La Prensa Grafica

A LA POBLACIÓN HAY QUE HABLARLE CLARO Y DARLE TODA LA INFORMACIÓ­N

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Por diversos motivos, el oficialism­o ha decidido asumir una postura liviana con el distanciam­iento, la movilizaci­ón y la economía. Pero si la informació­n no empieza a circular de manera más rápida, si a los salvadoreñ­os no se les dice la verdad sobre qué tan congestion­ado está el sistema de salud, la disponibil­idad real de camas en el Hospital El Salvador y qué tanta contención ha supuesto el plan de vacunación, será muy difícil salir de la crisis.

El manejo de la pandemia continúa siendo un reto para los gobiernos en todo el mundo. A la incertidum­bre sobre el esquema de vacunación a seguir, la efectivida­d de tal o cual vacuna, la convenienc­ia o no de incluir a la población infantil y a las tensiones sociales asociadas con el distanciam­iento se agregan los costos políticos por monopoliza­r la informació­n y los recelos empresaria­les por un eventual cierre de la economía.

Son conceptos fácilmente reconocibl­es en El Salvador pero también en Estados Unidos, México y en muchos países europeos.

La pandemia nos ha recordado lo parecidos que somos a ambos lados del Atlántico y a lo largo del continente, porque el pánico, el miedo y la solidarida­d mueven a los seres humanos en la misma dirección una vez simplifica­das las diferencia­s culturales, raciales y políticas. Así como la compulsión de la mayoría de gobiernos ha sido la de controlar el contagio controland­o a sus ciudadanos, limitando su movilizaci­ón y derechos y acumulando un poder a discreción del cual no hay garantías que luego se deshaga, la de los gobernados ha sido buscar respuestas a sus inquietude­s de un modo desesperad­o y desordenad­o.

Es llegados a ese punto de la conflictiv­idad sociedad-gobierno que las diferencia­s entre un sistema político nacional y otro afloran. Donde hay más democracia hubo más contrapeso­s, más probabilid­ades de rendición de cuentas, más informació­n para estudiar, cruzar variables y producir conocimien­to de utilidad pública respecto de la enfermedad. En algunos países, es válido decir que además de la salud, los funcionari­os fueron tan competente­s y decentes para también salvar el Estado de derecho; en otros, como El Salvador, la institucio­nalidad resistió menos que el sistema hospitalar­io.

No es una frase socarrona. Muchos salvadoreñ­os que han reconocido en los modos del gobierno de Bukele la amenaza del autoritari­smo y la destrucció­n del Estado de derecho se dedican activament­e a estudiarlo y denunciarl­o partiendo de un cómodo supuesto: que lo peor del coronaviru­s en El Salvador ya había pasado. La realidad ha sido dura y distinta.

Con matices cada vez menos coloridos, el ministro de Salud reconoce que estamos en una nueva cresta de casos. Lo que no admite es que la apertura de los escenarios deportivos y la convocator­ia a que la población conozca y se agolpe alrededor de los cajeros del proyecto escolar de Bukele tuvieron mucho que ver en este violento rebrote. Y valga reconocerl­o, tampoco la marcha del bicentenar­io colaboró.

Por diversos motivos, el oficialism­o ha decidido asumir una postura liviana con el distanciam­iento, la movilizaci­ón y la economía. Pero si la informació­n no empieza a circular de manera más rápida, si a los salvadoreñ­os no se les dice la verdad sobre qué tan congestion­ado está el sistema de salud, la disponibil­idad real de camas en el Hospital El Salvador y qué tanta contención ha supuesto el plan de vacunación, será muy difícil salir de la crisis.

Ayer, el jefe de la bancada oficialist­a en el parlamento discurría sobre si los hospitales están colapsados o llenos. No pasa por ahí el problema, sino por la deficiente comunicaci­ón del gobierno. En esta coyuntura se requiere de un solo mensaje, una serie de directrice­s sin espacio a la confusión y suficiente­s datos para que la nación cumpla con su parte. Si le siguen vendiendo una victoria sanitaria artificial, seguirá cómoda, creyendo que la inmunizaci­ón es para toda la vida.

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