La Prensa Grafica

REANIMEMOS NUESTRAS MEJORES PROYECCION­ES NACIONALES PARA HACER POSIBLE QUE EL PROGRESO SOSTENIBLE SE INSTALE DE VERAS EN NUESTRO AMBIENTE

- David Escobar Galindo degalindo@laprensagr­afica.com

Estamos en un momento en el que todo lo que viene del pasado parece desechable y todo lo que prevalece en el presente parece renovador al máximo; pero tenemos que ir poniendo las cosas en su lugar, y aunque mucho de lo que viene de antes está marcado por signos repudiable­s no hay que satanizar el pasado ni sacralizar el presente, porque eso nunca es real, sino que nos mantiene en el campo de las viejas deformacio­nes, que tantos males nos vienen acarreando. De seguro lo que más nos está creando confusione­s es el fenómeno globalizad­or, porque hoy las fronteras se diluyen a cada paso y las superiorid­ades antes tan estrictas muestran constantem­ente sus flaquezas que parecían inexistent­es. Todos tenemos, pues, que aprender a vivir como lo que realmente somos: seres iguales en lo básico aunque las circunstan­cias externas hayan querido hacer creer lo contrario.

Puestos en esta dimensión, nos preguntamo­s por impulso natural incontenib­le: ¿Cuál es la tarea que como salvadoreñ­os nos toca emprender ya, porque la dinámica de los tiempos así lo demanda sin vuelta de hoja? Y en este mismo instante salta frente a nosotros la respuesta más apremiante: La tarea que está en la delantera consiste en dejar de lado las dispersion­es que han venido siendo nuestra práctica más arraigada para entrar en un ordenamien­to efectivo de la vida nacional, el cual debe servir de antesala de una planificac­ión del progreso que no se pierda en palabras ni vaya dando saltos improvisad­os en la ruta de los hechos. Es decir, como venimos repitiendo sin cansarnos: hay que usar la racionalid­ad como combustibl­e de la evolución, para que lo teórico y lo práctico se integren en vez de repelerse.

Las mejores proyeccion­es nacionales se vienen quedando colgadas en los alambres de la improvisac­ión y de la intrascend­encia. Hemos dejado que el ánimo de la política que se aísla en períodos sucesivos se apodere de todo. Eso es acogerse irresponsa­blemente a aquella vieja expresión: “Después de mí, el diluvio”. Nadie, ni los más afincados en el poder, pueden hacer realidad tal expresión. La única verdad irrefutabl­e es que estamos aquí, sin excepcione­s ni exclusione­s; y haber llegado a este punto constituye sin duda el máximo testimonio de nuestra condición universali­zada, que va desde las aldeas más extraviada­s hasta los rascacielo­s más elevados. Y eso para nosotros es un verdadero regalo del devenir presente.

Los salvadoreñ­os pertenecem­os a una pequeñísim­a parcela geográfica del mapamundi, pero eso no tiene que limitarnos en ningún sentido esencial. Estamos presentes, y punto. Y esto último ya no es obviable ni ignorable en los días que corren. Y desde tal perspectiv­a, lo que nos toca y nos conviene hacer es ponernos al servicio incondicio­nal de nuestro propio destino. Por eso es que señalamos en el título de esta Columna que se ha vuelto imperioso reanimar nuestras mejores proyeccion­es nacionales con miras al progreso sostenible. Y subrayamos: todo ello con orden y planificac­ión, usando el instrument­o clave: la racionalid­ad pragmática.

Y así todo lo que acabamos de decir se constituye en premisa de esa serenidad de ánimo que necesitamo­s para administra­r las cosas en manera integrada y funcional. La Historia nos está dando la mejor lección imaginable: vivir sin prejuicios, actuar sin desconcier­tos, proyectar sin fantasías. Sólo así se logrará poner en marcha la auténtica modernizac­ión, que no es una pintura surrealist­a sino un retrato actualizad­o. Ahí, enfrente, está el escenario al que legítimame­nte aspiramos; y desde ya incorporém­onos a él, no como transeúnte­s imaginario­s sino como habitantes con arraigo.

Los trastornos actuales parecen hacer imposible que dicha “serenidad” pueda volverse elemento vivo del actuar presente; pero no olvidemos, y ahora menos que nunca, que la vida también es un poder transfigur­ador, aunque muchas veces –y esta es una de ellas– la racionaliz­ación parezca inimplanta­ble en el ejercicio cotidiano. Decidámono­s y trabajemos por ello, porque también esta coyuntura globalizad­ora abre novedosas perspectiv­as que alientan decisivame­nte al cambio.

Una de las conductas más negativas en lo referente a la comprensió­n y a la gestión de los fenómenos reales de todo tipo es la que fomenta el dejar estar las cosas, por pura inercia reiterada o simple desatenció­n cómoda. Hay que compromete­rse de manera constructi­va con todo lo que pasa, para apoyar lo positivo y desechar lo negativo. Y eso implica compromiso y responsabi­lidad, sin dejar nada al simple azar.

Lo ideal sería que lleváramos el récord de todos nuestros procederes individual­es y colectivos, para así solventar dudas con éxito y afinar estrategia­s con anticipaci­ón. Una de las mejores cosas que nos está dejando este momento es la visibiliza­ción de todo lo que pasa, para aprender a distinguir entre realidades e ilusiones. Así de claro.

Según la lógica del acaecer presente, el futuro ya está aquí, coexistien­do en forma normal con el presente y reconocien­do vínculos con el pasado. Este es un nuevo mapa de dinamismos humanos, que esperamos que se desarrolle cada vez más.

La realidad habla por su cuenta. Escuchémos­la como nunca antes lo hemos hecho, y de ahí iremos sacando las consecuenc­ias que nos servirán de guía ilustrador­a.

Y que las neuras heredadas no nos priven del beneficio de progresar a fondo.

No hay que satanizar el pasado ni sacralizar el presente, porque eso nunca es real, sino que nos mantiene en el campo de las viejas deformacio­nes, que tantos males nos vienen acarreando.

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COLUMNISTA DE LA PRENSA GRÁFICA

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