TODO TIPO DE CAMBIO, Y EN ESPECIAL EL SOCIOPOLÍTICO, TIENE SU PROPIA LÓGICA, QUE HAY QUE RESPETAR PARA QUE NADA SE SALGA DE CONTROL
Dadas las condiciones de nuestro entorno político nacional, la atmósfera de la convivencia se ha venido sobrecargando de temores, de ansiedades y de repuntes triunfalistas, según sea el ángulo desde el cual se miren las cosas. Se trata, pues, de un momento en el que se vuelve cada día más difícil la visión equilibrada y comprensiva; y, en abierto contraste, lo que se impone son los enfoques reductivos y aislacionistas, como si viviéramos en una zona marcada por los desencuentros interminables. Puestos ante tal perspectiva, e inmersos en un torbellino de conflictos como el que nos rodea, lo que tenemos que ver y asumir en primer término es el verdadero dinamismo de la realidad, que no depende de nadie en particular, ni le pertenece a ninguna fuerza, aunque esas sean las imágenes que prevalecen en el ambiente.
No hay duda de que el factor más novedoso y determinante del acontecer actual es el rol que está desempeñando la voluntad ciudadana prácticamente en todas las áreas de dicho acontecer. El protagonismo de la ciudadanía es sin duda el factor principal dentro de la dinámica democrática, y aunque eso lo ha reconocido siempre así el sistema legal, en los hechos lo que se viene dando es algo muy distinto: el imperio de los intereses específicos y la prevalencia de las voluntades que se imponen a toda costa. Hoy estamos entrando en una nueva época, en la que el pueblo hace oír su voz sin alternativas. Los poderes predominantes van dejando de serlo y los nuevos procederes se van haciendo valer con todos los retos que eso trae consigo.
Desde luego, este no es un proceso que esté libre de trabas y de distorsiones, y por eso todas las fuerzas nacionales –y en particular las que están más comprometidas con la dinámica del avance– tienen que alinearse en la ruta del progreso modernizador, a fin de que el país entero vaya integrándose en una auténtica transformación evolutiva. No sólo es cuestión de quién está más conectado con el sentir de la gente, sino sobre todo de quién o quiénes se hallan más y mejor integrados con la lógica histórica que apunta hacia el mejor futuro. En tal sentido, lo que los salvadoreños de este momento más tenemos que cuidar es la sanidad de nuestra presencia actual en todos los órdenes.
Hay que ver hacia el horizonte, el próximo y el más distante, para que seamos capaces de asimilar y procesar el presente en función de futuro. La tentación más peligrosa, en todo momento, sea el que fuere, es la que nos incita a actuar con impunidad histórica, dándoles a nuestros deseos y a nuestras obsesiones una preeminencia fuera de control. Esta es una época en la que no hay garantía de nada, y eso nos exige medir cada paso sin dejar nada suelto ni a merced de lo impredecible. Esta es una situación, entonces, que nos urge a ser cada día mas conscientes del propio destino y del de los demás.
La etapa que se halla vigente no es invento de nadie ni tampoco expresión de un plan preconcebido que satisfaga intereses específicos. Quienes lo piensan así están queriendo reducir la realidad a imágenes manipulables; pero en verdad están reduciendo el acontecer real a un juego de representaciones artificiosas, lo cual no sólo no funciona sino que tampoco convence. De ahí, pues, no puede salir ninguna proyección evolutiva, sino que, por el contrario, se derivan distorsiones incalculables y contraproducentes.
Situaciones como la creciente volatilización monetaria y las variadas aventuras globalizadoras nos ponen a todos, en las distintas latitudes del mundo, ante el desafío de ser actores visibles en la ruta que va del hoy hacia el mañana. Cada vez hay menos cosas ocultables en este trayecto, lo cual debe ser asumido como un verdadero reto de supervivencia, que a cada instante se renueva y se multiplica, abriendo puertas y cerrando laberintos.
Pero eso no significa que estemos libres de traspiés ni de desvíos, sino, por el contrario, la construcción de la nueva normalidad nos expone, más que nunca, a los mayores riesgos coyunturales. Preparémonos, pues, para ello, poniendo toda la voluntad disponible al servicio de las soluciones que el proceso mismo va habilitando constantemente.
En un país como el nuestro todo lo anterior es aún más complejo por el cariz y la interacción de los problemas que nos aquejan desde siempre; pero todo eso hay que tratarlo y trascenderlo con la inteligencia y la dedicación debidas: ahí está la clave de una auténtica modernización sustentada.
A estas alturas del proceso nacional, lo que más importa es definir prioridades de avance y estructurar estrategias de progreso. Lo que no se vale, en ningún caso, es sentarse a esperar que el futuro arribe a su antojo.
Hoy estamos entrando en una nueva época, en la que el pueblo hace oír su voz sin alternativas. Los poderes predominantes van dejando de serlo y los nuevos procederes se van haciendo valer con todos los retos que eso trae consigo.