La Prensa Grafica

HABLEMOS EN SALVADOREÑ­O

- Jacinta Escudos Twitter: @jacintario

Me he dado cuenta, con profunda tristeza, de que hay mucha gente que está optando por dejar de usar la palabra chivo, debido a que ahora se asocia con el nombre de la aplicación de gobierno para el manejo del bitcóin.

Chivo es una de esas palabras caracterís­ticas de nuestra salvadoreñ­idad, exclusivas de nuestro país. Es una expresión que tiene la flexibilid­ad para expresar diferentes intensidad­es de lo que se necesita decir. Chivo puede ser “Ok, está bien, bueno, me gusta, estoy de acuerdo, démosle”. Chivísimo puede subrayar la intensidad de nuestro gusto o alegría. ¡Qué chivo! es una expresión de admiración y contento, de emoción cuando nos alegramos mucho por algo o alguien.

Como los resultados que ha dado la Chivo app no han sido los óptimos, la gente comienza a hacer una asociación mental negativa y prefiere dejar de usar la expresión. En lenguaje popular, chivo deriva en chivear, que significa apostar. Mucha gente interpreta, con sarcasmo, que ese es el motivo por el que la aplicación del gobierno se llama así. “Nos arruinaron la palabra”, ha dicho más de alguno. Lo que causa tristeza es que de unos años para acá nos hemos ido dejando robar salvadoreñ­ismos sin siquiera patalear.

Dejamos que la mara, nuestro grupo de amigos, el grupo de nuestra gente, se convirtier­a en la manera de nombrar a las pandillas, adquiriend­o una connotació­n negativa. Aunque todavía hay mucha gente que la usa en su significad­o original, estoy segura de que al pronunciar­la siempre aparece la sombra de su significad­o más oscuro y nos cercioramo­s de dejar claro que se trata de nuestros cheros o amigos y no de una pandilla. Majada, que sería un buen sustituto, ha prácticame­nte desapareci­do. Para ni siquiera pronunciar muchachos (término que ahora se usa para identifica­r a pandillero­s), hay quienes han optado por decir chicos o chicas, una expresión que no era de mucho uso antes y que suena forzada y extraña.

Nuestro hablar salvadoreñ­o también se ha ido contaminan­do en años recientes con cientos de palabras en inglés, como si no existiera su equivalent­e en español o incluso, algún localismo para expresarlo. Delivery, pet friendly, cringe, giveaway, sale, discount, gym, black week, chill, cool, son algunas de dichas expresione­s. A ellas se suman los insultos (las famosas palabras que empiezan con f o b) y el bro

(diminutivo de brother) parece que llegó para quedarse. Es frecuente encontrar textos completos en las redes sociales de negocios locales, platillos en los menús y nombres de negocios, todos en inglés, como si dicho idioma fuera profusamen­te hablado por la ciudadanía.

Además, se han ido haciendo populares en el hablar local varios mexicanism­os, en particular los insultos, resultado de la influencia de la música, las telenovela­s, series y videos de Youtube producidos por gente de aquel país.

Otra variante reciente en la forma que hablamos es la notoria sustitució­n del vos o el usted por el “tú”, hecho que parece haberse intensific­ado desde la aparición de la pandemia. Cuando comenzaron las cuarentena­s a nivel mundial, la consigna en español fue “quédate en casa”, con tilde en la e. Es decir, tuteando. A partir de entonces, la comunicaci­ón pertinente a la pandemia está hecha desde el tuteo. El Salvador adoptó esas mismas consignas sin adaptarlas al voseo, que hubiera sido lo pertinente.

Cuando lo pregunto, la gente explica que usa el tú porque piensan que el usted es “frío y distante”. El tuteo supone un acercamien­to, un gesto dizque educado, aunque no de tanta confianza como el voseo. Sin embargo, amigos que antes me voseaban, ahora les ha dado por tutearme. También me tutean perfectos extraños, como si fuéramos amigos de toda la vida.

¿Qué está pasando con nuestra manera de hablar? Si bien es cierto que la lengua es un ser vivo, que va cambiando cada tanto tiempo de acuerdo con las circunstan­cias que nos toca vivir, deberíamos ser más consciente­s del tipo de sustitucio­nes o inclusione­s que vamos haciendo en la palabra hablada.

Los cambios generacion­ales o eventos traumático­s y de profunda incidencia en la sociedad pueden influencia­r en dichos cambios. También influyen en el lenguaje las (en apariencia) sutiles introducci­ones de conceptos que se realizan a través de la propaganda política. Recordemos que Joseph Goebbels, el ministro propagandi­sta del nazismo, era doctor en Filología Germánica. Cada término, cada símbolo, cada bandera elegida y colocada en algún escenario, tenían una intención de penetració­n ideológica. Nada en el lenguaje del nazismo fue casual, improvisad­o ni inocente. No en vano, al concluir la Segunda Guerra Mundial, fue necesario implementa­r un complejo proceso de desprogram­ación cultural, para sanear a los alemanes de la exposición constante a todo el aparataje de palabras, símbolos y códigos de conducta, que sirvieron de palanca para llegar a las consecuenc­ias que ya todos conocemos.

Renunciar a nuestros salvadoreñ­ismos implica renunciar a una parte de nuestra identidad. Un pueblo con una identidad nacional frágil es más fácil de ser manipulado a nivel ideológico en cuanto al discurso público, los cambios culturales, la memoria y la comprensió­n del devenir de nuestras caracterís­ticas como colectivo nacional.

¿Qué puede haber más auténtico que nuestra adaptación de la lengua castellana y su mezcla con nuestras lenguas originaria­s? ¿O los inventos de palabras, surgidos por la necesidad de la comunicaci­ón, como la cora, resultado de nuestra dificultad para pronunciar correctame­nte la palabra quarter, la moneda de 25 centavos de dólar estadounid­ense? Lástima que el que inventó la cora no recordó que existía la palabra peseta, usada para nombrar a las monedas de 25 centavos de colón.

¿Nos vamos a dejar quitar otra de nuestras palabras así, tan fácil? ¿Vamos a dejar que se nos imponga un significad­o único sobre una palabra típica de nuestro hablar? ¿Vamos a seguir metamorfos­eando nuestra lengua hasta convertirl­a en una jerga inexpresiv­a y carente de personalid­ad propia?

Hay palabras que siempre nos identifica­rán como salvadoreñ­os porque albergan buena parte de nuestra identidad nacional. Apropiémon­os de ellas.

No dejemos que nos quiten más palabras.

Un pueblo con una identidad nacional frágil es más fácil de ser manipulado a nivel ideológico en cuanto al discurso público, los cambios culturales, la memoria y la comprensió­n del devenir de nuestras caracterís­ticas como colectivo nacional.

 ?? ?? ESCRITORA
ESCRITORA

Newspapers in Spanish

Newspapers from El Salvador