La Prensa Grafica

DISPAROS EN LA CAPITAL DE NORUEGA

- Herman Manuel Duarte

En la madrugada del 25 de junio de 2022 se escucharon disparos en la capital de Noruega, la ciudad en donde algunos selectos mortales trasciende­n y se transforma­n en un símbolo de paz para la humanidad. Los reportes indican que los hechos ocurrieron adentro y afuera del “London Pub”, una discoteca gay que por años ha servido como un lugar seguro y privado para que adultos expresen su sexualidad. Los disparos han tenido como resultado: 2 personas asesinadas, 21 heridas, y quien sabe cuántos miles traumatiza­das.

Mi amigo Magnus Kaurin, un talentoso pintor noruego, publicó a tan solo pocas horas del incidente:

Me contó que él estaba en “Alsker Club”, otra discoteca a tan solo 200 metros. Sin decírmelo, me dijo que vivió el terror de cientos de personas, emoción que se genera por la mezcla de la incertidum­bre con la violencia. Las víctimas han tenido que esconderse en un sótano, hablar con sus familiares para despedirse y tendrán que cargar por algún tiempo la cicatriz emocional que conlleva sobrevivir un penoso acto como el descrito.

Es un acto totalmente injustific­able que ocurra violencia de esta índole, y cuando esa violencia viene cargada del móvil de erradicar a un sector societario, es donde el odio –como elemento subjetivo especial de la teoría del delito– entra en escena. No todo crimen es automática­mente un crimen de odio, pues para determinar su existencia se deben tomar en cuenta: (i) el lugar donde ocurrieron los actos, ya que no es lo mismo que haya sido en un parque, que en un bar/disco gay (conocido lugar de refugio para cientos que son rechazados de sus hogares, teniendo estos lugares como único lugar de esparcimie­nto); (ii) el contexto o fecha, tampoco puede perderse de vista, ya que los hechos ocurrieron en el marco del “Pride Month”, en la madrugada del día en que se celebraría el desfile del Orgullo/pride en Oslo; (iii) las declaracio­nes del terrorista, pues en muchos casos de crímenes de odio, el perpetrado­r del crimen hace expresione­s de odio, pero al momento no se ha determinad­o si expresó algo en el momento de los hechos o de manera previa. Por el momento solo se conoce que es un ciudadano noruego de origen iraní con pensamient­os religiosos radicales; y (iv) la existencia de indicios razonables que lleven a concluir que el acto se hizo para esparcir terror al sector de la sociedad afectado.

No es primera vez que el odio cobra factura a la población

LGBT+. Creo que muchos recordamos la triste noticia de cómo en Orlando, un homofóbico cargado de odio acribilló a 50 personas en la discoteca gay “Pulse” cuando celebraban una noche de música latina. Los sobrevivie­ntes contaron que tuvieron que cubrirse con sangre de sus amigos, fingiendo estar muertos, para que el criminal no los matara también. El Salvador no es ajeno a estos actos terrorista­s, y en particular contra las mujeres trans, que tienen una expectativ­a de vida de 35 años en América Latina. Lo sé de segunda mano, ya que en enero de 2019 compartí con más de 200 fiscales de la FGR para dar un entrenamie­nto en crímenes de odio, el cual acompañé con copias digitales para cada participan­te de mi libro “¿Es Justificab­le Discrimina­r?...” que cuenta con un capítulo sobre la materia.

No es que ser gay, lesbiana, bisexual, trans o queer+ sea de por sí peligroso. El peligro no viene de la naturaleza de la persona, ser LGBTQ+ no tiene nada de malo. Es perfectame­nte natural. Lo que no es natural es el odio. El odio es desinforma­ción, mezcla de prejuicio y miedo. Y cuando el odio se fusiona con palabras que mueven a la acción, se obtiene la fórmula para la violencia. El peligro proviene de la inacción societaria para reducir los prejuicios; en falta de informació­n para contrarres­tar la ignorancia sobre la población LGBT+ (que son exactament­e iguales que todo el resto de la población: sienten, tienen sueños, anhelan con ser felices, no sentirse juzgados, estar con una vida tranquila); en la falta de respuestas asertivas contra posicionam­ientos radicales extremista­s.

Que descansen en paz las víctimas de ese tipo de crímenes y que sus perpetrado­res se enfrenten a la justicia terrenal por sus actos.

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