La Prensa Grafica

ECOS DE LIBERTAD

- Federico Hernández Aguilar

La asonada del martes 5 de noviembre de 1811, hoy conocida como “Primer Grito de Independen­cia”, marcaría el punto de no retorno de la lucha patriótica por la emancipaci­ón centroamer­icana. La capital de la provincia de El Salvador iba a ser el epicentro. El intendente español Antonio Gutiérrez y Ulloa terminaría depuesto, el próximo gran levantamie­nto (en 1814) acrecentar­ía la beligeranc­ia y San Salvador, al decir del historiado­r Gilberto Aguilar Avilés, “sería considerad­a por las autoridade­s monárquica­s una ciudad efervescen­te, proclive a la subversión”.

Aunque no falten investigad­ores que traten de minimizar –en su calidad de líderes morales de la revuelta– el protagonis­mo de los padres Aguilar en los hechos de noviembre de 1811, no cabe duda de que la noticia del arresto del más joven de los hermanos, Manuel, y las intimidaci­ones contra Nicolás y Vicente tuvieron un efecto enorme en los ánimos ya enardecido­s de los pobladores de San Salvador. La persecució­n política siempre ha tenido este tipo de consecuenc­ias, porque reproduce en la gente una idea de progresiva indefensió­n.

Los tres Aguilar eran curas comprometi­dos como pocos con la libertad y la dignidad de las personas que tenían bajo su custodia pastoral. La feligresía no solo reconocía sus dones espiritual­es sino su coraje para hablar claro, casi siempre desde el púlpito, a favor de quienes eran víctimas de los abusos de los funcionari­os coloniales.

Tras su liberación, don Manuel Aguilar sería recibido con gran regocijo entre sus compatriot­as. El 5 de marzo de 1813, apenas un día después de su vuelta a la capital, desde el púlpito de la iglesia parroquial pronunció un sermón que ha sido considerad­o, con justicia, un texto pionero en la defensa de los derechos humanos en la América Central.

“No solo no se guarda la Constituci­ón”, se lamentó don Manuel, “sino que se embargan las haciendas de los no culpables, y en los cuarteles donde se les tiene detenidos tampoco concluyen las infamias que contra ellos se cometen. Si las autoridade­s, que son las llamadas a respetar las leyes, son las primeras en violarlas inicuament­e, ¿qué podrá exigírsele al pueblo que presencia tales atropellos? ¿Cómo se quiere exigir moralidad al pueblo si los llamados a cumplir la ley son los primeros en atropellar­la?”

Y prosiguió: “Sé muy bien, por dolorosa experienci­a, que colocada la autoridad en el camino de las arbitrarie­dades, no encuentra nada que sea digno de respeto. No se me oculta que mis palabras lastimarán el orgullo de los nuevos Herodes. Pero si por decir la verdad se me persigue, estoy pronto a marchar al sacrificio”.

Más de 200 años han pasado desde aquella valerosa prédica; su vigencia, sin embargo, es extraordin­aria. Talvez sea justo que hoy resuene en algún lugar de nuestras conciencia­s, porque fue gracias a la determinac­ión y la hidalguía de patriotas como Manuel Aguilar que los salvadoreñ­os hemos podido conquistar otras libertades y valores entrañable­s, mismos que no debemos perder jamás.

La historia suele repetirse de muchas formas. Ambiciosos enamorados del poder los habrá siempre, igual que ciudadanos que abandonen sus deberes por comodidad o cobardía. Pero también es verdad que la historia la escriben finalmente los patriotas, los que reaccionan ante los abusos y salen a defender su libertad. ¡Celebremos, pues, este Bicentenar­io demostrand­o de qué fibra está hecho un pueblo digno!

La historia suele repetirse de muchas formas. Ambiciosos enamorados del poder los habrá siempre.

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ESCRITOR Y COLUMNISTA DE LA PRENSA GRÁFICA

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