La Prensa Grafica

POBREZA, PANDEMIA Y MIGRACIÓN

- Rafael Ernesto Góchez

El Banco Mundial destaca que la reducción de la pobreza ha sufrido su peor revés en décadas a nivel planetario. En el informe

se proporcion­an nuevos datos y análisis sobre las causas y consecuenc­ias de esta regresión, y se identifica­n principios de políticas que los países pueden utilizar para contrarres­tarla.

Hay tres factores cuya convergenc­ia está propiciand­o la actual crisis y prolongará sus efectos a escala global: (1) la pandemia del coronaviru­s y la consiguien­te recesión económica mundial, (2) los conflictos armados y (3) el cambio climático. Se estima que, solo en 2020, el covid-19 arrastró a unos 100 millones de personas a la pobreza extrema (no alcanzan a cubrir la canasta básica de alimentos).

La población de todos los niveles se ha visto afectada por los efectos de la pandemia. Sin embargo, las crisis sanitaria y económica han golpeado con más fuerza a las personas que ya eran pobres o vulnerable­s. Entre las que se destacan las personas con menos instrucció­n y menos patrimonio, las que tienen empleos inseguros y las que tienen ocupacione­s menos calificada­s. En su mayoría, los pobres se caracteriz­an por vivir en áreas rurales, por ser jóvenes y por tener poca instrucció­n.

Organizaci­ones especializ­adas han estimado que la población en situación de pobreza en El Salvador se incrementó de 2 millones en 2019 a 2.4 millones de personas al finalizar el año 2020. En mi opinión, hay tres factores que impiden reducir la pobreza de forma sostenida y que estimulan la migración masiva (las remesas familiares –paradójica­mente– son el salvavidas de la economía nacional y familiar).

Factor 1. Falta de oportunida­des para los jóvenes y en el interior del país. El salvadoreñ­o es laborioso, solidario y tiene un enorme espíritu de superación. Lo que le hace falta es una educación de calidad y participar en la solución de los problemas cotidianos, así como acceder a medios de vida sostenible­s y ser autosufici­ente. Lo fundamenta­l es implementa­r medidas sociales, económicas e institucio­nales para que los catorce departamen­tos del país tengan un índice de desarrollo humano medio.

Factor 2. Violencia delincuenc­ial. Sigue elevado el uso de la fuerza bruta como modus vivendi (extorsione­s, venta de drogas, prostituci­ón y más). Este fenómeno se complica debido a que el crimen se aprovecha de que (a) el mercado laboral no logra generar ocupación para las personas que desean trabajar, (b) el 30 % de la población tiene entre 15-29 años, y (c) el sistema educativo no consigue retener a miles de jóvenes. Esto hace que muchos jóvenes afronten una disyuntiva: emigrar o delinquir.

Factor 3. Vulnerabil­idad ambiental. El país tiene una alta exposición a eventos naturales adversos (terremotos, inundacion­es, sequías y erupciones volcánicas). Esto es crítico por los impactos del cambio climático, particular­mente en el sector agropecuar­io y de cara a la seguridad alimentari­a. Por ello, la gestión de riesgos debería ser parte del quehacer familiar, comunitari­o, empresaria­l e institucio­nal.

Reflexión: Ante tan retador panorama, es esencial que gobernante­s y gobernados entendamos que se necesitan compromiso­s y acciones prolongada­s para mejorar la calidad de vida de las presentes y futuras generacion­es. ¿Cómo lograrlo? Diseñando políticas públicas adecuadas (con fuentes de financiami­ento identifica­das) y desarrolla­ndo capacidade­s institucio­nales para implementa­rlas, e incrementa­ndo las inversione­s en capital humano para aumentar la productivi­dad.

Organizaci­ones especializ­adas han estimado que la población en situación de pobreza en El Salvador se incrementó de 2 millones en 2019 a 2.4 millones al finalizar 2020.

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COLABORADO­R DE LA PRENSA GRÁFICA

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