La Prensa Grafica

EL EJÉRCITO VIVIRÁ MIENTRAS VIVA LA REPÚBLICA

- José Miguel Fortín Magaña Twitter: Drfortinma­gana

Contundent­e frase del primer presidente de la República Federal de Centroamér­ica al inicio de la independen­cia. Manuel José Arce, militar y político de claras luces, entendía que la función principal de las Fuerzas Armadas era defender el carácter republican­o de la nación, que estaba naciendo por esos días y entendía además que ese ejército debería estar formado por hombres de espíritu libre, capaces de ofrendar la vida por un ideal mayor. Él mismo dio todo lo que tuvo; y murió pobre, sin muchos amigos, pero con la frente en alto por haber cumplido siempre con su deber.

Qué fácil hubiera sido para aquellos hombres y mujeres de 1821 quedarse sentados sin luchar contra lo que considerab­an injusto. La tergiversa­ción de la historia producto del rencor de quienes no aportaron nada y de quienes quieren reescribir­la para colocarse ellos en el centro ha venido construyen­do una leyenda negra alrededor de los próceres, acusándolo­s de responder a intereses mezquinos. Nada más alejado de la realidad; con dignas excepcione­s, casi todos eran parte de la clase dominante entonces y no habrían tenido problema alguno en vivir cómodament­e, sin meterse en política; pero nunca pensaron en ellos, sino en el bien común.

Hoy, a doscientos años de la emancipaci­ón de España, un nuevo peligro –probableme­nte el peor desde entonces– se dibuja en el horizonte de la patria; la tiranía actual es más grave que las anteriores, porque cuenta con la totalidad de las institucio­nes y las más altas jefaturas del Ejército y la Policía se han plegado al dictador. Parece increíble que hace apenas 3 años (y de ahí hacia atrás) las Fuerzas Armadas eran siempre considerad­as en todas las encuestas como la institució­n más prestigios­a; nadie dudaba de su honorabili­dad y su arrojo. ¿Qué cambió? ¿Dónde se perdió el valor de esos soldados?

Cuando le pregunté a un par de amigos oficiales sobre por qué no actuaban delante del opresor y no se pronunciab­an, me respondier­on que ya lo habían hecho durante la guerra y que el Pueblo les había luego dado la espalda. ¡Eso no es cierto! El prestigio era inmenso; y si se referían al acoso que cualquier organizaci­ón o país extranjero ha hecho sobre algunos de los hombres de uniforme, solo me resta decir que es una pobre excusa para no hacer nada hoy.

Los valientes no actúan por el aplauso; lo hacen por el laurel del honor y porque la conciencia del bien habita en ellos; ¿acaso no recuerdan a Morazán siendo fusilado por sus principios o a Gerardo Barrios? ¿Ya olvidaron la santa pobreza en la que murió Arce o el destierro al que tantos otros militares fueron sometidos? Vean el grito de los civiles que sin armas, pero con entereza, se enfrentan al verdugo gritando con las manos abiertas que tienen ya clara cuál es la ruta. Observen a tantos ancianos y militares en retiro, marchando contra el opresor mientras este amenazaba tirar gases tóxicos, flanqueado por el asqueroso ministro de la defensa y un batallón de soldados de palo, firmes delante del tirano.

Los valientes no carecen de miedo; lo tienen como cualquier otra persona, pero se distinguen porque lo enfrentan y cumplen siempre con su deber, aunque en ello se les vaya la vida; y a esos valientes les hablo hoy, a los que recuerdan el lema de la patria y tienen en DIOS, UNIÓN y LIBERTAD su norte y su guía; y saben que su juramento es hacia la Constituci­ón y no hacia hombre alguno; y que si el presidente o cualquier otro la rompen y la mancillan, están obligados, por juramento de honor, a restablece­r el orden.

Hoy a doscientos años de la primera independen­cia, los salvadoreñ­os de bien; gente común y de uniforme, hemos de enfrentarn­os al terror de un régimen que ha pretendido aniquilar a la república; si lo conseguimo­s, podremos celebrar el próximo año, uno más de vida en democracia; si no, se cumplirá la tenebrosa profecía del General Arce; y el Ejército, el verdadero, morirá absorbido por una guardia pretoriana al servicio de un loco que se cree emperador.

Que Dios ilumine a los valientes soldados y pierda a los traidores a la patria que se esconden bajo el uniforme y bendiga el sagrado blasón de la república.

Hoy, a doscientos años de la emancipaci­ón de España, un nuevo peligro –probableme­nte el peor desde entonces– se dibuja en el horizonte de la patria; la tiranía actual es más grave que las anteriores.

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MÉDICO PSIQUIATRA

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