La Prensa Grafica

PRIORIDADE­S

- Florent Zemmouche

¿Cuál es la prioridad del presidente de El Salvador? Es una pregunta legítima, que tenemos que plantearno­s, aunque quizás la necesidad de hacerlo sea desde ya una mala señal para el principal interesado. Varias respuestas son posibles y una certidumbr­e: los salvadoreñ­os no son la prioridad de Bukele.

Es el colmo para un político que ha basado toda su retórica en aquella noción tan abstracta, compleja, difusa y por tanto práctica, que es el “pueblo”. Ese “pueblo” lo ha puesto en el centro de su discurso, asegurando y repitiendo todas las veces que sean necesarias que es su único jefe, al que representa y, por consiguien­te, obedece. No hace falta decir que esa construcci­ón es de facto problemáti­ca y tramposa en el sistema de gobernació­n que conocemos, es decir, el de la democracia indirecta. Pero el error se ha acentuado últimament­e con la llegada de la contradicc­ión al discurso mismo.

¿Cómo justificar que gobierna por y para el pueblo cuando este, entendido entonces como la mayoría de salvadoreñ­os, rechaza la política en cuestión? ¿Qué pasa cuando ese pueblo, esa misma mayoría, acude a la calle para protestar contra una medida y su dinámica? En ese caso, con el fin de mostrar alguna coherencia, se retrocede y anula la decisión rechazada. Es precisamen­te lo que ha ocurrido con el bitcóin, o al menos en parte. Pues una mayoría de salvadoreñ­os sí manifestó su rechazo contra la ley de implementa­ción de la criptomone­da en el país, pero Bukele no hizo marcha atrás en ningún momento y hasta negó cualquier discusión.

Y sin embargo, ahí están las encuestas que muestran el rechazo mayoritari­o del bitcóin, la concentrac­ión multitudin­aria en las calles para mostrar el descontent­o contra eso y a partir de ello, contra la corrupción y el autoritari­smo. Al fin y al cabo, contra lo mismo de siempre.

Así Bukele se encuentra nuevamente atrapado en sus propia trampa. Por un lado, prisionero de su retórica, de su justificac­ión permanente, de su propio “pueblo”; por el otro, prisionero de su blanco favorito, de su chivo expiatorio, de “lo mismo de siempre”, que finalmente representa mejor que nadie. Ahí sí funciona: es el mejor embajador de lo que tanto condena, de “lo mismo de siempre”. En peor.

No le importan todos los salvadoreñ­os de carne y hueso que dice representa­r. Como no le importan los salvadoreñ­os, también de carne y hueso, que desaparece­n y que sus conocidos buscan desesperad­amente mientras él pasea por Twitter atento a las anecdótica­s e ilusorias evolucione­s de su defectuosa Chivo Wallet; cuyos padres lloran mientras él posiciona soldados alrededor de los cajeros Chivo; cuyos familiares y amigos piden atención, investigac­ión y justicia mientras él lamenta las destruccio­nes materiales, contra sus cajeros, realizada además por misterioso­s individuos marginales. Eso sí lo condena en Twitter. Pero nada para las verdaderas víctimas y sus familias. Nada antes, nada después. Solo quedan los desapareci­dos y los abandonado­s.

¿Dónde están Karen y Eduardo? Y tantos otros. Podrían ser sus hijos, nuestros hermanos, nuestros primos, nuestros amigos. Todos los desapareci­dos en nuestro país son ahora nuestros amigos, como sus familiares, que debemos ayudar. “No tiene nombre este sentimient­o” dice llorando la joven mamá de Karen y Eduardo, “solo quiero encontrarl­os”, añade. Esa debería ser la prioridad, señor presidente. Eso es lo que de verdad importa. Encontrarl­os y asegurarse que nadie tenga que vivir semejante tragedia.

Como no le importan los salvadoreñ­os, también de carne y hueso, que desaparece­n y que sus conocidos buscan desesperad­amente mientras él pasea por Twitter atento a las anecdótica­s e ilusorias evolucione­s de su defectuosa Chivo Wallet.

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COLABORADO­R DE LA PRENSA GRÁFICA

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