“TONGOLELE NO SABÍA BAILAR”
En su última novela, Sergio Ramírez nos ofrece la tercera parte de las aventuras del inspector Dolores Morales en un país aplastado por la dictadura. La acción se desarrolla en Nicaragua, pero así como varias influencias literarias se entremezclan en la narración desde Asturias hasta Vargas Llosa, varios lugares son representados en el mismo lugar; el color local no impide –al contrario de cierto modo– el principio de universalidad de la novela. Ramírez cuenta la historia de un país en dictadura, de Nicaragua por las circunstancias, pero también de muchos otros países.
El referente histórico es de hecho bastante explícito: las revueltas populares reprimidas brutalmente en 2018 en Nicaragua. Y cabe señalar que el libro está prohibido en las tierras de Rubén Darío. La novela destaca todo el talento de Ramírez en su arte de manejar el palimpsesto –que muestra por lo mismo cuánto su Premio Cervantes es legítimo y literal– con los lugares como lo mencionaba hace un momento, pero también con los estilos y las formas. La novela mezcla de cierto modo modernidad y tradición al encontrar a lo largo de la lectura artículos de Wikipedia como mensajes de redes sociales entre una fina sicología novelesca y una compleja construcción narrativa que sigue el camino de diferentes hilos y episodios que terminan siempre por converger en frases rítmicas y trabajadas que buscan a su vez la sencillez como los aforismos del misterioso Lord Dixon.
Como alegoría de los estudiantes de 2018 pero en general, como cualquier ciudadano ilustrado, Dolores Morales debe y decide luchar contra las arbitrariedades, injusticias y violencias del dictador. Más bien, la lucha directa y concreta
–aunque distante– es con el famoso Tongolele, jefe de los servicios secretos y terrible mano derecha del caudillo. De nuevo aquí, el escritor nicaragüense se inscribe en la estela vargasllosiana no solo en la estructura narrativa sino también en el sutil análisis de las relaciones de poder y del poder, dentro del poder. ¿Cómo el dictador controla y maneja a su subalterno? Pues lo tortura –sicológicamente por supuesto–, mediante mucho cálculo y perversidad, juega con sus nervios, comprueba su lealtad; lo pone en competencia con los demás, crea adversidades y enemistades en su círculo. Le hace creer a uno que es el favorito y justo después que es el próximo condenado. Y mediante la sicología del dictador, exploramos la del cortesano, más monárquico que el rey. Son aquellos individuos bestiales listos a hacer todo lo que su jefe nunca haría. Es Tongolele en este caso, el que “no sabía bailar”.
Hay varias maneras de analizar este excelente título. En una escena, se dice efectivamente que no sabía bailar. A partir de allí, varias imágenes: el del hombre incapaz de moverse y adaptarse, de disfrutar, siquiera entender la felicidad, menos compartirla, sin ningún humor, ni menos capaz de reírse de sí mismo. Esos hombres de la sombra son los más peligrosos, justamente porque encarnan la locura que necesita el dictador en busca del poder absoluto. Sabemos cómo empieza el proceso, del que Ramírez nos muestra aquí un fragmento, pero no cómo ni cuándo termina. La novela, por su lado, acaba con esta cita del epílogo: “Y adoraron al dragón que había dado autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia, diciendo: ¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar contra ella?” Apocalipsis 13:4.
Esos hombres de la sombra son los más peligrosos, justamente porque encarnan la locura que necesita el dictador en busca del poder absoluto.