PRIORIDADES
¿Cuál es la prioridad del presidente de El Salvador? Es una pregunta legítima, que tenemos que plantearnos, aunque quizás la necesidad de hacerlo sea desde ya una mala señal para el principal interesado. Varias respuestas son posibles y una certidumbre: los salvadoreños no son la prioridad de Bukele.
Es el colmo para un político que ha basado toda su retórica en aquella noción tan abstracta, compleja, difusa y por tanto práctica, que es el “pueblo”. Ese “pueblo” lo ha puesto en el centro de su discurso, asegurando y repitiendo todas las veces que sean necesarias que es su único jefe, al que representa y, por consiguiente, obedece. No hace falta decir que esa construcción es de facto problemática y tramposa en el sistema de gobernación que conocemos, es decir, el de la democracia indirecta. Pero el error se ha acentuado últimamente con la llegada de la contradicción al discurso mismo.
¿Cómo justificar que gobierna por y para el pueblo cuando este, entendido entonces como la mayoría de salvadoreños, rechaza la política en cuestión? ¿Qué pasa cuando ese pueblo, esa misma mayoría, acude a la calle para protestar contra una medida y su dinámica? En ese caso, con el fin de mostrar alguna coherencia, se retrocede y anula la decisión rechazada. Es precisamente lo que ha ocurrido con el bitcóin, o al menos en parte. Pues una mayoría de salvadoreños sí manifestó su rechazo contra la ley de implementación de la criptomoneda en el país, pero Bukele no hizo marcha atrás en ningún momento y hasta negó cualquier discusión.
Y sin embargo, ahí están las encuestas que muestran el rechazo mayoritario del bitcóin, la concentración multitudinaria en las calles para mostrar el descontento contra eso y a partir de ello, contra la corrupción y el autoritarismo. Al fin y al cabo, contra lo mismo de siempre.
Así Bukele se encuentra nuevamente atrapado en sus propia trampa. Por un lado, prisionero de su retórica, de su justificación permanente, de su propio “pueblo”; por el otro, prisionero de su blanco favorito, de su chivo expiatorio, de “lo mismo de siempre”, que finalmente representa mejor que nadie. Ahí sí funciona: es el mejor embajador de lo que tanto condena, de “lo mismo de siempre”. En peor.
No le importan todos los salvadoreños de carne y hueso que dice representar. Como no le importan los salvadoreños, también de carne y hueso, que desaparecen y que sus conocidos buscan desesperadamente mientras él pasea por Twitter atento a las anecdóticas e ilusorias evoluciones de su defectuosa Chivo Wallet; cuyos padres lloran mientras él posiciona soldados alrededor de los cajeros Chivo; cuyos familiares y amigos piden atención, investigación y justicia mientras él lamenta las destrucciones materiales, contra sus cajeros, realizada además por misteriosos individuos marginales. Eso sí lo condena en Twitter. Pero nada para las verdaderas víctimas y sus familias. Nada antes, nada después. Solo quedan los desaparecidos y los abandonados.
¿Dónde están Karen y Eduardo? Y tantos otros. Podrían ser sus hijos, nuestros hermanos, nuestros primos, nuestros amigos. Todos los desaparecidos en nuestro país son ahora nuestros amigos, como sus familiares, que debemos ayudar. “No tiene nombre este sentimiento” dice llorando la joven mamá de Karen y Eduardo, “solo quiero encontrarlos”, añade. Esa debería ser la prioridad, señor presidente. Eso es lo que de verdad importa. Encontrarlos y asegurarse que nadie tenga que vivir semejante tragedia.
Como no le importan los salvadoreños, también de carne y hueso, que desaparecen y que sus conocidos buscan desesperadamente mientras él pasea por Twitter atento a las anecdóticas e ilusorias evoluciones de su defectuosa Chivo Wallet.