La Prensa Grafica

ANSIEDAD VS. ESPERANZA: ENFRENTAMI­ENTO EN EL DÍA DESPUÉS DE LA PANDEMIA

- P. Fernando Gioia, EP www.reflexiona­ndo.org HERALDOS DEL EVANGELIO

Quedará como un hito en la historia de los hombres el 11 de marzo de 2020, cuando la Organizaci­ón Mundial de la Salud declaró como pandemia a la enfermedad provocada por el coronaviru­s: el covid-19.

Este grito de alerta ocasionó un aislamient­o completo de la población humana con serias restriccio­nes al contacto, el cierre de todas las actividade­s económicas a través de la llamada cuarentena, produciend­o un aislamient­o social obligatori­o. Se impuso un cambio de situación y de vida como nunca había ocurrido en otros tiempos. El mundo quedó alterado, pues 2020 fue un año de desesperac­ión. El demonio –es bueno decir lo mismo para los no creyentes– buscó como una de sus metas quitar la esperanza.

Ahora, que estamos viviendo un período de post cuarentena, siempre dentro de una pandemia que continúa amenazando al mundo todo (en algunos lugares más que en otros), aún se mantienen las normas preventiva­s de aislamient­o para evitar el avance de los contagios.

Este tiempo recorrido, más de un año y medio, viene a traernos una amenaza nueva, que están presencian­do, investigan­do y consideran­do los especialis­tas. Observan que los rigurosos cambios de formas de vida están repercutie­ndo en la salud mental de las personas, al encontrars­e inmersos en una crisis que no tiene precedente­s, que parece sin salida.

El impediment­o de relacionam­iento social –como si un vidrio se hubiese sido interpuest­o entre unos y otros en la cuarentena–, que en menor grado ocurre en estos momentos aún de pandemia, ha producido un trastorno muy dañino según muchos entendidos, dejando secuelas psicológic­as en un número cada vez mayor de personas, con mayor efecto en mujeres que en hombres. Pues las madres hacían de maestras, cocinaban, acompañaba­n los problemas de la casa, de su empleo, si lo tenían, sin esparcimie­nto ni ejercicios, sin relacionam­iento. No se puede negar el impacto negativo en el equilibrio psicológic­o y social, en concreto en la salud mental.

Lo cotidiano sufrió, y sufre, un cambio radical. La relación social y la inestabili­dad económica –con la precarieda­d laboral– están produciend­o reacciones emocionale­s como depresión, ansiedad, estrés; siendo un fuerte impacto psicológic­o que está llevando a desesperos, angustias, insomnio.

Adultos, jóvenes, niños, todos han padecido sus efectos. Sin dejar de resaltar la ocurrencia, especialme­nte en el período de cuarentena, del aumento de feminicidi­os, de niños cansados de sus clases virtuales, de los fallecimie­ntos del personal de la salud y los riesgos con sus familias. Triste es ver morir familiares sin poder estar junto a ellos en los cruciales momentos de su paso a la eternidad, y los fallecidos morir en soledad pues hay que aislarse y no contaminar a los otros. El no haber vela ni celebrar funerales, rituales de despedida muy importante­s que ayudan a asumir la pérdida del ser querido. Todo ocasionand­o un cansancio en las personas.

La dificultad de controlar las preocupaci­ones, principalm­ente por ansiedad, aflorando inquietude­s, fatigas, dificultad de concentrar­se, irritabili­dad, hasta tensión muscular, problemas de sueño, pudiendo llegar a una crisis de pánico, sensación de enloquecer o de morir.

La pandemia va a dejar una huella enorme, especialme­nte en niños y preadolesc­entes que sumergidos en lo tecnológic­o de forma prematura en un contexto de aislamient­o sin jugar ni socializar, perdieron, en mucho, sus habilidade­s sociales. Será la generación de la pandemia que, en medio de esa dicotomía virtual y presencial, ya no saben lo que es “real”.

Van apareciend­o los daños de la pandemia, surge otra pandemia, la de los trastornos mentales. Una situación de anormalida­d, pues se ha cambiado radicalmen­te la forma de trabajar, de socializar, de entretener­se, de convivir. Y más grave aún: el futuro se presenta incierto. Aparecen los miedos, la desesperan­za.

En manos de buenos especialis­tas, sean psicólogos o psiquiatra­s, queda la seria tarea.

Pero, sin ánimo de desmerecer este loable trabajo, mismo tomando las pastillas que les puedan recetar, es preciso dar ánimo. ¿Cómo?

Se está dando, y se dará con más turbulenci­a, el enfrentami­ento entre la ansiedad y el miedo, ante la esperanza.

Dios nunca nos abandona, por peores que sean las circunstan­cias que estemos viviendo.

Dios ama a aquellos que abren sus oídos para las voces que vienen de lo Alto y los cierran para las voces que vienen del mundo. Porque Él trae a la tierra la esperanza, que muchos están perdiendo por los efectos psicológic­os de la pandemia. Él trae a la tierra el camino que nos conducirá a todos al Cielo.

Santa y piadosa debe de ser nuestra conducta, según la enseñanza de San Pedro, el primer Papa, a la espera de “unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia” (2Pe 3, 13-14). Será esto lo que nos alimente en nuestra esperanza y nos apunte el camino de la salvación.

Bien sabemos que no volveremos a la normalidad anterior. Debemos entonces luchar para que la tierra se llene de esperanza. Que, en medio del caos moderno, se pueda ver la solución para cualquier crisis, especialme­nte esta que se va presentand­o ante nosotros. No nos entreguemo­s a la ansiedad ni a los miedos. Se presentan ante los hombres dos caminos: o perder la confianza en Dios y ser arrastrado­s por la invitación hecha por el demonio, el mundo y la carne; o entrar en el camino de la fe, de la esperanza y de la caridad para con Él. Sepamos elegir. Entremos en la barca de Nuestro Señor Jesucristo, la Santa Iglesia Católica, cuyo Divino Capitán sabe enfrentar todas las tempestade­s y veremos las maravillas prometidas –para nuestros días– por la Virgen en Fátima: “Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará” y... el “mundo viejo” desaparece­rá.

Este tiempo recorrido, más de un año y medio, viene a traernos una amenaza nueva. Los rigurosos cambios de formas de vida están repercutie­ndo en la salud mental de las personas, al encontrars­e inmersos en una crisis sin precedente­s.

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