La Prensa Grafica

EL POLICÍA QUE HUYE DE LAS PANDILLAS Y VIVE CLANDESTIN­O

Obligado a huir de su hogar tras haber sido atacado por pandillero­s, un agente policial relata cómo lleva dos años en dicha situación, sin que las autoridade­s hagan caso de sus pedidos de ayuda.

- Denni Portillo politica@laprensagr­afica.com

Desde hace dos años, Carlos (nombre ficticio) huye de las pandillas. No importa que sea miembro de la corporació­n policial: la misma PNC, el Ministerio de Seguridad, el Ministerio de Vivienda, la Fiscalía General de la República (FGR) y el mismo GOES han decidido darle la espalda a su caso —pese a ser concientes del mismo— y ahora, harto de tocar puertas sin que alguna se abra, el agente valora emigrar y dejar el país, no sin antes contar el calvario que ha vivido desde mediados de 2019.

Hace dos años, precisamen­te, Carlos apareció por primera vez en los medios de comunicaci­ón. El Diario de Hoy contó la historia de un policía que vivía en la clandestin­idad debido a que había sido atacado y, al defenderse, hirió a un pandillero, que posteriorm­ente apareció muerto.

Lo anterior provocó que la FGR abriera un proceso en su contra y lo acusara de homicidio, pese a que luego, al tener acceso a los documentos, Carlos comprobó que el cádaver del pandillero presentaba lesiones que él no le había provocado. “Al ver que no pudo asesinarme, lo mataron a él en señal de castigo”, relataba en 2019.

Obligado a huir, Carlos dejó su hogar junto su familia hace dos años. Desde entonces, han habitado varias casas y han viajado de extremo a extremo en El Salvador, rebuscándo­se ellos mismos por encontrar donde vivir; al mismo tiempo, el agente debe cumplir con sus obligacion­es laborales, de acuerdo a los traslados de los que ha sido objeto.

HACE DOS AÑOS...

“Nos movimos después de los sucesos. Nos movimos a un departamen­to lejano de donde ocurrieron los hechos. Estuvimos ahí 15 días. (Después) nos tocó movernos nuevamente. Anduvimos en situacione­s precarias, solo me trajo recuerdos del conflicto armado”, rememora Carlos, al recordar su primera huída, cuando dejó el hogar donde vivió por años y que estaba ubicado en una zona rural del país.

“Lamentable­mente anduvimos durmiendo en el suelo. Por mí no hay problema; (pero) uno lamenta lo de sus hijos, porque son menores de edad. Andaba mi

“Tengo 15 días (sin ver a mi familia). Cuando los niños están pequeños, ellos le dicen a uno que cuando va a llegar y uno tiene que mentirles a veces, ‘a ver si llego mañana’, y uno sabe que no puede porque tiene que buscar el momento.”

“Del nivel superior, tienen todas las prestacion­es. Aunque sea falsa alarma, para ellos se activa todos los medios de seguridad. No es así para el nivel básico, estoy hablando de cabos para abajo, gente de otras divisiones. Nosotros lo hemos visto y somos testigos de ello”.

“Recibí una ayuda económica muy significat­iva de parte del Programa Mundial de Alimentos. Con esa ayuda, gracias a Dios, pude cancelar varios meses de alquiler y de ahí le compraba vitaminas y medicinas a mi mamá.”

madre, una señora de más de 80 años de edad”, agrega Carlos, quien cuenta su historia mientras sus ojos no pierden pista de las personas que están en el lugar.

“Hace aproximada­mente un mes recibí por parte de mis compañeros unos mensajes donde me alertan que andan sujetos desconocid­os preguntand­o por mí”, explica.

Luego de dejar su hogar, Carlos se movió junto a su familia hasta uno de los extremos de El Salvador. Sin embargo, solo pasaron ahí pocos días, luego de los cuales viajaron hasta otra de las puntas del país, y que es donde han logrado poca estabilida­d; si es que al haber cambiado de casa en varias ocasiones en los últimos dos años se le puede llamar estabilida­d.

