EL PRESIDENTE QUE SÓLO HABLA DE BILLETERAS Y DE CAJEROS
Que el covid tenga contra la pared al sistema nacional de salud no es tan importante, tampoco la creciente presión estadounidense para que el Estado salvadoreño extradite a jefes pandilleriles acusados de terrorismo, ni que el Fondo Monetario Internacional esté a punto de cerrarle la puerta en la nariz a El Salvador por culpa de Bukele, sus desvaríos y atentados contra la democracia.
El gobierno tiene dos prioridades: la campaña de relaciones públicas alrededor de la billetera digital y la destrucción del pensamiento crítico.
Que el covid tenga contra la pared al sistema nacional de salud no es tan importante, tampoco la creciente presión estadounidense para que el Estado salvadoreño extradite a jefes pandilleriles acusados de terrorismo, ni que el Fondo Monetario Internacional esté a punto de cerrarle la puerta en la nariz a El Salvador por culpa de Bukele, sus desvaríos y atentados contra la democracia.
La alienación de los órdenes de la vida nacional parece consumada, para beneficio de los proyectos personales del presidente. Es que cuando lo público se confunde con lo privado, cuando las fronteras entre una y otra cosa son tan difusas, entonces ya ningún ciudadano puede estar seguro sobre si sus impuestos están siendo administrados por el Estado o por particulares. Y es así debido al secretismo y opacidad con la que se ha procedido en el cuento de la cripto monetización.
El desorden es tal que, ya sin ningún rubor, el presidente parece trabajar exclusivamente para Chivo S. A. de C. V. Él hace las veces de centro de atención al cliente desde su perfil social, cuentas que por la información de interés público que en ella se ventila deberían ser reguladas y materia de un escrutinio más severo de parte del Estado. Por supuesto, no ocurrirá debido a la genuflexión de casi toda la contraloría pública y a la incapacidad de reflexión del mandatario, pero que data tan delicada para el país quede expuesta a un manejo antojadizo, sin que se atienda no sólo al deber de información sino al de secreto, calidad y finalidad de los datos, es grave. Esto amén de que no se ha reparado en los derechos de propiedad intelectual de las corporaciones dueñas de cada red sobre lo que en ellas se divulga, lo cual no es un problema para ningún usuario a menos que se sea el presidente de un país, exponiendo materias de toda índole sin ningún reparo.
Ya que no hay ministro de Economía, nadie puede explicarle a los empresarios y capitalistas que aún tienen dinero e inversiones en El Salvador cuál es el propósito de la ingente inversión en la infraestructura alrededor de la criptomoneda, cómo piensa el gobierno paliar los efectos negativos de esta iniciativa en el valor de los bonos soberanos y en su macilenta negociación con el Fondo Monetario, y qué garantías ofrece de que el sistema financiero no se quedará desdolarizado. El único vocero del tema es Bukele, y acaso en este sentido él mismo reconozca sus limitaciones y que sería oprobioso escucharlo hablar de diseño económico. Mientras más se prolongue el mutis del gobierno de frente a este sector, mayor el riesgo de fuga de capitales.
Además de su megalomanía, la otra explicación plausible para la velocidad, necedad e intensidad en la introducción de la billetera digital es que el gabinete económico y Hacienda hayan hecho las cuentas e informado al presidente que caerán en iliquidez en el último trimestre del año. Si la administración debe decidir entre no pagarle a los acreedores internacionales y nacionales o entre hacerlo y pagar salarios a los empleados públicos con la criptomoneda, es muy probable que se decante por lo segundo, de ahí la importancia de validar esa herramienta acaso no técnica pero al menos narrativamente, hasta que la realidad destroce a la falacia.
Sobre la segunda prioridad, la destrucción de todo lo que sea disenso, escrutinio y crítica, basta con escuchar a Bukele, a cualquiera de sus ministros y de sus diputados, a sus voceros en redes sociales. Una segunda manifestación en las calles, cuando sea que eso ocurra, les planteará de nuevo la oportunidad de reconocer que han fallado, que un gobernante que no escucha a nadie no es democrático y que al descalificar a quienes cuestionan al oficialismo están descalificando a la misma nación.