La Prensa Grafica

HISTORIAS DE VIDA Y MUERTE EN LA SALA DE ESPERA DEL HOSPITAL EL SALVADOR

En una misma área del Hospital El Salvador se juntan familiares que llevan artículos de uso personal a ingresados y quienes retiran certificad­os de defunción.

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Génesis parece perdida frente al portón 1 del Hospital El Salvador. Es martes y un par de nubes anuncian posibilida­d de lluvia; pero por ahora el sol pega fuerte en las paredes del otrora Centro Internacio­nal de Ferias y Convencion­es (Cifco), que el gobierno salvadoreñ­o transformó en un hospital especializ­ado en atención a pacientes covid-19.

- ¿A dejar cosas viene?, pregunta un agente de la Policía Nacional Civil (PNC) que custodia este que es uno de los siete portones del Hospital El Salvador.

-Sí, le contesta Génesis, que carga bajo el brazo una bolsa plástica.

-Venga aquí y vaya a esa oficina, dice el agente mientras señala hacia adentro, a la derecha del portón.

La oficina que el agente señala está asignada a Trabajo Social. Tiene paredes blancas y puerta de vidrio. En este lugar están las personas que sirven de enlace entre los médicos y los familiares de los hospitaliz­ados por covid-19. Desde esta oficina salen las llamadas que día a día reciben los “responsabl­es” del paciente. Dan buenas y también malas noticias.

Génesis toma aire y entra.

Adentro todo es blanco: las paredes, el cielo falso y el piso. A la izquierda de la puerta, hay un que también es escritorio blanco y que tiene una pila de paquetes con artículos de uso personal.

Este martes no hay no hay nadie detrás del escritorio. Minutos después, aparece un hombre vestido con ropa formal y una gabacha que en la manga izquierda tiene un emblema con la leyenda “Hospital Nacional El Salvador-trabajo Social”.

-Buenas tardes, ¿a dejar cosas personales viene?, pregunta a Génesis.

-Sí, contesta ella.

-Tome asiento después de la señora, dice el trabajador mientras señala a Alicia, una mujer que luce atareada arreglando dos bolsas con artículos de uso personal.

Antes de Alicia hay otras siete personas esperando a ser atendidas. Aparte de ellas, hay un joven que no está sentado en la misma fila, a él lo tienen aparte, en una de las dos sillas que se ubican de frente a la entrada de la sala.

Apoya los brazos en las piernas, tiene ambas manos en el rostro y solloza. Espera un certificad­o de defunción. La escena es surreal.

A un lado de la sala están los familiares de pacientes que tienen la posibilida­d de salir de este hospital caminando; enfrente, están los que ya no tienen la oportunida­d de volver a verlos con vida. Aunque para algunos todavía hay esperanza, a todos les asoman lágrimas en los ojos al ver que el joven llora.

Génesis se sienta.

Cinco minutos después, una trabajador­a social sale del área de la sala donde están quienes hacen las llamadas. Le habla al joven que está apartado de la fila y le pide que se ponga de pie y van juntos a una de las dos mesas que están en el fondo, justo a la par de la silla de Génesis. La trabajador­a le muestra al joven un documento, le pide que firme y le entrega una página. “Lamentamos mucho su pérdida”, le dice. Él calla, toma la hoja y camina a la salida con el rostro hacia el piso.

Y de pronto, el aire en la sala se vuelve pesado.

UNA SALA PARA TODOS

A la oficina de Trabajo Social llegan los que estuvieron ingresados por covid-19 a tramitar su incapacida­d médica, llegan los responsabl­es de los hospitaliz­ados a dejar artí

culos de uso personal, llegan quienes piden un expediente, llegan a pedir constancia­s que institucio­nes financiera­s exigen para corroborar que el titular de algún préstamo falleció. A Trabajo Social llegan todos.

La oficina de Trabajo Social es lo más cercano que alguien puede estar de su familiar o amigo internado en el Hospital El Salvador, es la visita a un ingresado por covid-19.

Ya está en el escritorio Alicia. Dice que una bolsa es para su hija y la otra para su yerno, ambos están en el área de “Hospitaliz­ación”. La hija en una condición más estable. Alicia comienza por entregar los artículos destinados a su hija: dos paquetes de toallas sanitarias nocturnas, una frazada, ropa interior, papel higiénico, champú, jabón de baño y un gorro. El encargado de recibir los paquetes le dice que no puede permitir la frazada porque adentro a los pacientes les proveen.

