ATRAPADOS...
Latinoamérica está atrapada en tres modelos de fundamentalismo gubernamental: 1) Populismo emergente; 2) Capitalismo corrupto; y 3) Socialismo de discurso; a veces, hay combinaciones y el resultado puede ser aterrador. Es una verdadera desgracia tener que elegir o votar siempre por el “mal menor” o el “menos peor”; y es que nuestra cultura política es llana y básicamente una “cisterna de excremento”, ¿qué persona decente se anima a jugarse su reputación en el espacio político contemporáneo?
El populismo emergente es disruptivo y atractivo para las masas defraudadas; bajo el principio de un candidato que no se parece a los “mismos de siempre”, la gente se decanta y salta al vacío. Pero la verdad es que suele ser igual o peor que sus antecesores. El populista termina siendo un demente con poder: regala, miente, dirime lo bueno y lo malo.
El capitalismo corrupto es una vieja práctica de utilizar el Estado para que los correligionarios, amigos o familiares, aprovechen el momento y hagan negocios, en el plano de un mercado libre y de la mano invisible sin mayores controles. La historia ha demostrado que los capitalistas políticos son una pacotilla de ladrones y
de riqueza y pobreza.
El socialismo de discurso se enfoca en los pobres, pero termina sacando de la pobreza a las argollas políticas de los liderazgos partidarios; dicen una cosa y hacen otra, y lo peor que luego se quieren enquistar en el poder para cumplir una promesa de igualdad que nunca llega. El eslogan es: Hagan lo que yo digo y no lo que yo hago. Al final terminan como neo capitalistas.
Pero el problema de fondo no es el modelo, sino la ausencia de “ética”; puede haber un movimiento emergente decente, un capitalismo mesurado o un socialismo equilibrado, que apunten hacia un Estado de bienestar, pero al final cuando se sientan en la silla todo cambia, las promesas se olvidan y comienzan los abusos.
Casi todos los candidatos en campaña son encantadores y despliegan discursos afables, sensibles, ecuánimes, que al final no cumplen. El poder los transforma o simplemente revela de qué estaban hechos. Es muy fácil y didáctico comparar al “candidato” con el “presidente”, no se parecen en nada.
En efecto, el poder y toda esa capacidad de adulación y privilegios que les rodea les aporta una atmósfera distinta y superior; y es que las democracias en Latinoamérica están ensambladas con esa arquitectura nefasta e infame, de tipo protomonárquica, en donde el presidente y su círculo se creen dioses de un olimpo omnipotente, sobre todo si logran un control absoluto de todos los sistemas. Como diría el historiador y político John Dalberg-acton: “El poder tiende a corromper, el poder absoluto corrompe absolutamente”.
En pocas semanas o meses pierden contacto con la realidad; se desconectan de todo y solo comienzan a oír lo que quieren escuchar; todos los demás que no están de acuerdo con sus nuevas ocurrencias pasan a ser enemigos, bajo el principio absoluto y fundamentalista: o estás conmigo o estás contra mí.
Los planes prometidos se hacen a un lado; las visitas territoriales de campaña ya no se realizan más; se procede a medir la conveniencia de la imagen y la reputación; comienzan los premios y castigos y, sobre todo la venganza.
Son pocos los presidentes que al terminar su mandato son gratamente recordados; parece que los sistemas de gobierno están sustentados en la
“administración del resentimiento”; llegó mi momento, ahora apártense. Las elecciones tienen consecuencias, y suelen ser perversas, zanahoria o garrote.
Pero estos iluminados no llegan por arte de magia, la gente los vota y los sienta en el poder; y cada vez con más frecuencia nos damos cuenta de que tenemos que escoger entre lo malo o lo peor; no hay opciones, ya que las maquinarias partidocráticas se encargan de empujar al más charlatán, al más vivo, al “empresario” que como tiene dinero no va a robar, y a otros especímenes.
Parece que tenía razón el periodista Ambrose Bierce: “El voto es el instrumento y símbolo del poder de un hombre libre para hacer el ridículo y destruir su país”. En efecto, nuestras democracias son una máquina perfecta de autodestrucción de la cultura y la ciudadanía, vamos para atrás, de espaldas y sin frenos.
En la historia contemporánea, vemos a las democracias latinoamericanas avanzar un paso y retroceder tres; no hay políticas de Estado o de largo plazo; solo planes mamarrachos de gobierno que ni siquiera se utilizan. Cada nuevo gobierno, sea de derecha, izquierda o populista, destruye o deslegitima todo lo anterior, so pretexto de iniciar un nuevo ciclo político, para un nuevo país, para una nueva democracia.
Pero los problemas de pobreza, exclusión y subdesarrollo se mantienen intactos; las causas estructurantes del tercermundismo permanecen inexorables; lo único que cambia y mejora es el patrimonio de los que ostentan el poder y de sus amigos, compadres y clientes; y la historia se repite frente a las narices del pueblo. La macroeconomía de un país lo explica todo...
El único elemento rescatable y valioso de la democracia contemporánea es el periodismo independiente; son los periodistas, que de forma gratuita y arriesgada le hacen el favor al sistema, de revelar la diferencia entre corrupción y honestidad. Por eso es perseguido por los “demócratas” y odiado por los políticos. Por eso los asesinan en México y los difaman en El Salvador. Pero quien le teme al periodismo ya confesó su delito...
Somos el único animal mamífero que tropieza dos y tres veces con la misma piedra; y es que en política la gente hace a un lado la razón y decide o juzga con las emociones, y estas son fácilmente manipulables. Las agencias de comunicación y marketing político saben qué queremos escuchar y qué necesitamos.
Confiemos en Séneca: “Todo poder excesivo dura poco...”; y es que el poder y la fuerza siempre atraen a personas de limitada moralidad, y cuanto mayor es el poder, mayor es el abuso y esas mentes perversas son de corto plazo.
El populista termina siendo un demente con poder: regala, miente, dirime lo bueno y lo malo.