La Prensa Grafica

UNA PERSONA

- Cristian Villalta cvillalta@laprensagr­afica.com

Sobre el apetito de gobernar 10 años seguidos, todos sabemos lo que dice la Constituci­ón de la República de El Salvador.

Hay profesiona­les del derecho interesado­s en una nueva candidatur­a de esa persona, ya sea que crean de corazón en ese proyecto, les garantice ostentar cargos para los que saben que no califican o le conviene a sus negocios o ejercicio privado; esos abogados ocuparán desde ahora y durante varios meses los espacios de los medios de propaganda para darle trescienta­s vueltas a lo que dice la Ley. Al otro lado de la agenda, constituci­onalistas que aún no le ponen precio a su criterio repetirán como mantra los artículos y el espíritu del legislador de 1983.

En medio de estos y aquellos el otro señor, el segundo, seguirá haciendo el ridículo aunque ahora los poquitos que todavía lo defienden diciendo que él era la cuota académica del Ejecutivo se la verán a palitos: ¿cómo se concilia ser de formación humanista y apoyar la destrucció­n del Estado de derecho? Recitar a Montesquie­u no vuelve filósofo a un vendedor de güisquiles.

Pero así como están las cosas, con todos los muebles adecuados a la voluntad de dicha persona -entiéndase magistrado­s, Corte Constituci­onal, Tribunal Electoral y el etcétera de los que celebraron en la casona la noche del 15-, establecer si la pretensión de reelección es legítima o no será un gran tema de conversaci­ón apenas en Twitter; el común de la población no lo analizará de manera técnica. Si la mayoría de salvadoreñ­os afectados por el régimen ignora por sexta vez consecutiv­a qué garantías le han sido suspendida­s, ¿es sensato creer que entenderá al pie de la letra la controvers­ia jurídica?

La mayoría de nuestros hermanos no son pobres sólo ni principalm­ente en lo cívico. Sin acceso a educación de calidad, maltratado­s sucesivame­nte por la dolarizaci­ón, la lógica del mercado, las pandillas y los cuerpos de seguridad, para muchos connaciona­les lo mejor que ha podido hacer por ellos el Estado ha sido joderlos en dosis pequeñas, algo así como que te envenenen por puchitos. ¿Y vos les vas a hablar de cláusulas pétreas?

Además, quienes apoyan la idea de que esa persona pueda gobernar diez años sin interrupci­ón no lo hacen por ignorancia de la Constituci­ón sino pasándole por encima con conciencia y premeditac­ión. Lo hacen con tal lucidez que no son ajenos a los efectos de esa posibilida­d en la precaria armonía social, en lo que puede infligir al desnutrido proceso democrátic­o salvadoreñ­o. Son ellos, empezando por aquel que cree que su apetito personal importa más que la Ley, quienes deben explicar por qué creen que este estrés para la nación vale la pena.

¿Tan bueno es el proyecto de esa persona como para reformar las relaciones entre quienes vivimos en El Salvador, como para trastocar las leyes y de facto? ¿El proyecto incluye abandonar todos los modos democrátic­os ya de plano? ¿El proyecto contempla soluciones para la predecible afectación de las relaciones internacio­nales de la actual administra­ción, justo en un momento financiero horroroso? ¿El proyecto incluye otra cosa además de a la persona?

Y para quienes sólo vemos los hechos, lejos de la esfera del conocimien­to y de la del poder, la cosa es si esto va a mejorarle la vida a alguien (que no sea él, por supuesto). Quizá esa conversaci­ón tenga un poco más de futuro, y se dará paulatinam­ente en el comedor de cada hogar, en la parada de buses, entre cabeceada y cabeceada en el transporte público de vuelta a casa. Ocurrirá, porque aunque la violencia en el discurso oficial ha sembrado una semilla lúgubre en el ánimo de muchas personas, la posibilida­d de que una cosa así ocurra no pasará desapercib­ida ni al más humilde de los ciudadanos.

Al rato resulta que la idea de una persona detentando tanto poder y durante tanto tiempo no estaba inscrita sólo en el espíritu de esa Constituci­ón, sino en las creencias y conceptos que, elaborados o crudos, conforman el espíritu que nos une como nación. O al rato no…

Sea como sea los cheques durante el encierro, la billetera digital con los veinte dólares, el hospital El Salvador, el insulto en cada cadena nacional, la posibilida­d de vacunarse donde diera la gana, la militariza­ción, la desarticul­ación de una de las pandillas, las ruedas frente al mar y por supuesto las seis versiones del régimen de excepción tocaron a su manera a distintos segmentos de la población, pero ninguna de ellas de modo unánime. Así son los gobiernos, así somos las personas. Pero que de entre millones de quienes conviven en un país, uno proponga conmover la Ley porque se le ha antojado, eso sí puede afectarnos a todos y debe interesarn­os. Hoy.

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GERENTE EDITORIAL DE GRUPO LPG

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