EL DÍA DEL MAESTRO ESTÁ A LAS PUERTAS, Y ESTA ES UNA TRADICIÓN QUE HOY DEBE SER REDIMENSIONADA CONFORME A LOS SIGNOS DEL PRESENTE
Faltan muy pocos días para llegar al Día del Maestro, que se celebra todos los años el 22 de junio desde hace muchísimo tiempo. Fue en 1928 cuando se le dio carácter oficial a la fecha, que conmemora la labor del Presidente Francisco Menéndez, fallecido el 22 de junio de 1890, y que se distinguió al máximo como promotor e impulsor de la misión educativa en nuestro país. Desde entonces, los salvadoreños hemos considerado este Día como símbolo de nuestra identidad más entrañable, porque evidentemente la labor magisterial es expresión viva y vívida del espíritu nacional en el mejor sentido del mismo. Y es que tal labor se va manifestando en el tiempo, abriéndole así a la sociedad entera los horizontes de su propio destino. Podríamos afirmar, con plena conciencia, que si alguien es el modelador de nuestra realidad contra toda adversidad ése es el maestro.
Desde los primeros años de la formación escolar, sea cual fuere la calidad o la ubicación de ésta, la figura del maestro está presente siempre en el tinglado de la vida presente y, luego, de la memoria sucesiva. Esto significa que entre el ser que forma y el que es formado se crea un vínculo que, aunque parezca diluirse en el tiempo, en verdad siempre se queda ahí, y no sólo la mente receptiva sino también el ánimo asimilador están presentes en el fenómeno, que es humano hasta el fondo. Sin duda, no sólo hay infinidad de alumnos sino también de maestros. Y cada caso se individualiza al máximo en cualquiera de esas dos dimensiones; y es que recordemos que la vida es el mosaico más rico que existe en todo sitio de la historia y de la geografía.
Todos nosotros, los que estuvieron aquí, los que estamos ahora y los que estarán después, tenemos una experiencia propia al respecto. Y con sólo pensarlo por un instante se activan las imágenes de esa experiencia vivida y acumulada. La presencia del maestro nunca se borra por completo de la mente del alumno, aunque los matices sean inagotables y las proyecciones se vayan adaptando a cada caso en particular. Y esto se extiende por los diversos ámbitos temporales de la respectiva formación, desde el kindergarten hasta el quehacer universitario. Las presencias de los maestros en todas esas fases nos acompañan en el devenir personal, porque la tarea de enseñar y de aprender nunca termina.
En mi caso individual, nunca he olvidado ni olvidaré lo que significaron no sólo en mi aprendizaje escolar sino también, y muy relevantemente, en mi configuración intelectual, maestros como don Saúl Flores y don Rubén H. Dimas, con los que conviví, escolarmente hablando, en las aulas y en los espacios del Colegio García Flamenco, que estaba en los años 50 del pasado siglo allá un poco al sur del Palacio Nacional. Desde 1953 hasta 1960 estudié ahí, y las huellas de dicho tránsito formativo son imborrables y estarán conmigo para siempre. Y esto lo experimento con mayor conciencia reveladora mientras la vida sigue.
Nuestro país ha venido desplazándose orgánicamente en sus diversas coyunturas, y hoy estamos aquí, como en un mirador de alcances insospechados, lo cual nos produce a la vez ilusión y sobresalto. Tenemos que ponernos constantemente al día, pero sin dejar de lado en ningún momento lo que la educación viene haciendo en nuestras mentalidades y en nuestros corazones; y en todo caso asegurando que la función educativa nacional esté al día en lo que se refiere a las demandas de cada momento. Sólo así será factible avanzar de veras.
Y al mencionar el término coyuntura caemos inmediatamente en cuenta de que se está necesitando, con toda urgencia, una puesta al día del sistema educativo, para que efectivamente y sin reservas responda a la dinámica actual en todas sus expresiones. Esto tendría que ser consensuado al máximo, para que no vayan a darse resquicios por los que se cuelen las irregularidades y las deformaciones. Hacia ahí debemos caminar sin excusas ni pretextos.
La Educación Nacional requiere, sin ninguna duda, ser actualizada en sus formas y contenidos, y universalizada por doquier para que pueda llegar con igual poder formativo a todos los individuos, desde los cantones y pueblos hasta las ciudades y metrópolis. Dicha universalización actualizada exige, desde luego, un plan integral para cada comunidad nacional en concreto.
Todo lo anterior nos indica a las claras que los seres humanos en general somos producto de la educación que recibamos, sea formal o informalmente. Y, al respecto, uno de los quehaceres educativos más determinantes es el que se centra en la formación en valores. Invirtamos esfuerzo constante en ello.
Este 22 de junio se da cuando hay una aceleración histórica de nuevo cuño en los más variados ámbitos de la realidad nacional, y esto hay que tomarlo en cuenta para no malgastar energías, sino aplicarlas al gran objetivo común.
Estamos en un tránsito vibrante hacia el futuro, que se dibuja día tras día, y eso no debemos perderlo de vista ni un solo instante, para evitar los viejos errores.
La aceleración del desvelo es nuestro sino actual. Movámonos en consecuencia.
La Educación Nacional requiere, sin ninguna duda, ser actualizada en sus formas y contenidos, y universalizada por doquier para que pueda llegar con igual poder formativo a todos los individuos.