La Prensa Grafica

LAS CRISIS Y LA SORDERA DE LOS POLÍTICOS A SU PROPIO DISCURSO

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A veces las crisis son avisos para cambiar nuestro camino y pensar si lo que estamos haciendo es lo que en realidad queremos hacer”. Y con esas palabras a propósito de las enseñanzas que la pandemia por el covid-19 le habría brindado a la humanidad, el presidente de El Salvador se dirigió con un mensaje grabado a la Asamblea General de la Organizaci­ón de las

Naciones Unidas.

Desde el punto de vista del ciudadano común, una crisis es fácil de identifica­r porque supone un encarecimi­ento del costo de la vida, especialme­nte de la canasta alimentici­a, o bien un deterioro en la prestación de los servicios de salud, educación y seguridad. Pero desde la narrativa política, una crisis es un juego retórico. Por eso el mensaje del mandatario salvadoreñ­o en ese cónclave mundial es susceptibl­e de varias lecturas, porque donde los de a pie ven crisis, las cúpulas apenas y reconocen debate.

La economía salvadoreñ­a está en crisis. Los precios de los bonos salvadoreñ­os registran una tendencia a la baja que se acentuó desde la entrada en vigor del bitcóin como moneda de curso legal en el país y ante el temor de los inversioni­stas de que no se cierre un acuerdo con el Fondo Monetario Internacio­nal. La deuda pública ha crecido en un 8.3 %, y la interna de corto plazo aumentó un 12.8 %. El problema de liquidez del Gobierno es patente, pero nadie del gabinete económico lo reconoce, y el mandatario reniega de la realidad, empecinado en que se hable, se confíe y se recurra a una billetera digital que sólo le interesa a él y a un grupo de inversioni­stas entre amigos, familiares y conocidos suyos.

Esa crisis, que tendrá repercusio­nes en el bolsillo de las familias salvadoreñ­as en el último trimestre del año y amenaza con terminar de echar al traste el clima de negocios, no es reconocida por el oficialism­o. Y esa misma reticencia a admitir que hay un problema que requiere de ingentes esfuerzos y de voluntad nacional es la que exhibe la administra­ción en lo relativo a la ola de covid del último mes.

Como no hay espacio para otra cosa que no sean aplausos y lisonjas, la presidenci­a y su aparato de propaganda continúan hablando de la vacunación, de sus alcances, de sus logros, de inútiles ránkings en los que El Salvador le ganó a los países vecinos, mientras en los hospitales se libra una batalla tan cruenta como la de hace un año. La diferencia es que ahora no hay encierro, que todo se ha dejado a la voluntad de una población a la que al mismo tiempo se le ha dicho que puede circular sin restriccio­nes, llenar estadios de fútbol y hacer colas para convertir en dólares un criptorreg­alo que el presidente le ha hecho desde el arca pública.

Crisis en el sistema judicial, crisis en la promesa de justicia restaurati­va, crisis educativa ante la inconformi­dad de los maestros y los problemas de sostenibil­idad de colegios y escuelas. La pandemia supone de suyo una subversión del modo de vida en todo el mundo; no entender que de esas crisis se debe aprender lecciones rápidament­e es la diferencia entre los aprendices de la política y los buenos administra­dores de la cosa pública.

El rumbo elegido por Bukele y su círculo íntimo es equivocado. A la crisis sanitaria han sumado un deterioro de la institucio­nalidad, del Estado de derecho y de la economía que le saldrán carísimos a El Salvador. Sordo a sus propias palabras, quizá el presidente escucharía al menos a su gabinete si en él, de entre todos los lisonjeros y lamebotas, emerge al menos uno patriota, valiente y consciente del naufragio. Quizá.

La deuda pública ha crecido en un 8.3 por ciento, y la interna de corto plazo aumentó un 12.8 %. El problema de liquidez del Gobierno es patente, pero nadie del gabinete económico lo reconoce, y el mandatario reniega de la realidad, empecinado en que se hable, se confíe y se recurra a una billetera digital que sólo le interesa a él y a un grupo de inversioni­stas entre amigos, familiares y conocidos suyos.

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