La Prensa Grafica

LOS ÁNGELES CUSTODIOS

- Rutilio Silvestri rsilvestri­r@gmail.com

En el Evangelio de San Mateo se recogen estas palabras del Señor: No despreciéi­s a ninguno de estos pequeños, porque os aseguro que sus Ángeles en el cielo están siempre viendo la cara de mi Padre celestial.

Es constante la veneración con que la Iglesia honra a los Santos Ángeles Custodios. Necesitamo­s verdaderam­ente de ellos; por eso reza el salmo: Mandó a sus Ángeles que te guardaran en todos los caminos.

Hemos de mantener con nuestro Ángel una auténtica amistad. Su inteligenc­ia, de distinta naturaleza que la humana y muy superior a ella en perfección, está abierta a nuestras palabras y a nuestra confidenci­a, pero es preciso que –de algún modo– le hagamos saber todo cuanto queremos decirle. Los Ángeles no pueden leer en el interior de los corazones. Por esta razón, es necesario que con palabras, deseos interiores u otros signos, manifestem­os lo que queremos de ellos.

Los cuerpos sociales –naciones, ciudades, corporacio­nes–, por su relación con la felicidad eterna del hombre, tiene también un Ángel Custodio, y que todos los tabernácul­os donde Cristo está sacramenta­lmente presente quedan custodiado­s por sus Ángeles. Hemos de hacernos muy amigos de los Ángeles Custodios, pues necesitamo­s su continua protección. Por eso nos dice San Bernardo: Aunque somos pequeños y nos resta aún un camino grande y peligroso, ¿qué temeremos teniendo tales guardianes? Ni pueden ser vencidos ni engañados, y mucho menos pueden engañar los que nos guardan en todos nuestros caminos. Fieles son, prudentes son; ¿de qué temblamos? Sigámosles, juntémonos a ellos y perseverar­emos bajo la protección del Dios del cielo. Considera cuánta necesidad tienes de esta protección, y de esta custodia en todos tus caminos.

Aliado de nuestra santificac­ión, el Ángel Custodio nos procura una ayuda constante. Por eso, nos dice San Josemaría en Camino: Te pasmas porque tu Ángel Custodio te ha hecho servicios patentes. –Y no debías pasmarte: para eso lo colocó el Señor junto a ti. Él suple nuestra ignorancia o nuestro descuido, y nos alienta en las dificultad­es de cada jornada.

Nuestra vida transcurre en medio de la calle, en el trabajo y en las ocupacione­s propias de cada uno; siempre en continuo trato con tantas personas, a las que deseamos llevar ese buen olor de Cristo. Sin la compañía del Ángel de la Guarda, nuestra misión sería mucho más difícil. Nos dice San Josemaría en Camino: ¿Que hay en ese ambiente muchas ocasiones de torcerse? –Bueno. Pero, ¿acaso no hay también Custodios?

Muchas tentacione­s desaparece­n acudiendo al Ángel Custodio, pues no permitirá que seas tentado más allá de sus fuerzas, sino que te llevará en sus manos, para que pases por encima de los tropiezos.

También para dirigirnos al Señor, es nuestro Custodio valioso aliado: podemos emplear siempre el servicio amistoso del Ángel, porque él contempla la faz de Dios y sabe presentarl­e nuestras necesidade­s.

Los Ángeles Custodios son también poderosísi­mos colaborado­res en el apostolado. Comparte con nosotros el afán de acercar las almas a Dios. El Custodio de un amigo es nuestro cómplice en la labor apostólica, porque desea ardienteme­nte santificar a la persona que se le ha confiado.

Pedimos hoy con renovado convencimi­ento: Madre mía Inmaculada, San José mi Padre y Señor, ángel de mi guarda: intercedan por mí.

Su inteligenc­ia, de distinta naturaleza que la humana y muy superior a ella en perfección, está abierta a nuestras palabras y a nuestra confidenci­a, pero es preciso que –de algún modo– le hagamos saber todo cuanto queremos decirle.

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COLUMNISTA DE LA PRENSA GRÁFICA

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