SIN BRÚJULA FRENTE AL MUNDO
No es sabio pedirle manzanas a un palo de aguacate. Es necedad esperar que un pintor de brocha gorda recree un cuadro de Dalí. Tampoco hemos de exigirle una política exterior coherente a un gobierno que ni siquiera internamente sabe qué hacer. De hecho, en la actualidad, imagino lo arduo que debe ser trabajar en la cancillería salvadoreña, a las órdenes de un presidente que emite posturas oficiales a través de Twitter y de acuerdo con su muy particular humor.
El mundo, lamentablemente, ya no tiene paciencia con los regímenes improvisados que pretenden enterrar su falta de visión política bajo toneladas de propaganda. La comunidad internacional da por sentado que los mandatarios al frente de cada país son equilibrados, maduros, reflexivos y muy señores de sus emociones. Los infantilismos talvez asombren y causen risa, pero resultan improcedentes para hacerse de un prestigio en la palestra global.
Así como están las cosas, la velocidad de la comunicación digital es una herramienta efectiva en manos de estadistas con sólidos principios, comprometidos con la paz, la libertad y la democracia. Pero también funciona al revés: cuando esos principios son inexistentes, la rapidez de la comunicación no hace sino exhibir, en una vitrina gigantesca, la falta de escrúpulos.
El conflicto en Ucrania, que tiene en vilo al planeta, es la oportunidad dorada que todo gobernante sensato aprovecharía para ponerse del lado correcto de la historia. Más allá de los detalles étnicos, sociales o geopolíticos que puedan discutirse en la presente coyuntura, e incluso por encima de las ambiciones concretas o los errores cometidos por individuos o gobiernos específicos, existe un principio básico del derecho internacional que jamás debe negociarse: el de la no agresión (o, mejor formulado, el de “la abstención del uso de la fuerza”).
Según este principio, toda nación ningún pretexto, “de recurrir a la amenaza o al abierto uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado” (resolución 2625 de la Asamblea
General de las Naciones Unidas), en virtud del riesgo evidente que ello supone para la paz y la estabilidad internacionales. Esta obligación de contenido negativo
–pues se enuncia como un “deber de abstención”– incluye incursiones militares inmotivadas, actos de represalia de cualquier tipo y hasta el fomento u organización irregulares en territorio extranjero.
De aceptarse sin más que un país invada a otro, con la excusa que sea, la comunidad internacional se quedaría sin autoridad moral para evitar que estallaran guerras en cualquier parte. Hitler, por ejemplo, invocaba un imaginario “espacio vital alemán” como uno de los motivos detrás de la anexión de Austria y Checoslovaquia en 1938, igual que hace hoy Vladimir Putin al apoyar a separatistas en Ucrania y hablar del “derecho inmanente de legítima defensa”. Y así como hace más de 80 años era equivocado apoyar las pretensiones nazis, en estos momentos es poco menos que estúpido ponerse del lado de Rusia. Es cuestión de principios.
¿Hacia dónde apunta la brújula de la política exterior salvadoreña en este momento? A juzgar por el silencio cómplice de Nayib Bukele, y la consecuente movilización retórica de la red oficialista de troles contra EUA, Putin-hitler tendría, increíblemente, las simpatías de nuestro gobierno. ¿Acaso puede ser más pronunciado el colapso moral de ese engendro populista y demagógico llamado “Nuevas Ideas”? civilizada de se privará, bandas bajo
El mundo, lamentablemente, ya no tiene paciencia con los regímenes improvisados que pretenden enterrar su falta de visión política bajo toneladas de propaganda.
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