EN EL PAÍS HAY QUE DEJAR ATRÁS TODA FRIVOLIDAD Y TODO EMPEÑO DESTRUCTIVO PARA CENTRARSE EN EL DESARROLLO CIERTO Y EN LA COEXISTENCIA PLENA
A medida que el tiempo pasa y que las exigencias evolutivas se van volviendo más y más demandantes, la necesidad de ponerles especial atención a las demandas de la realidad presenta urgencia creciente, y el hecho de que esto no se haya hecho antes es la fuente principal de nuestras deficiencias acumuladas, que ya son una especie de cárcava sin fondo. Lo que cualquier análisis sensato enseña al respecto es que nadie puede seguir en los procederes y en las conductas de siempre, ni los que actúan desde un ansia de poder incontrolada ni los que hoy parecen reducidos a la inactividad histórica porque nunca supieron administrar el poder. En otras palabras, lo que más urgentemente se requiere en nuestro país es que todas las fuerzas nacionales, sean cuales fueren sus orígenes y sus perspectivas, se vayan orientando hacia una transformación de raíz, con todo lo que ello implica.
Resulta incuestionable que la necesidad de cambio real y sustantivo vino tomando cuerpo en nuestro ambiente a partir de la frustración ciudadana. Y la pregunta clave al respecto sigue sin análisis ni respuesta: ¿Cómo es posible que ninguna de las fuerzas tradicionales se dieran cuenta de que eso se estaba gestando y desplegando en el ánimo de la ciudadanía, lo cual las afectaría de una manera tan directa y en muchos sentidos irreversible? Y lo más revelador del caso es que ni siquiera después de que el abrupto cambio se produjo, especialmente de resultas de los ejercicios electorales de 2019 y de 2021, ha habido ninguna señal de renovación en las mencionadas fuerzas tradicionales, que continúan enclaustradas en sus caducos esquemas, sin que la traumática experiencia en marcha les despierte ninguna energía evolutiva.
En los momentos actuales, tanto el presente como el futuro se nos dibujan a los salvadoreños marcados por los brotes de la máxima incertidumbre, y esto sin duda constituye un panorama en el que todo se concreta y se esfuma sin previo aviso, justamente como pasa con el Bitcoin, que se caracteriza por una volatilidad incontrolable. Es entendible entonces que nada esté seguro, y que todo tienda a sustentarse en la confianza ciega o en el rechazo incuestionado. ¿Cuánto tiempo podremos resistir y sobrellevar todas estas inseguridades recurrentes? Esa es la pregunta del millón, que por ahora casi nadie se hace, pero que en alguna fase del futuro inmediato tendrá que ir ocupando puesto en la conciencia nacional.
Los reiterados ejemplos del devenir histórico muestran, con elocuencia irrebatible, que nada de lo que es expresión de dicho devenir se mantiene firme para siempre, como predican con recurrencia obstinada los abanderados de las respectivas posiciones absolutistas. Recordemos, al respecto, el caso más emblemático en nuestra época: el del comunismo soviético, que se alzó con propósito de permanencia sin fin allá en la segunda década del siglo XX. Pero inesperadamente, casi al final de dicho siglo, el comunismo implosionó en la Unión Soviética, por propio impulso de inoperancia extrema. Moraleja: hay que construir la realidad día a día, sea cual fuere.
Lo que estamos viendo en todas partes, entre los signos prometedores que también existen, es una generalizada desideologización de las relaciones colectivas. Las ideologías van saliendo del juego, sobre todo en los planos políticos donde antes imperaban arrasadoramente. Y esta es una tendencia que se universaliza cada día más, y que debe generar nuevos espacios de acción, porque no se trata de que todo vaya quedando en el aire sino de que las dinámicas ordenadoras vayan tomando el puesto de los antiguos esquematismos, que llegaron a tener tanto poder deformador.
Estamos, sin duda, incorporándonos, sin que nadie lo hubiera previsto claramente así, a un novedoso ejercicio de prácticas sociopolíticas y económico-institucionales. Y esto, así como es vivero de expectativas ilusionantes también se comporta como almácigo de inquietudes angustiosas. Sobrellevemos, pues, todo eso con la seriedad y la serenidad convenientes, para no extraviarnos en la ruta ni cargar con la agobiante sensación de que el avance es necesariamente traumático.
El Salvador, en múltiples sentidos, es un caso emblemático de lo que está animándose en el mapa global de nuestros días. Y hay que leer dicha señal con toda la seriedad que el caso demanda, viéndonos analíticamente en nuestro propio espejo y en el espejo de los demás, que están frente a frente a cada instante. No dejemos que ningún tipo de frustración nos conduzca: lo importante es avanzar con paso seguro.
El Salvador debe llegar a posicionarse indiscutiblemente como impulsor y conductor de su propio destino, y desde ahí visualizar y hacer todo lo necesario para consolidar nuestra posición en un mundo en el que por primera vez somos presencia de veras identificable, para que eso jamás se revierta.
Nada de esto es un juego de pone y quita, sino que todo es un proceso de articulaciones sucesivas, que demanda pleno compromiso nacional. Asumámoslo, pues, en tales condiciones.
Es entendible entonces que nada esté seguro, y que todo tienda a sustentarse en la confianza ciega o en el rechazo incuestionado. ¿Cuánto tiempo podremos resistir y sobrellevar todas estas inseguridades recurrentes?