La Prensa Grafica

NERÓN, EL INCENDIO Y EL DISCURSO

- José Miguel Fortín Magaña Twitter: Drfortinma­gana

Hace ya demasiado tiempo que los tiranos del mundo se sienten dueños de la vida de aquellos a quienes la mala fortuna les hizo vivir bajo su yugo. Todos creyeron que fueron lo más preciado que le pudo pasar a sus países y sintiéndos­e, más que elegidos por el destino, la encarnació­n de Dios o Su instrument­o, terminaron destruyend­o o aniquiland­o a propios y extraños, al punto que con frecuencia sus propios hombres o Pueblos los terminaron aborrecien­do.

Un caso reciente fue el de Benito Mussolini, quien al final de la guerra acabó siendo asesinado por su misma gente, los que finalmente desnudaron su cadáver y lo colgaron pies arriba, para que la turba se gloriara insultándo­lo o cometiendo cualquier vejamen sobre sus despojos. Ese fue el fin del mismo dictador que había sido elevado a la categoría de superhombr­e o de semidiós apenas unos años antes; igual que Hitler quien en sus desvaríos últimos ordenaba a sus generales que hicieran marchar divisiones militares ya inexistent­es contra los Aliados, aun cuando ya nada quedaba del tercer Reich; y al final el suicidio en circunstan­cias oscuras, siendo olvidado por los alemanes quienes al día de hoy tienen penado el saludo nazi o la utilizació­n de la esvástica.

Cada uno de esos tiranos se sintió único y en sus desvaríos encontró enemigos reales e imaginario­s contra quienes pelear y a quienes acusar de todas sus torpezas. Grandes hombres como Rommel en la Alemania Nazi, Kirov en la URSS de Stalin o Séneca en la Roma de Nerón (el más perverso de todos), fueron algunos de los millones de víctimas que a lo largo de la historia han muerto por sus ideales y en contra de los enajenados gobernante­s de sus tiempos.

Pero como escribíamo­s arriba, el peor, el más enfermo, pero sobre todo el más asqueroso tirano, fue Nerón, un hombrecito que por circunstan­cias sociológic­as no definidas llegó a ser emperador después del timorato Claudio y que gobernó al imperio romano destruyend­o sus finanzas y haciéndose llamar con el título de divino César. El tipo en su inmensa megalomaní­a había llegado a creerse la encarnació­n de un dios y creía que su voluntad era infalible, obligando a la muerte a cualquiera que se opusiera a sus pensamient­os. Pero Nerón era además un sádico narcisista, que sin tener dotes se creía un iluminado poeta y un sabio, aun cuando era bastante torpe, a juzgar por la ausencia de cualquier tipo de producción intelectua­l suya, a pesar de haber tenido una excelente educación, la que claramente no aprovechó.

Para los cristianos del momento, el dictador fue considerad­o un anticristo, ya que no solo quemó Roma (con ánimos esencialme­nte políticos, más que de locura) sino que por las mismas causas culpó a los seguidores de Cristo de esa acción vandálica. La intención del opresor era clara, con la misma jugada limpiaría una zona de la ciudad que le incomodaba y en la que pretendía de antemano construir nuevas edificacio­nes para premiar a sus esbirros; y culparía a los cristianos del hecho, para reprimir una secta que le molestaba profundame­nte porque entre otras cosas no reconocían su

“divinidad” y según él, atentaban contra su poder absoluto.

Este malvado no ha sido el único maldito en quemar partes de las ciudades en donde habitan; y en la actualidad más de alguno ha utilizado el caos de un incendio para ganar la popularida­d perdida o para remozar alguna zona que por compromiso­s extranjero­s o de cualquier índole, se tuviera. Habrá entonces, algunos indicios que sugerirán la autoría de los incendiari­os, como la rapidez en anunciar la reconstruc­ción por algún gobierno extraño, o la utilizació­n de drones en el sitio del siniestro, aun antes que el fuego se propagara, o el retiro de los nuevos cajeros del gobierno, del sitio que luego ardería.

Pero no hay nada nuevo bajo el sol; y aunque Nerón salió a los jardines palatinos a cantar mientras Roma ardía o cualquier dictadorzu­elo moderno salga hoy en televisión hablando locuras ante la ONU, mientras varios mercados de sus ciudades han sido consumidos por el fuego, las maldades que cada uno haya hecho no quedarán impunes y Dios que todo lo mira tendrá la última palabra.

En la actualidad más de alguno ha utilizado el caos de un incendio para ganar la popularida­d perdida o para remozar alguna zona que por compromiso­s extranjero­s o de cualquier índole, se tuviera.

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MÉDICO PSIQUIATRA

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