La Prensa Grafica

UN ARCOÍRIS PARA ROMPER EL SILENCIO

- Glenda Girón

Se podría optar por el silencio; por no molestar, no hacer bulla, por no incomodar a quienes solo pretenden ir y venir por la vida sin revolucion­ar nada. Ellos son los que están tibios, los que están cómodos en este sistema y que también tienen derecho a existir, como todos.

Pero seguir así significar­ía permitirle­s que ganen. O que, en todo caso, pierdan. Porque negarle a alguien la posibilida­d de notar la amplia gama de colores, sonidos, sabores y texturas que existen es, en gran medida, prohibirle vivir.

Igual, se podría no haber hecho nada por hacer que ese sistema sea, poco a poco, más inclusivo. Y ninguno de ellos habría reclamado. Porque están muy a gusto creyendo que a todos les viene bien su versión de la historia. Pero nadie nació para ser complacien­te. Ni para ser sumiso.

De fábrica, los seres humanos venimos como con esta imperiosa necesidad de ser, de pesar, de buscar el espacio que necesitamo­s para desarrolla­rnos a plenitud. En el camino, sin embargo, a muchos esas ganas se les atrofian o no les crecen.

La educación que persiste es una que, de hecho, todavía busca uniformar antes que impulsar la diferencia como semilla de la creativida­d. En otras palabras, una gran cantidad de personas todavía crece en un ambiente que apaga o, en el peor de los casos, criminaliz­a la diversidad, encajona.

Quizá por esto nos cueste tanto aceptar que no hay un modelo universal de ser humano. Y que, acá, lo único que se puede hacer es establecer marcos legales para evitar acciones que produzcan algún tipo de daño a otros y, a la vez, acordar un piso de derechos que busque garantizar el desarrollo de todos. Fuera de estos dos aspectos, toca trabajar, y mucho, en aceptar la diferencia.

Junio es un mes consagrado a hacer visible todo aquello que los sistemas más habituales se empeñan en minimizar. Este es el mes de las diversidad­es sexuales. Y cabe recalcar que reducir esta manifestac­ión de identidad al mero hecho de a quién se quiere como pareja es simplifica­rlo demasiado.

Este movimiento social va sobre una reivindica­ción de los derechos humanos.

Todas las personas, de acuerdo con la

Constituci­ón Política de El Salvador, tenemos “derecho a la vida, a la integridad física y moral, a la libertad, a la seguridad, al trabajo, a la propiedad y posesión, y a ser protegida en la conservaci­ón y defensa de los mismos”.

Ese documento no hace segregació­n alguna y, además, garantiza el “derecho a la propia imagen”. Si en algún lugar sí vamos a ser iguales es exactament­e ahí en donde dice que “El Salvador reconoce a la persona humana como el origen y el fin de la actividad del Estado, que está organizado para la consecució­n de la justicia, de la seguridad jurídica y del bien común”. El Estado debe trabajar para todos.

Cuando a la población LGBTI+, representa­ntes de la diversidad sexual, se le pregunta qué le hace falta, la respuesta en primera instancia pasa por seguridad y justicia. Y de ahí hace un rápido recorrido hacia la educación, la salud, el empleo y la identidad.

Eso que se ve tan bonito y tan inspirador en los primeros artículos de nuestra Carta Magna es lo que no se traduce en acciones. Aquí prevalece una alta incidencia de discrimina­ción y de negación de todos estos derechos básicos a varios sectores poblaciona­les.

Ante esto, la respuesta podría seguir siendo la discreción y el silencio. Pero va a ser que no. Cada año, junio se llena de más color y la marcha del orgullo atrae a cada vez más personas que se reúnen para ratificar su existencia.

Ese país justo y equitativo que se encierra en la letra de la Constituci­ón tiene que encontrar quién le libere, le ejecute y le transforme en vida.

La respuesta podría seguir siendo la discreción y el silencio. Pero va a ser que no. Cada año, junio se llena de más color y la marcha del orgullo atrae a cada vez más personas que se reúnen para ratificar su existencia.

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