POBREZA, PANDEMIA Y MIGRACIÓN
El Banco Mundial destaca que la reducción de la pobreza ha sufrido su peor revés en décadas a nivel planetario. En el informe
se proporcionan nuevos datos y análisis sobre las causas y consecuencias de esta regresión, y se identifican principios de políticas que los países pueden utilizar para contrarrestarla.
Hay tres factores cuya convergencia está propiciando la actual crisis y prolongará sus efectos a escala global: (1) la pandemia del coronavirus y la consiguiente recesión económica mundial, (2) los conflictos armados y (3) el cambio climático. Se estima que, solo en 2020, el covid-19 arrastró a unos 100 millones de personas a la pobreza extrema (no alcanzan a cubrir la canasta básica de alimentos).
La población de todos los niveles se ha visto afectada por los efectos de la pandemia. Sin embargo, las crisis sanitaria y económica han golpeado con más fuerza a las personas que ya eran pobres o vulnerables. Entre las que se destacan las personas con menos instrucción y menos patrimonio, las que tienen empleos inseguros y las que tienen ocupaciones menos calificadas. En su mayoría, los pobres se caracterizan por vivir en áreas rurales, por ser jóvenes y por tener poca instrucción.
Organizaciones especializadas han estimado que la población en situación de pobreza en El Salvador se incrementó de 2 millones en 2019 a 2.4 millones de personas al finalizar el año 2020. En mi opinión, hay tres factores que impiden reducir la pobreza de forma sostenida y que estimulan la migración masiva (las remesas familiares –paradójicamente– son el salvavidas de la economía nacional y familiar).
Factor 1. Falta de oportunidades para los jóvenes y en el interior del país. El salvadoreño es laborioso, solidario y tiene un enorme espíritu de superación. Lo que le hace falta es una educación de calidad y participar en la solución de los problemas cotidianos, así como acceder a medios de vida sostenibles y ser autosuficiente. Lo fundamental es implementar medidas sociales, económicas e institucionales para que los catorce departamentos del país tengan un índice de desarrollo humano medio.
Factor 2. Violencia delincuencial. Sigue elevado el uso de la fuerza bruta como modus vivendi (extorsiones, venta de drogas, prostitución y más). Este fenómeno se complica debido a que el crimen se aprovecha de que (a) el mercado laboral no logra generar ocupación para las personas que desean trabajar, (b) el 30 % de la población tiene entre 15-29 años, y (c) el sistema educativo no consigue retener a miles de jóvenes. Esto hace que muchos jóvenes afronten una disyuntiva: emigrar o delinquir.
Factor 3. Vulnerabilidad ambiental. El país tiene una alta exposición a eventos naturales adversos (terremotos, inundaciones, sequías y erupciones volcánicas). Esto es crítico por los impactos del cambio climático, particularmente en el sector agropecuario y de cara a la seguridad alimentaria. Por ello, la gestión de riesgos debería ser parte del quehacer familiar, comunitario, empresarial e institucional.
Reflexión: Ante tan retador panorama, es esencial que gobernantes y gobernados entendamos que se necesitan compromisos y acciones prolongadas para mejorar la calidad de vida de las presentes y futuras generaciones. ¿Cómo lograrlo? Diseñando políticas públicas adecuadas (con fuentes de financiamiento identificadas) y desarrollando capacidades institucionales para implementarlas, e incrementando las inversiones en capital humano para aumentar la productividad.
Organizaciones especializadas han estimado que la población en situación de pobreza en El Salvador se incrementó de 2 millones en 2019 a 2.4 millones al finalizar 2020.