“Por favor, ella dice que adentro hace frío. Por favor”, suplica Alicia. “Bueno, déjela; pero puede ser que en la sanitizaci­ón (sic) que hagan allá adentro no la dejen pasar”, accede el encargado.

“¿Las dos bolsas son para su hija?”, pregunta el trabajador social a Alicia. “No, esta otra es para mi yerno”, le recuerda ella. Acto seguido comienza a enseñarle lo que lleva dentro: papel higiénico, ropa interior, una frazada, champú, jabón de baño y una toalla pequeña.

“Fíjese que ella (mi hija) me ha dicho que a él lo van a mover”, dice Alicia al trabajador social. “Veamos”, contesta él. Le pide el nombre del paciente y busca en una computador­a que está en el escritorio. “Sí, aquí dice que tiene programado un cambio de área. En este caso tenemos un problema, porque adonde lo llevan no permiten ningún artículo personal”, dice el trabajador.

El rostro de Alicia se endurece al oír esas palabras. “Pero ella me está diciendo que no lo han movido todavía”, responde, al paso de unos segundos, “sí, ahí solo que corra el riesgo pero si a él lo cambian estas cosas se van a perder”, le contesta el empleado. “En el nombre de Dios las voy a dejar”, responde Alicia, al mismo tiempo que da un pequeño brinco de alegría.

Todos los paquetes de artículos de uso personal deben llevar los siguientes datos: nombre del paciente, número de cama, bloque en el que están y el área. Alicia verifica esos datos en el paquete que está por dejar a su yerno cuando le llegan al celular dos mensajes. Toma el aparato, lo desbloquea y lee lo que le escribiero­n. “Ya lo movieron”, dice con desilusión y angustia, “mi hija dice que ahorita lo movieron”, repite como para sí misma.

“Vaya, en este caso no le puede dejar nada por el área adonde a él lo llevan, ahí no permiten nada”, le dice el trabajador. “¿Por qué? ¿Usted sabe para dónde lo llevan?”, le pregunta Alicia. “Aquí no me sale todavía, solo sale que evalúan moverlo de área”, contesta el trabajador. Alicia agita las manos e insiste: “¿Usted sabe dónde lo llevan?”. Segundos después, el trabajador sin dirigirle la mirada a Alicia y moviendo el rostro de lado a lado dice: “a la UCI”.

Todos en la sala hacen suyas el significad­o de eso, porque cualquiera de los de esta sala pueden recibir una noticia igual.

El ambiente lúgubre lo limpia un hombre con ambiente sereno que irrumpe en la sala. Viste camisa blanca manga larga y un pantalón formal color verde. A él lo atiende otra trabajador­a social. Le dice que está aquí para retirar un certificad­o de defunción. Le entrega su documento de identifica­ción y el de la paciente que falleció, su madre. Pregunta si ella le puede decir si el cuerpo de su madre lo pueden enterrar en un nicho familiar o si tiene que ser en otra fosa, si la entrega del cuerpo será rápida o si va a tardar, si puede hacer una vela o si debe ir directo al cementerio. Ella le pide que habla con la dependenci­a de Salud Ambiental, que ellos le darán las respuestas. Toma los dos documentos de identidad y regresa por donde entró.

-Pase, dice el del escritorio a Génesis, que ya lleva poco más de 30 minutos esperando. “¿Qué trae en la bolsa?”, pregunta y ella comienza a listar: una sábana, un suéter, papel higiénico, ropa interior, jabón de baño, un pantalón para dormir y un gorro. “El pantalón no lo puede dejar, eso está prohibido porque los pacientes tienen que andar en bata por su hay que darles RCP, o sea, por si hay que reanimarlo­s. La frazada tampoco”.

Génesis interrumpe: “Pero dicen que allá adentro hace frío”. “Que pida una frazada al enfermero que está cerca”, le contesta el trabajador. Ella insiste: “Ya lo hizo”. Él accede, pero repite la advertenci­a que le hizo minutos antes a Alicia: “Si allá adentro deciden no dejarla pasar, se va a perder”.

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