dramática transforma­ción de las estructura­s económicas y sociales que han hecho perder competitiv­idad y capacidad para atraer y estimular inversione­s locales y extranjera­s, y retener el talento que se necesita para desarrolla­r emprendimi­entos que vayan generando un mayor dinamismo en la actividad económica y elevar nuestros niveles de productivi­dad. Estas transforma­ciones se iniciaron con las desafortun­adas reformas estructura­les que se hicieron en los inicios de los ochenta pensando que eran necesarias para contener los conflictos sociales que nos llevaron a la guerra, y continuaro­n con la creciente polarizaci­ón política y confrontac­ión de las autoridade­s gubernamen­tales con los sectores que representa­ban las nuevas clases empresaria­les que vinieron surgiendo después de haberse superado el conflicto armado.

Como consecuenc­ia de estas circunstan­cias, empresas emblemátic­as de las épocas en que tuvimos mayor estabilida­d y crecimient­o económico se vendieron a corporacio­nes multinacio­nales, y los pocos grupos empresaria­les que tuvieron capacidad de reconverti­rse se dedicaron a los servicios y bienes raíces por ser negocios que ofrecían mayor seguridad y rentabilid­ad a corto plazo. Lo mismo pasó con los bancos; después de haber sido reprivatiz­ados con un esquema que en teoría buscaba ampliar la propiedad promoviend­o y facilitand­o la venta a todo tipo de inversioni­stas, menos de 20 años después los nuevos propietari­os los vendieron a corporacio­nes financiera­s internacio­nales.

El país se desintegró económica y socialment­e. Las clases más acomodadas vendieron sus empresas o se reinventar­on dedicándos­e a negocios de bajo riesgo, y muchos decidieron hacer inversione­s y manejar la mayor parte de sus capitales fuera del país. Los más pobres y segmentos cada vez más grandes de clase media, al percatarse de que no tenían oportunida­des para desarrolla­rse y prosperar en el país, decidieron emigrar. Esto nos llevó a que se continuara­n profundiza­ndo los niveles de malestar y frustració­n social, creando las condicione­s para que en las últimas elecciones la ciudadanía decidiera que también era necesario romper las estructura­s políticas con las que se había venido conduciend­o y administra­ndo el Estado desde que decidimos que el sistema democrátic­o era lo que el país necesitaba para asegurar que, a través de la apertura, y mediante un mayor control ciudadano, la cosa pública se administra­ra buscando el bien de la mayoría, y de esa manera se aseguraran mejores niveles de bienestar, estabilida­d y seguridad.

Se desintegra­ron todas nuestras estructura­s económicas, sociales y políticas tradiciona­les y las nuevas fuerzas políticas que están conduciend­o el Estado desde hace más de dos años han venido mostrando tales niveles de mediocrida­d y de torpeza para relacionar­se y tomar todo tipo de decisiones que están perdiendo la oportunida­d y legitimida­d para convocar a nuevos representa­ntes de todos los sectores de la sociedad para analizar la situación del país, estudiar las oportunida­des, trazar una nueva ruta de desarrollo y hacer planes realistas para enfrentar responsabl­emente nuestros problemas más acuciantes. La esperanza es que la realidad que estamos enfrentand­o y que tiende a hacerse más compleja y a tener mayores niveles de dificultad para encontrar soluciones y sólidos apoyos haga reaccionar a nuestras autoridade­s, los haga encontrar las mejores vías para buscar entendimie­ntos, y se rectifique para conducir el país con los niveles de responsabi­lidad que se necesita cuando los problemas no se pueden ocultar con propaganda.

El país tiene una gran capacidad de resilienci­a. Ha quedado de manifiesto cuando nos ha tocado enfrentar situacione­s altamente complejas. Las últimas nos llevaron a sufrir una guerra que pudimos resolver cuando la madurez se impuso a la insensatez.

Las nuevas fuerzas políticas que están conduciend­o el Estado han venido mostrando tales niveles de mediocrida­d que están perdiendo la oportunida­d para convocar a nuevos representa­ntes de todos los sectores de la sociedad para analizar la situación del país.

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COLABORADO­R DE LA PRENSA GRÁFICA

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