BUKELE, SIN MÁSCARA, A LOS OJOS DE LA CIUDADANÍA
Por una parte, queda consolidada la táctica de no permitir acumulación de capital político a ninguno de sus peones municipales, legislativos ni en el gabinete. Si alguno de los familiares y amigos del presidente creía contar con posibilidades en una eventual carrera para suceder a Bukele, puede darlas por muertas. Por eso el ex ministro de Seguridad pasó a la oscuridad, por eso hay cuadros retirados en tiempos récord de la escena: pueden medrar de la popularidad del presidente pero ninguno debe siquiera insinuarse como delfín suyo. Es un rasgo más de su comprobada megalomanía.
Bukele no ha cumplido ni la mitad de su mandato presidencial; sin embargo, ya se lanzó a campaña otra vez, amenazando con agraviar a la Constitución postulándose para un segundo término consecutivo. Es sin duda una equivocación estratégica y al mismo tiempo un síntoma de lo superficiales que son las raíces que mantienen al oficialismo en pie.
La prisa con la que el mandatario revela sus intenciones y el hecho de que como valedores elija a sus lacayos de la Sala de lo Constitucional, evadiendo el complicado proceso que el vicepresidente pretendía labrarle con una reforma a la Carta Magna a la medida, no debe ser tomada a la ligera. Por una parte, queda consolidada la táctica de no permitir acumulación de capital político a ninguno de sus peones municipales, legislativos ni en el gabinete. Si alguno de los familiares y amigos del presidente creía contar con posibilidades en una eventual carrera para suceder a Bukele, puede darlas por muertas. Por eso el exministro de Seguridad pasó a la oscuridad, por eso hay cuadros retirados en tiempos récord de la escena: pueden medrar de la popularidad del presidente pero ninguno debe siquiera insinuarse como delfín suyo. Es un rasgo más de su comprobada megalomanía.
La pretensión reeleccionaria supondrá un estrés profundo entre los cuadros de los partidos políticos que sirven al mandatario, y es un mensaje difícil de administrar sobre todo para los alcaldes del oficialismo que ya estaban incómodos con el centralismo, el culto a la imagen y la precariedad de recursos, a los que se les ha condenado sin ningún sentido. Si el contenido de la propuesta a la que sirven ya no es vencer a sus adversarios sino sólo la acumulación de poder en un esquema autoritario, despótico e ilegal, ¿Bukele acierta o se equivoca al creer que la base territorial de esos partidos y el caudal electoral que los anima se mantendrá granítico a favor de la destrucción del orden democrático? Tampoco el timing parece acertado pues supone un tiro en el pie en las muy probablemente frustradas negociaciones con el Fondo Monetario Internacional; sumada a la crisis en la independencia judicial, a una bimonetarización improvisada e innecesaria que está a la vuelta del camino y a la consistente aparición de personajes asociados al lavado de activos en la escena de negocios en El Salvador, la Sala de lo Constitucional ha condenado al país a jugar el papel de paria en el escenario diplomático.
Por supuesto, que lo haga por órdenes y caprichos de una facción, traicionando los intereses de los ciudadanos, lo vuelve peor. Y no menos ocurre con los magistrados del Tribunal Supremo Electoral, que también han escogido servir a un señor y no al Estado.
Si a todas luces no era un buen momento para quitarse la careta y finalmente revelarle a los salvadoreños que su propósito es destruir el orden constitucional desde el seno mismo del Estado, aun si al hacerlo acelera la descomposición social y lleva al país a un callejón sin salida en el que la gobernabilidad no se conseguirá sin represión, ¿por qué Bukele decide anticiparse tanto? Quizá porque todavía se siente popular pese a que en las encuestas más recientes ya hay desencanto con su gobierno, con la insulsez del proyecto bitcóin y con el rampante costo de la vida. O quizá porque sabe que esa popularidad irá irremediablemente en descenso en cuanto el primer comercio se vea obligado a recibir la criptomoneda. O acaso porque lo único que puede ofrecer a los inversionistas internacionales es continuismo, una vez destruida la seguridad jurídica en El Salvador. O es sólo que la megalomanía ya tomó control total de su carácter.
Sea como sea, es otro paso en falso de los mercachifles que le hablan al oído, y una advertencia oportuna para los sectores y ciudadanos que aún hace algunas semanas cuestionaban qué tan nocivo podía ser Bukele para el republicanismo y el sistema de libertades en el país. Su propósito no es dañarlas; su propósito es destruirlas toda vez que no abonan a sus intereses.