EL DÍA DE LA INDEPENDENCIA Y EL MIEDO DEL DICTADOR
El 15 de septiembre, algo cambió. Antes de esa fecha, los salvadoreños que hasta entonces solo hablaban en voz baja y se lamentaban en la intimidad de sus hogares sobre la inseguridad, el desempleo, el poder que las maras tienen en nuestro país y de los interminables atropellos del gobierno; ese día se hartaron y salieron a la calle a enfrentarse con los petulantes opresores, que desde el Ejecutivo y su apéndice legislativo, no han hecho otra cosa que endeudar al país, acabar con la democracia y pretender infundir miedo en la población para que nadie se manifieste en contra.
Resultaría jocoso, si no fuera dramático, cómo los títeres de bukele; y él mismo, que es un muñeco de ventrílocuo en manos de la señora Sarah Hanna y del ejército de mercenarios venezolanos que trabajan para el régimen, han intentado descalificar cualquier acción de rechazo que la oposición haya tenido; sugiriendo que solo somos el tres por ciento, o que ARENA, el Frente y los otros partidos de oposición no pueden ya convocar a nadie y que todos somos insignificantes, pero han hecho todo lo que han podido para desarticular las marchas, desde infiltrar esbirros, hasta ordenar a su Policía, para que pare camiones y autobuses, tratando de impedir cualquier concentración.
El régimen del dictador ha amenazado con usar gases tóxicos contra la población desarmada y no tiene empacho en burlarse de los ancianos y de las mujeres, porque al fin y al cabo su caudillo es un misógino declarado que tampoco tolera la experiencia de los años (lo que explicaría por qué el cuarentón canoso que es bukele se tiñe el pelo y se disfraza de quico, con gorra de marinero, pero con pantalones largos porque se avergüenza de su propia figura).
Ese glorioso quince de septiembre, el tirano no veía venir una marcha con 60 mil patriotas de todos los colores políticos y de todos los estratos sociales, ordenándole que renunciara y cantando a coro cuál es la ruta y con el sobrenombre que él mismo se labró. Don bukele no tuvo otra opción que parar los festejos que tenía preparados para las 3 de la tarde y a falta del Pueblo, que le dio la espalda, se dedicó a hablar delante de sus guardias y del honorable Cuerpo Diplomático, a quien volvió a insultar y hoy, además, a responsabilizar por una concentración que como pocas fue totalmente orgánica y con un auto control envidiable, a pesar de los sicarios que había mandado para vandalizar el espontáneo festejo. ¿Será que se gastó el millón de dólares que sus esbirros de la Asamblea le obsequiaron, para pagar la moto que ellos mismos quemaron y las latas de pintura y los salarios de esos facinerosos? Probablemente nunca lo sepamos, porque este régimen, como cualquier otra dictadura, no tolera la transparencia y nunca ha rendido cuentas.
El Día de la Independencia marcó un cambio en la actitud de la ciudadanía; y septiembre giró para el Calígula guanaco a lo que no estaba acostumbrado y que no sabe tolerar. La gente venció el miedo y quedó a la vista de todos, incluyendo a los gobiernos extranjeros, lo que siempre supimos, pero que la gente no se atrevía a decir: bukele solo recibió el 27 % de los votos electorales y ganó con eso; quienes no lo hicimos fuimos y somos la inmensa mayoría; y aunque el estilo del sátrapa ha sido siempre insultar a quienes se le oponen, cada vez va teniendo menos éxito; y la gente empieza a expresarse con más fuerza y mientras lo hacen, el dictador, cobarde como es, se esconde tras las enaguas del Ejército y evidencia su temor. Hoy es claro que aquellos estudiantes a los que engañó, junto a los obreros y profesionales, veteranos de guerra y desempleados, empresarios y gente común, han coreado al unísono: “Basta ya, usurpador; no al bitcóin ni a la reelección... tenemos claro cuál es la ruta...”.
No paremos, salvadoreños, aunque algunos caigamos por el afán de rescatar la libertad y la democracia en nuestra Tierra; que Dios siempre nos habrá de acompañar.
Aunque el estilo del sátrapa ha sido siempre insultar a quienes se le oponen, cada vez va teniendo menos éxito; y la gente empieza a expresarse con más fuerza y mientras lo hacen, el dictador, cobarde como es, se esconde tras las enaguas del Ejército y evidencia su temor.