EL FRACASO DE LAS ÉLITES
Los últimos resultados electorales en América Latina están mostrando nuevamente lo que tanto vienen tratando, comentando y observando los estudiosos y analistas de las ciencias sociales y políticas acerca de la crisis, en muchos casos irreversible, en que se encuentran los partidos políticos tradicionales.
Los nuevos actores políticos están cautivando a la población y están provocando mayores índices de participación ciudadana. Sucedió en Chile cuando en diciembre pasado se eligió a Gabriel Boric como presidente, y en Colombia con la elección de Gustavo Petro en los comicios celebrados el 19 de junio. Petro, un veterano político de izquierda y exguerrillero, representaba a las fuerzas de izquierda tradicionales, pero su contendiente, Rodolfo Hernández, representaba un movimiento que marcó distancia con los partidos que durante décadas dominaron el escenario político en Colombia.
La democracia se fortalece cuando hay mayor participación ciudadana, cuando el discurso de los candidatos conecta con las necesidades, las aspiraciones y las frustraciones ciudadanas, cuando hay coherencia entre el discurso y la trayectoria, tanto de los aspirantes como de los representantes de la ciudadanía en los órganos del Estado. La democracia empodera a los pueblos, no a los gobernantes; es incluyente, no excluyente. Por eso es el sistema que se dedican a fortalecer los gobernantes que tienen talante de estadistas y llegan a ser reconocidos por la historia, y por eso también es que los colombianos eligieron a una joven afrodescendiente de 41 años, líder y activista social, como vicepresidenta, las mismas características que hicieron que Gabriel Boric llegara a la presidencia de Chile.
La crisis de los partidos políticos tradicionales también es una crisis de los grupos hegemónicos que han influenciado su organización, su funcionamiento y sus plataformas programáticas por no haber tenido la capacidad de adaptarse a los cambios que la población demandaba, a pesar de que se supone que esos grupos tenían mayor capacidad, preparación y experiencia para estudiar y analizar los cambios que era necesario realizar, incluyendo la modificación de los cuadros encargados de evaluar el desempeño de sus funcionarios y la calidad de los candidatos que le propondrían a la ciudadanía para representarlos. La profundidad de la crisis llegó a ser tan grande que los perfiles y trayectoria que tenían muchos candidatos era tan deficiente que probablemente los dirigentes de las empresas que formaban parte de esos grupos nunca los hubieran considerado para ocupar cualquier cargo en sus propias organizaciones. En nuestro país, esa situación tan vergonzosa la llegamos a tener hasta con candidatos a la presidencia de la república que se presentaron en algunos procesos electorales, los cuales hacían que a la hora de ejercer la votación teníamos que seleccionar al menos peor entre las opciones que todos presentaban.
Todo esto hace que estemos viviendo en América Latina un proceso interesante en nuestra evolución histórica porque han sido los pueblos los que han forzado que se realizaran los procesos de renovación de los liderazgos políticos que eran necesarios para hacer los cambios y mejoras en las políticas públicas que se negaron apoyar y realizar las élites y los partidos tradicionales. Por eso hay que recalcar que han sido posibles por haber iniciado en nuestros países procesos para implementar sistemas democráticos que conllevaron no solo la realización de procesos electorales, sino todo un proceso de transformación institucional para asegurar la independencia, el profesionalismo y la transparencia en el funcionamiento de todos los órganos del Estado y organizaciones auxiliares para procurar que la función pública fuera ejercida por ciudadanos capaces, responsables y honestos, características esenciales para que el sistema haga producir las mejores soluciones a los problemas que entorpecen el logro de mejores niveles de vida, desarrollo y bienestar de los pueblos.
Cuando vemos las dramáticas consecuencias que están sufriendo los países sometidos en América Latina a los regímenes autoritarios más crueles y perversos, no debemos olvidar que sus líderes llegaron al poder cuando los intereses de las élites manipularon y entorpecieron el buen funcionamiento del sistema democrático, para que en ninguna parte se vuelvan a cometer los mismos descuidos.
La democracia empodera a los pueblos, no a los gobernantes; es incluyente, no excluyente.