NO HAY QUE PRETENDER TRANSFORMARLO TODO DE GOLPE, PUES LO ÚNICO QUE SE LOGRA ENTONCES ES DEJAR SIEMPRE CABOS SUELTOS
La experiencia histórica acumulada hasta la saciedad ya debería habernos dado los suficientes elementos de juicio para entender que hay que actuar siempre con un adecuado plan de avance y con una buena cantidad de instrumentos que habiliten la continuidad de lo programado. Toda improvisación es un gran desperdicio de tiempo y de posibilidades; y si eso persiste, los riesgos de alta ineficiencia se van multiplicando. Al respecto, los salvadoreños cargamos con una larga y deplorable historia en la que el progreso se ha estancado en forma recurrente con efectos cada vez más notorios. Por eso es que insistimos tanto en el punto crucial de la disciplina, que es sinónimo de orden bien manejado. En la política eso es aún más difícil, porque los actores decisivos se centran en la inmediatez de los plazos de gestión, lo cual constriñe su accionar y hace que todas las perspectivas vayan quedando deformadas y en muchos sentidos se vuelvan inservibles. La disciplina real y funcional no espontánea ni mecánica sino aprendida y sustentada. Por ello, dentro del esquema básico de la tarea educativa de la niñez y de la juventud hay que incorporar este punto como uno de los elementales e insustituibles, pues si eso no se hace todo va quedando expuesto a la volatilidad que lo desperdicia todo. Lo que los salvadoreños vivimos hoy con creciente sensación de ahogo y desamparo tendría que darnos el suficiente impulso para entrar en razón al respecto. No permitamos más que la política siga haciendo de las suyas, cualesquiera fueren los argumentos que se utilicen como justificación. Empecemos, así, por disciplinar la visión, para abrirles camino a los esfuerzos verdaderamente renovadores. Ahí está la clave básica de todo el esfuerzo que se impone emprender para ir saliendo adelante en forma organizada y consistente, como lo demanda el proceso y como lo merece el pueblo en general, sin distingos ni fronteras.