LOS MUNICIPIOS PAGAN LOS PLATOS POR EL CENTRALISMO GUBERNAMENTAL
Como una limosna para evitar que los inquilinos de su capital político se harten de la irrelevancia a la que los ha condenado, el presidente de la República ha autorizado al ministro de Hacienda a inyectarles $100 millones de dólares a las municipalidades. Por supuesto, con eso ninguna alcanzará sino a pagar gasto corriente y recuperar algunos de los servicios que ha dejado de brindar a la población, sobre todo las de menor renta.
Desde que hace cuatro meses, a través de una de sus cuentas en redes sociales, el mandatario anunció que ya no entregarían el 10 por ciento del presupuesto a los municipios sino sólo el 6 por ciento, y que de esa cantidad sólo una cuarta parte sería en efectivo y para gastos, los alcaldes de todo el país supieron a lo que irían: a librar una batalla contra la escasez y someter la eventual inversión en desarrollo humano en sus regiones a los volátiles humores del presidente.
Los munícipes entienden de qué va la cosa: aceptaron ser piezas en el tablero del oficialismo, pero nunca creyeron que serían poco menos que peones, todos por igual sin importar si lo son en una cabecera departamental o en una alcaldía de pobre incidencia. Una vez sentados en la silla, especularon con que el Ejecutivo les dejaría algún margen para gerenciar, mantener o cultivar su capital político personal y desarrollar base territorial para las próximas elecciones; de todo eso, nada. Ni herramientas ni soluciones ni confianza.
Que se autorice una porción de lo correspondiente al Fondo de Desarrollo Económico y Social de los Municipios de El Salvador sólo después de las primeras señales de disenso de algunos jefes edilicios, incluidos algunos del área metropolitana de San Salvador, es una señal tan clara de lo apretada que es la correa con que Bukele los tiene asidos del cuello como lo fue la sucesión de funcionarios que llegaron a hacerse ver y robarle cámara al alcalde capitalino en las afueras del incendiado mercado San Miguelito.
Controlar el dinero y controlar la narrativa son igual de importantes para el gabinete; tener que esperar meses del FODES para apenas recibir un par de millones de dólares es para Mario Durán tan balde de agua fría como actuar ante las cámaras como un segundón de la comisionada presidencial para operaciones.
En definitiva, pasar de ministro de Gobernación a ser el alcalde de San Salvador fue cualquier cosa menos una promoción toda vez que, con el capital político de todo el oficialismo secuestrado por Bukele y su sueño de reelección, en las carteras de Estado al menos no se pasa por esas precariedades financieras. Al menos no todavía.
Hay dos modos de leer lo que ocurre: como un éxito de Nuevas Ideas, que aún no ha perdido alcaldes pese a estar bajo este esquema de centralismo a lo soviético, o como un signo de resquebrajamiento si se considera que sus munícipes apenas llevan cuatro meses y medio en el cargo.
Quizá en los meses venideros, cuando la falta de liquidez le pegue de modo franco al gobierno y tenga que recurrir a ideas tan creativas como el colón digital para pagar salarios del aparato público, veamos a los concejos oficialistas expresar su inconformidad. Mientras tanto, es la población la que paga los platos rotos de la miseria municipal a través de servicios deficientes, aumento de tasas y despido de empleados.
Controlar el dinero y controlar la narrativa son igual de importantes para el gabinete; tener que esperar meses del FODES para apenas recibir un par de millones de dólares es para Mario Durán tan balde de agua fría como actuar ante las cámaras como un segundón de la comisionada presidencial para operaciones. En definitiva, pasar de Ministro de Gobernación a Alcalde de San Salvador fue cualquier cosa menos una promoción toda vez que, con el capital político de todo el oficialismo secuestrado por Bukele y su sueño de reelección, en las carteras de Estado al menos no se pasa por esas precariedades financieras. No todavía.