UNA PERSONA
Sobre el apetito de gobernar 10 años seguidos, todos sabemos lo que dice la Constitución de la República de El Salvador.
Hay profesionales del derecho interesados en una nueva candidatura de esa persona, ya sea que crean de corazón en ese proyecto, les garantice ostentar cargos para los que saben que no califican o le conviene a sus negocios o ejercicio privado; esos abogados ocuparán desde ahora y durante varios meses los espacios de los medios de propaganda para darle trescientas vueltas a lo que dice la Ley. Al otro lado de la agenda, constitucionalistas que aún no le ponen precio a su criterio repetirán como mantra los artículos y el espíritu del legislador de 1983.
En medio de estos y aquellos el otro señor, el segundo, seguirá haciendo el ridículo aunque ahora los poquitos que todavía lo defienden diciendo que él era la cuota académica del Ejecutivo se la verán a palitos: ¿cómo se concilia ser de formación humanista y apoyar la destrucción del Estado de derecho? Recitar a Montesquieu no vuelve filósofo a un vendedor de güisquiles.
Pero así como están las cosas, con todos los muebles adecuados a la voluntad de dicha persona -entiéndase magistrados, Corte Constitucional, Tribunal Electoral y el etcétera de los que celebraron en la casona la noche del 15-, establecer si la pretensión de reelección es legítima o no será un gran tema de conversación apenas en Twitter; el común de la población no lo analizará de manera técnica. Si la mayoría de salvadoreños afectados por el régimen ignora por sexta vez consecutiva qué garantías le han sido suspendidas, ¿es sensato creer que entenderá al pie de la letra la controversia jurídica?
La mayoría de nuestros hermanos no son pobres sólo ni principalmente en lo cívico. Sin acceso a educación de calidad, maltratados sucesivamente por la dolarización, la lógica del mercado, las pandillas y los cuerpos de seguridad, para muchos connacionales lo mejor que ha podido hacer por ellos el Estado ha sido joderlos en dosis pequeñas, algo así como que te envenenen por puchitos. ¿Y vos les vas a hablar de cláusulas pétreas?
Además, quienes apoyan la idea de que esa persona pueda gobernar diez años sin interrupción no lo hacen por ignorancia de la Constitución sino pasándole por encima con conciencia y premeditación. Lo hacen con tal lucidez que no son ajenos a los efectos de esa posibilidad en la precaria armonía social, en lo que puede infligir al desnutrido proceso democrático salvadoreño. Son ellos, empezando por aquel que cree que su apetito personal importa más que la Ley, quienes deben explicar por qué creen que este estrés para la nación vale la pena.
¿Tan bueno es el proyecto de esa persona como para reformar las relaciones entre quienes vivimos en El Salvador, como para trastocar las leyes y de facto? ¿El proyecto incluye abandonar todos los modos democráticos ya de plano? ¿El proyecto contempla soluciones para la predecible afectación de las relaciones internacionales de la actual administración, justo en un momento financiero horroroso? ¿El proyecto incluye otra cosa además de a la persona?
Y para quienes sólo vemos los hechos, lejos de la esfera del conocimiento y de la del poder, la cosa es si esto va a mejorarle la vida a alguien (que no sea él, por supuesto). Quizá esa conversación tenga un poco más de futuro, y se dará paulatinamente en el comedor de cada hogar, en la parada de buses, entre cabeceada y cabeceada en el transporte público de vuelta a casa. Ocurrirá, porque aunque la violencia en el discurso oficial ha sembrado una semilla lúgubre en el ánimo de muchas personas, la posibilidad de que una cosa así ocurra no pasará desapercibida ni al más humilde de los ciudadanos.
Al rato resulta que la idea de una persona detentando tanto poder y durante tanto tiempo no estaba inscrita sólo en el espíritu de esa Constitución, sino en las creencias y conceptos que, elaborados o crudos, conforman el espíritu que nos une como nación. O al rato no…
Sea como sea los cheques durante el encierro, la billetera digital con los veinte dólares, el hospital El Salvador, el insulto en cada cadena nacional, la posibilidad de vacunarse donde diera la gana, la militarización, la desarticulación de una de las pandillas, las ruedas frente al mar y por supuesto las seis versiones del régimen de excepción tocaron a su manera a distintos segmentos de la población, pero ninguna de ellas de modo unánime. Así son los gobiernos, así somos las personas. Pero que de entre millones de quienes conviven en un país, uno proponga conmover la Ley porque se le ha antojado, eso sí puede afectarnos a todos y debe interesarnos. Hoy.
DESDE