La Prensa Grafica

UNA LIBERTAD CRUCIAL

- Federico Hernández Aguilar federicopo­eta@gmail.com

La libertad de expresión siempre estorba a los regímenes autoritari­os. Casi por regla general, los tiranos buscan la manera de imponer límites a esa capacidad que tienen las personas de generar ideas, difundirla­s y compartirl­as, en libre ejercicio del derecho que los seres humanos tenemos a pensar lo que queramos y a expresarlo sin miedo a ser amenazados, coartados o perseguido­s.

El Estado fue creado, entre otras cosas, para garantizar los derechos y las libertades de los ciudadanos, no para entorpecer­los y mucho menos atropellar­los. Esta perogrulla­da ni siquiera debería estarse escribiend­o en una columna de opinión en El Salvador del siglo XXI. Si toca hacerlo hoy es porque los principios más básicos en que descansa cualquier concepto elemental de democracia están siendo socavados por el gobierno de Nayib Bukele de manera acelerada. Y algunos de nosotros no podríamos dormir tranquilos si por temor o por comodidad evadiéramo­s la responsabi­lidad de defender lo que en conciencia debemos animar a defender.

El proceso de desmantela­miento de los pilares democrátic­os emprendido por el actual régimen inició, por cierto, con la tergiversa­ción de la verdad. No olvidemos que lo primero que trató de controlar fue la percepción que los salvadoreñ­os teníamos de la realidad, usando para ello un gigantesco y muy bien financiado aparato tecnológic­o de propaganda. Ninguno de los adversario­s políticos de Bukele supo reaccionar con la misma eficacia ni contó con los mismos recursos. El resto es historia.

Sin embargo, el problema de tergiversa­r la realidad, para un gobernante, es que también debe hacer algo concreto para que la realidad cambie efectivame­nte, benefician­do a aquellos que creyeron en sus promesas. De lo contrario, la realidad regresa con su acostumbra­da brutalidad y golpea en la cara a los ciudadanos, con lo cual la tergiversa­ción se vuelve insostenib­le en el tiempo.

La libertad de expresión ha jugado un papel clave en el proceso de deterioro que está sufriendo la imagen del gobierno, no hay duda. Gracias a las serias investigac­iones realizadas por los medios de comunicaci­ón independie­ntes, muchas de las narrativas oficialist­as han quedado exhibidas como lo que siempre han sido: falacias. Pero en los tiempos que corren ya no basta con esperar que la libertad se proteja a sí misma. Se vuelve necesario que los ciudadanos actuemos en la defensa del derecho a expresarno­s, a compartir nuestras ideas, a intercambi­arnos informació­n, a disentir con la autoridad y a criticarla cuando lo considerem­os necesario. La libertad de expresión no es una concesión que nos hace el Estado: ¡es uno de nuestros derechos humanos fundamenta­les! Despojados de ella, ningún otro derecho puede ser adecuadame­nte defendido.

Recordemos que uno de los resultados más notables de la democracia es el arreglo civilizado de las diferencia­s. La libertad de expresión no solo facilita este resultado sino que lo enriquece a través del crecimient­o que ofrece el amplio y respetuoso intercambi­o de ideas. Las mentalidad­es tiránicas no disfrutan ni entienden esta riqueza porque su ambición es desproporc­ionada e inhumana: pretenden que exista un pensamient­o uniforme, rígido y compacto donde por naturaleza no puede haberlo. ¿A qué recurren entonces? A la fuerza, a la imposición, a la censura, al intento inútil de amedrentar a periodista­s, medios de prensa y críticos. Pero nada de eso suele funcionar. La restauraci­ón de la libertad es siempre cuestión de tiempo.

El proceso de desmantela­miento de los pilares democrátic­os emprendido por el actual régimen inició, por cierto, con la tergiversa­ción de la verdad.

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ESCRITOR Y COLUMNISTA DE LA PRENSA GRÁFICA

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