EL APRENDIZ DE BRUJO
Cuando los militares salen de los cuarteles, rara vez resulta una tarea fácil hacer que vuelvan a entrar. La historia del país en el siglo XX es una prueba irrefutable de ello. Terminar con el protagonismo político del que gozó la Fuerza Armada a lo largo de casi toda esa convulsa centuria demandó dolorosos conflictos sociales y una guerra de 12 años. Su reforma en una institución que fuera apolítica y no deliberante y que se limitara a la defensa de la soberanía nacional y la integridad del territorio fue un tema tan espinoso que en numerosas ocasiones estuvo a punto de echar a perder las negociaciones que desembocaron en los Acuerdos de Paz.
De ahí que cuando las partes en guerra por fin alcanzaron un entendimiento sobre el asunto, no fue extraño que ubicaran dicha resolución justamente en el capítulo 1 del Acuerdo. La piedra angular sobre la que descansaría el resto de lo pactado.
Menospreciando el costo de sangre pagado a lo largo de ese tortuoso camino, el presidente se ha empeñado casi desde su llegada al poder en devolverle a los militares un papel central en la vida del país. Cierto, el retorno de la Fuerza Armada a tareas más allá de las consignadas en la Constitución no empezó en la administración actual. Haciendo uso de la excepcionalidad, contenida en la reforma al artículo 212, todos los gobiernos desde 1993 echaron mano del Ejército para apoyar labores de seguridad pública volviéndola con el tiempo, más que una excepción, la norma. Y para cuando el “manodurismo” y el “súpermanodurismo” se convirtieron en políticas estatales, la Fuerza Armada dejó de ser un personaje secundario para comenzar a ser cada vez más un actor principal en el tablero de la seguridad pública. Algo contrario al espíritu de los acuerdos, que establecía una división clara entre esta y la defensa nacional, y que paradójicamente solo se profundizaría en los gobiernos de izquierda, los cuales incrementarían la cantidad de recursos destinados a la milicia, así como el número de efectivos.
Sin embargo, a diferencia de sus predecesores, lo que sí ha hecho este gobierno en un despliegue nunca antes visto desde el fin de la guerra es haber empujado a las fuerzas armadas hacia un creciente involucramiento en la vida política del país. No solo empleándolas como un instrumento de presión frente a otros órganos estatales, como ocurrió el 9F, sino haciendo uso de ellas para ejercer control social, como sucedió en el marco de la cuarentena, bajo la excusa de la contención del avance del covid-19.
Por si fuera poco, amparándose en la supuesta ejecución del muy publicitado y poco conocido Plan Control Territorial, el presidente ha anunciado un masivo aumento de las fuerzas castrenses con la intención de elevar su número total a 40,000 en el próximo quinquenio, el doble de efectivos con los que el Ejército cuenta actualmente.
Esa voluntad de hacer crecer de manera desmedida una institución que por su formación doctrinaria está enfocada en la guerra y no en la seguridad pública, en momentos en que no existe ninguna amenaza militar externa, aunada a una retórica bélica y al talante autoritario de este gobierno evidencian que el verdadero objetivo es granjearse el apoyo de un brazo armado leal que le permita perpetuarse en el poder por medio de la fuerza.
En ese sentido, el presidente hace una apuesta arriesgada. Como el aprendiz de brujo, de Goethe, invoca fuerzas confiado en que le servirán y que podrá controlarlas. Pero una vez conjuradas sobreviene la tragedia. Traer de nuevo a la Fuerza Armada a la arena política cediéndole encima un papel protagónico solo puede ser fuente de abusos e inestabilidad. Una vez desatado ese desastre, a diferencia de lo que ocurre en el poema de Goethe, no habrá ni conjuros ni viejos brujos que puedan controlarlo. Lo que aguarda adelante es el camino de violentas tensiones que lastimosamente ya conocemos. Si ya antes sacar a los militares de la vida pública se antojaba una tarea titánica, entonces lo será todavía más.
En momentos en que no existe ninguna amenaza militar externa, aunada a una retórica bélica y al talante autoritario de este gobierno evidencian que el verdadero objetivo es granjearse el apoyo de un brazo armado leal que le permita perpetuarse en el poder por medio de la fuerza.