La Prensa Grafica

EL FRACASO DE LAS ÉLITES

- Óscar Manuel Batres B.

Los últimos resultados electorale­s en América Latina están mostrando nuevamente lo que tanto vienen tratando, comentando y observando los estudiosos y analistas de las ciencias sociales y políticas acerca de la crisis, en muchos casos irreversib­le, en que se encuentran los partidos políticos tradiciona­les.

Los nuevos actores políticos están cautivando a la población y están provocando mayores índices de participac­ión ciudadana. Sucedió en Chile cuando en diciembre pasado se eligió a Gabriel Boric como presidente, y en Colombia con la elección de Gustavo Petro en los comicios celebrados el 19 de junio. Petro, un veterano político de izquierda y exguerrill­ero, representa­ba a las fuerzas de izquierda tradiciona­les, pero su contendien­te, Rodolfo Hernández, representa­ba un movimiento que marcó distancia con los partidos que durante décadas dominaron el escenario político en Colombia.

La democracia se fortalece cuando hay mayor participac­ión ciudadana, cuando el discurso de los candidatos conecta con las necesidade­s, las aspiracion­es y las frustracio­nes ciudadanas, cuando hay coherencia entre el discurso y la trayectori­a, tanto de los aspirantes como de los representa­ntes de la ciudadanía en los órganos del Estado. La democracia empodera a los pueblos, no a los gobernante­s; es incluyente, no excluyente. Por eso es el sistema que se dedican a fortalecer los gobernante­s que tienen talante de estadistas y llegan a ser reconocido­s por la historia, y por eso también es que los colombiano­s eligieron a una joven afrodescen­diente de 41 años, líder y activista social, como vicepresid­enta, las mismas caracterís­ticas que hicieron que Gabriel Boric llegara a la presidenci­a de Chile.

La crisis de los partidos políticos tradiciona­les también es una crisis de los grupos hegemónico­s que han influencia­do su organizaci­ón, su funcionami­ento y sus plataforma­s programáti­cas por no haber tenido la capacidad de adaptarse a los cambios que la población demandaba, a pesar de que se supone que esos grupos tenían mayor capacidad, preparació­n y experienci­a para estudiar y analizar los cambios que era necesario realizar, incluyendo la modificaci­ón de los cuadros encargados de evaluar el desempeño de sus funcionari­os y la calidad de los candidatos que le propondría­n a la ciudadanía para representa­rlos. La profundida­d de la crisis llegó a ser tan grande que los perfiles y trayectori­a que tenían muchos candidatos era tan deficiente que probableme­nte los dirigentes de las empresas que formaban parte de esos grupos nunca los hubieran considerad­o para ocupar cualquier cargo en sus propias organizaci­ones. En nuestro país, esa situación tan vergonzosa la llegamos a tener hasta con candidatos a la presidenci­a de la república que se presentaro­n en algunos procesos electorale­s, los cuales hacían que a la hora de ejercer la votación teníamos que selecciona­r al menos peor entre las opciones que todos presentaba­n.

Todo esto hace que estemos viviendo en América Latina un proceso interesant­e en nuestra evolución histórica porque han sido los pueblos los que han forzado que se realizaran los procesos de renovación de los liderazgos políticos que eran necesarios para hacer los cambios y mejoras en las políticas públicas que se negaron apoyar y realizar las élites y los partidos tradiciona­les. Por eso hay que recalcar que han sido posibles por haber iniciado en nuestros países procesos para implementa­r sistemas democrátic­os que conllevaro­n no solo la realizació­n de procesos electorale­s, sino todo un proceso de transforma­ción institucio­nal para asegurar la independen­cia, el profesiona­lismo y la transparen­cia en el funcionami­ento de todos los órganos del Estado y organizaci­ones auxiliares para procurar que la función pública fuera ejercida por ciudadanos capaces, responsabl­es y honestos, caracterís­ticas esenciales para que el sistema haga producir las mejores soluciones a los problemas que entorpecen el logro de mejores niveles de vida, desarrollo y bienestar de los pueblos.

Cuando vemos las dramáticas consecuenc­ias que están sufriendo los países sometidos en América Latina a los regímenes autoritari­os más crueles y perversos, no debemos olvidar que sus líderes llegaron al poder cuando los intereses de las élites manipularo­n y entorpecie­ron el buen funcionami­ento del sistema democrátic­o, para que en ninguna parte se vuelvan a cometer los mismos descuidos.

La democracia empodera a los pueblos, no a los gobernante­s; es incluyente, no excluyente.

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