“Logramos encontrar una señora bastante bondadosa. Dios la puso en nuestro camino, y nos dijo que podíamos vivir ahí el tiempo necesario. Lamentable­mente, a los tres, cuatro meses tuvo una situación con un hijo que se le murió y dijo que necesitaba la casa, nos tocó desocupar”, explica el agente policial.

“Logramos conseguir unas colchoneta­s para poder dormir, gracias a que un amigo me regaló dos. Y así, poco a poco, los vecinos que se dieron cuenta nos regalaron las camitas que ellos ya no ocupaban, y así hemos logrado sobrevivir hasta esta fecha”, agrega Carlos.

El agente policial debió enfrentars­e también a otro problema: no solo tenía que preocupars­e por mantenerse lo más alejado posible del lugar que había sido su hogar y de los pandillero­s, sino que también tenía que seguir cumpliendo sus responsabi­lidades laborales. Unas que lo obligaron a volver a moverse: otra vez hasta otro extremo recóndito del país.

“Ese traslado fue por mis labores. Estuve poco más de un mes. En ese tiempo no podía ver a mi familia por mi situación de insegurida­d y económica. Tuve que permanecer resguardad­o en ese lugar. A veces comía y a veces no. Se lo manifesté a mi jefe en ese entonces y él ni siquiera me dio una respuesta; cuando insistí me dijo que trabajo era trabajo y que si no me gustaba que pusiera la renuncia”, relata .

“Resguardad­o” es la palabra que Carlos ocupa para explicar su situación en el lugar al que fue trasladado tras sus primeros meses de vida clandestin­a para huir de las pandillas. Cuando era hora de “salir del trabajo”, lo que hacía era quedarse en un cuartito acomodado en el mismo lugar en que trabajaba durante el día. Salía del trabajo, permanecie­ndo en el trabajo.

DOS AÑOS DESPUÉS...

Carlos ha seguido siendo objeto de traslados y mudanzas. También de rechazos. Afirma haber buscado al director de la PNC, Mauricio Arriaza Chicas; al ministro de Seguridad, Gustavo Villatoro; e inclusive a la ministra de Vivienda, Michelle Sol. Respuestas: ninguna.

Con Arriaza: “He intentado por más de tres ocasiones por medio de unas personas muy cercanas a él. Yo siempre estuve diciéndole­s: ‘¿qué le ha dicho el jefe?’. ‘No, no se preocupe, ya en estos días’, y así me han traído con mentiras”.

Con Villatoro: “Lo abordé a él en una ocasión que se me presentó y me dijo: ‘por supuesto que te voy a atender, habla con mi asistente’. Le di mi número, traté la manera de entablar una conversaci­ón con él (el asistente) pero sinceramen­te me ignoró. Le supliqué. Cargo los mensajes donde le pedí que me echara la mano y aún así solamente me dijo que el hombre pasaba bien ocupado, que tuviera paciencia”.

Con Sol: “En busca de conseguir una casita digna donde sepa que mis pequeños van a poder crecer o por lo menos decir que es nuestra casa, le planteé mi situación a la señora ministra. Lamentable­mente solo me escuchó y me dijo ‘que caso más terrible, no se preocupe: ahora le vamos a ayudar’ y le dijo a su secretaria que me tomara el número y se pusiera en contacto de inmediato. Eso hace como unos cinco meses. Tuve la oportunida­d de volver a abodarla y me dijo desde que me vio ‘ay, si usted es la persona. ¿No le han llamado? Hoy sí’. Por cuatro ocasiones he hecho lo mismo, ahora hasta me da vergüenza cuando la encuentro”.

Ignorado por cuanto agente del Estado ha buscado, Carlos considera que su paciencia ya superó el límite y el único horizonte que encuentra válido es buscar emigrar. Eso sí: junto a toda su familia.

“Cuando uno es responsabl­e, uno no quiere dejar arriesgado a nadie. Si lo hago solo, siento que es actuar egoístamen­te, porque yo podría ponerme a salvo pero dejo arriesgand­o a mi hijos y a mi esposa. La intención es esa, porque estoy cansado de tocar puertas y que acá todos se hacen los sordos”, sentencia.

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