LA AUTORREALIZACIÓN Y LA REALIZACIÓN COLECTIVA TIENEN QUE IR DE LA MANO PARA QUE EL PROGRESO NACIONAL PUEDA PROSPERAR
En lo que al sentir y al pensar ciudadanos corresponde es cada vez más claro que la población lo que esencialmente busca y demanda es una mejor vida, en todos los órdenes del quehacer humano. De seguro esto siempre ha sido así, pero la diferencia actual se centra en el énfasis que manifiesta de múltiples maneras la población al respecto, en abierto contraste con la actitud sigilosa que antes prevalecía, sin duda por la forma en que los distintos poderes se hacían sentir por tradición. Antecedentes como la forma de solución del conflicto bélico han dado la pauta para que este cambio se produzca, aunque todo indica que en el ambiente se venía gestando una transformación evolutiva que tiene como insumo esencial la libertad en sus más variadas expresiones. Los salvadoreños queremos y merecemos ser libres, en el pleno sentido del término.
En el título de esta Columna hacemos referencia a la autorrealización y a la realización colectiva, para abarcar así la dimensión individual y el ámbito generalmente compartido. Con esto subrayamos que no puede haber avance en el más amplio sentido del término si el mejoramiento no es integral sin excepciones de ninguna índole. En los campos políticos, económicos, sociales y culturales eso tiene que hacerse valer a plenitud, porque de no ser así se seguirá profundizando la desfiguración nacional, con los efectos adversos y perversos que tenemos ya entre nosotros hasta límites insoportables. Urge, pues, no sólo entrar en razón al respecto, sino hacer que dicha toma de conciencia asuma función conductora hasta las últimas consecuencias.
Y ya que la libertad está evidentemente en el punto central de toda esta problemática, hay que garantizar en forma persistente y suficiente que el régimen de libertades públicas y privadas no sólo se mantenga incólume en lo que ha ganado hasta la fecha sino que tenga a su disposición los insumos necesarios para continuar avanzando y así ser cada vez más sólido, seguro y coherente. Recordemos a cada paso que sin libertades sustentadas y firmes no hay democracia posible, y sin democracia que actúe como se debe para movernos hacia un progreso real y dinamizador de todas las estructuras nacionales, todo queda expuesto al deterioro incontenible.
Cuando se habla de libertad y de libertades la tendencia dominante es a reducir dichos conceptos al ámbito político y económico; pero en realidad de lo que se trata es de asegurar que todas las acciones que tienen lugar en los distintos campos del quehacer nacional, cualquiera que sea la latitud de que se trate, deben estar regidas por el criterio libertario, para en esa forma permitir que las fuerzas y los oficios de la evolución puedan desenvolverse conforme a su naturaleza propia. Eso siempre exige un trabajo constante y disciplinado, pues el desempeño de la libertad tiende a chocar contra el empuje de los intereses.
No hay que perder de vista, entonces, en ningún momento, que el imperio de las libertades demanda en todo caso un cuidado muy concreto, sin descuidos ni desviaciones; pues de lo contrario mucho del tiempo y de las energías a disposición habrá que dedicarlos a proveerle al régimen de libertades las salvaguardas correctivas y preventivas que se requieran y que estén a la mano en cada tramo y momento del proceso. La libertad no está en el aire sino en la tierra, y es ahí donde hay que preservarla y proyectarla.
Al respecto, los salvadoreños estamos ante el insoslayable imperativo de desempolvar a diario todo nuestro arsenal de posibilidades vitalizadoras. Esa es la lucha mayor: contra la desidia, el desapego y las visiones falsificadas. A Dios gracias, lo que venimos experimentando, que es una cadena de pruebas de alto riesgo, nos ha ido preparando la voluntad para que se desprenda de su tradicional inercia y pase a ser promotora y gestora de destino.
Sólo se crece y se prospera cuando hay autorrealización de por medio. Esto lo comprueba la Historia y lo reclama el futuro. Sigamos, pues, moviéndonos en esa línea, con la valentía de los visionarios que tienen los pies en la tierra. Ya hemos comprobado que si queremos, podemos, como afirma la sabiduría que no vuela como ráfaga suelta sino que camina firmemente sobre el polvo.
La hora que se vive, no sólo aquí sino prácticamente por todas partes, nos está recordando a cada minuto que tenemos el futuro a disposición, pero sólo si nos comprometemos en serio a brindarle desde ya todos los aportes requeridos para que la tarea funcione en la medida necesaria.
Todos los factores del progreso real están aquí frente a nosotros, como en ninguna coyuntura anterior. Esto hay que aprovecharlo al máximo y con el empuje indispensable. Y al respecto nadie debe ni puede quedarse al margen, porque el empeño común es el que funciona.
Sin libertades sustentadas y firmes no hay democracia posible, y sin democracia que actúe como se debe para movernos hacia un progreso real y dinamizador de todas las estructuras nacionales, todo queda expuesto al deterioro incontenible.