REANIMEMOS NUESTRAS MEJORES PROYECCIONES NACIONALES PARA HACER POSIBLE QUE EL PROGRESO SOSTENIBLE SE INSTALE DE VERAS EN NUESTRO AMBIENTE
Estamos en un momento en el que todo lo que viene del pasado parece desechable y todo lo que prevalece en el presente parece renovador al máximo; pero tenemos que ir poniendo las cosas en su lugar, y aunque mucho de lo que viene de antes está marcado por signos repudiables no hay que satanizar el pasado ni sacralizar el presente, porque eso nunca es real, sino que nos mantiene en el campo de las viejas deformaciones, que tantos males nos vienen acarreando. De seguro lo que más nos está creando confusiones es el fenómeno globalizador, porque hoy las fronteras se diluyen a cada paso y las superioridades antes tan estrictas muestran constantemente sus flaquezas que parecían inexistentes. Todos tenemos, pues, que aprender a vivir como lo que realmente somos: seres iguales en lo básico aunque las circunstancias externas hayan querido hacer creer lo contrario.
Puestos en esta dimensión, nos preguntamos por impulso natural incontenible: ¿Cuál es la tarea que como salvadoreños nos toca emprender ya, porque la dinámica de los tiempos así lo demanda sin vuelta de hoja? Y en este mismo instante salta frente a nosotros la respuesta más apremiante: La tarea que está en la delantera consiste en dejar de lado las dispersiones que han venido siendo nuestra práctica más arraigada para entrar en un ordenamiento efectivo de la vida nacional, el cual debe servir de antesala de una planificación del progreso que no se pierda en palabras ni vaya dando saltos improvisados en la ruta de los hechos. Es decir, como venimos repitiendo sin cansarnos: hay que usar la racionalidad como combustible de la evolución, para que lo teórico y lo práctico se integren en vez de repelerse.
Las mejores proyecciones nacionales se vienen quedando colgadas en los alambres de la improvisación y de la intrascendencia. Hemos dejado que el ánimo de la política que se aísla en períodos sucesivos se apodere de todo. Eso es acogerse irresponsablemente a aquella vieja expresión: “Después de mí, el diluvio”. Nadie, ni los más afincados en el poder, pueden hacer realidad tal expresión. La única verdad irrefutable es que estamos aquí, sin excepciones ni exclusiones; y haber llegado a este punto constituye sin duda el máximo testimonio de nuestra condición universalizada, que va desde las aldeas más extraviadas hasta los rascacielos más elevados. Y eso para nosotros es un verdadero regalo del devenir presente.
Los salvadoreños pertenecemos a una pequeñísima parcela geográfica del mapamundi, pero eso no tiene que limitarnos en ningún sentido esencial. Estamos presentes, y punto. Y esto último ya no es obviable ni ignorable en los días que corren. Y desde tal perspectiva, lo que nos toca y nos conviene hacer es ponernos al servicio incondicional de nuestro propio destino. Por eso es que señalamos en el título de esta Columna que se ha vuelto imperioso reanimar nuestras mejores proyecciones nacionales con miras al progreso sostenible. Y subrayamos: todo ello con orden y planificación, usando el instrumento clave: la racionalidad pragmática.
Y así todo lo que acabamos de decir se constituye en premisa de esa serenidad de ánimo que necesitamos para administrar las cosas en manera integrada y funcional. La Historia nos está dando la mejor lección imaginable: vivir sin prejuicios, actuar sin desconciertos, proyectar sin fantasías. Sólo así se logrará poner en marcha la auténtica modernización, que no es una pintura surrealista sino un retrato actualizado. Ahí, enfrente, está el escenario al que legítimamente aspiramos; y desde ya incorporémonos a él, no como transeúntes imaginarios sino como habitantes con arraigo.
Los trastornos actuales parecen hacer imposible que dicha “serenidad” pueda volverse elemento vivo del actuar presente; pero no olvidemos, y ahora menos que nunca, que la vida también es un poder transfigurador, aunque muchas veces –y esta es una de ellas– la racionalización parezca inimplantable en el ejercicio cotidiano. Decidámonos y trabajemos por ello, porque también esta coyuntura globalizadora abre novedosas perspectivas que alientan decisivamente al cambio.
Una de las conductas más negativas en lo referente a la comprensión y a la gestión de los fenómenos reales de todo tipo es la que fomenta el dejar estar las cosas, por pura inercia reiterada o simple desatención cómoda. Hay que comprometerse de manera constructiva con todo lo que pasa, para apoyar lo positivo y desechar lo negativo. Y eso implica compromiso y responsabilidad, sin dejar nada al simple azar.
Lo ideal sería que lleváramos el récord de todos nuestros procederes individuales y colectivos, para así solventar dudas con éxito y afinar estrategias con anticipación. Una de las mejores cosas que nos está dejando este momento es la visibilización de todo lo que pasa, para aprender a distinguir entre realidades e ilusiones. Así de claro.
Según la lógica del acaecer presente, el futuro ya está aquí, coexistiendo en forma normal con el presente y reconociendo vínculos con el pasado. Este es un nuevo mapa de dinamismos humanos, que esperamos que se desarrolle cada vez más.
La realidad habla por su cuenta. Escuchémosla como nunca antes lo hemos hecho, y de ahí iremos sacando las consecuencias que nos servirán de guía ilustradora.
Y que las neuras heredadas no nos priven del beneficio de progresar a fondo.
No hay que satanizar el pasado ni sacralizar el presente, porque eso nunca es real, sino que nos mantiene en el campo de las viejas deformaciones, que tantos males nos vienen acarreando.