NERÓN, EL INCENDIO Y EL DISCURSO
Hace ya demasiado tiempo que los tiranos del mundo se sienten dueños de la vida de aquellos a quienes la mala fortuna les hizo vivir bajo su yugo. Todos creyeron que fueron lo más preciado que le pudo pasar a sus países y sintiéndose, más que elegidos por el destino, la encarnación de Dios o Su instrumento, terminaron destruyendo o aniquilando a propios y extraños, al punto que con frecuencia sus propios hombres o Pueblos los terminaron aborreciendo.
Un caso reciente fue el de Benito Mussolini, quien al final de la guerra acabó siendo asesinado por su misma gente, los que finalmente desnudaron su cadáver y lo colgaron pies arriba, para que la turba se gloriara insultándolo o cometiendo cualquier vejamen sobre sus despojos. Ese fue el fin del mismo dictador que había sido elevado a la categoría de superhombre o de semidiós apenas unos años antes; igual que Hitler quien en sus desvaríos últimos ordenaba a sus generales que hicieran marchar divisiones militares ya inexistentes contra los Aliados, aun cuando ya nada quedaba del tercer Reich; y al final el suicidio en circunstancias oscuras, siendo olvidado por los alemanes quienes al día de hoy tienen penado el saludo nazi o la utilización de la esvástica.
Cada uno de esos tiranos se sintió único y en sus desvaríos encontró enemigos reales e imaginarios contra quienes pelear y a quienes acusar de todas sus torpezas. Grandes hombres como Rommel en la Alemania Nazi, Kirov en la URSS de Stalin o Séneca en la Roma de Nerón (el más perverso de todos), fueron algunos de los millones de víctimas que a lo largo de la historia han muerto por sus ideales y en contra de los enajenados gobernantes de sus tiempos.
Pero como escribíamos arriba, el peor, el más enfermo, pero sobre todo el más asqueroso tirano, fue Nerón, un hombrecito que por circunstancias sociológicas no definidas llegó a ser emperador después del timorato Claudio y que gobernó al imperio romano destruyendo sus finanzas y haciéndose llamar con el título de divino César. El tipo en su inmensa megalomanía había llegado a creerse la encarnación de un dios y creía que su voluntad era infalible, obligando a la muerte a cualquiera que se opusiera a sus pensamientos. Pero Nerón era además un sádico narcisista, que sin tener dotes se creía un iluminado poeta y un sabio, aun cuando era bastante torpe, a juzgar por la ausencia de cualquier tipo de producción intelectual suya, a pesar de haber tenido una excelente educación, la que claramente no aprovechó.
Para los cristianos del momento, el dictador fue considerado un anticristo, ya que no solo quemó Roma (con ánimos esencialmente políticos, más que de locura) sino que por las mismas causas culpó a los seguidores de Cristo de esa acción vandálica. La intención del opresor era clara, con la misma jugada limpiaría una zona de la ciudad que le incomodaba y en la que pretendía de antemano construir nuevas edificaciones para premiar a sus esbirros; y culparía a los cristianos del hecho, para reprimir una secta que le molestaba profundamente porque entre otras cosas no reconocían su
“divinidad” y según él, atentaban contra su poder absoluto.
Este malvado no ha sido el único maldito en quemar partes de las ciudades en donde habitan; y en la actualidad más de alguno ha utilizado el caos de un incendio para ganar la popularidad perdida o para remozar alguna zona que por compromisos extranjeros o de cualquier índole, se tuviera. Habrá entonces, algunos indicios que sugerirán la autoría de los incendiarios, como la rapidez en anunciar la reconstrucción por algún gobierno extraño, o la utilización de drones en el sitio del siniestro, aun antes que el fuego se propagara, o el retiro de los nuevos cajeros del gobierno, del sitio que luego ardería.
Pero no hay nada nuevo bajo el sol; y aunque Nerón salió a los jardines palatinos a cantar mientras Roma ardía o cualquier dictadorzuelo moderno salga hoy en televisión hablando locuras ante la ONU, mientras varios mercados de sus ciudades han sido consumidos por el fuego, las maldades que cada uno haya hecho no quedarán impunes y Dios que todo lo mira tendrá la última palabra.
En la actualidad más de alguno ha utilizado el caos de un incendio para ganar la popularidad perdida o para remozar alguna zona que por compromisos extranjeros o de cualquier índole, se tuviera.