La Prensa Grafica

EL MODELO LIBERAL: UN PROYECTO EN APRIETOS

- Miguel Henrique Otero Twitter: @miguelhote­ro

El rotundo rechazo que la mayoría de la sociedad chilena expresó en contra de la amalgama constituci­onal que habían propuesto las fuerzas políticas antisistem­a, aunque ha generado ciertos legítimos entusiasmo­s entre los demócratas de América Latina, no significa que la pregunta sobre el incierto futuro del modelo liberal en América Latina haya perdido vigencia.

El “triunfo de la sensatez”, como le han llamado algunos, no debería leerse como una victoria de las ideas liberales enfrentada­s a la pulsión del populismo autoritari­o y las izquierdas desintegra­doras. El No a la propuesta constituci­onal fue solo parcialmen­te una reacción en defensa de las libertades. También sumó el voto en contra de sectores antisistem­a, a los que el proyecto de Constituci­ón resultó insatisfac­torio, porque su expectativ­a era la de aprobar un texto constituci­onal que se establecie­ra como rompimient­o con el pasado, que destruyese la institucio­nalidad actual y despejase el campo para la instauraci­ón de una realidad sin definir, una especie de “ya veremos” político, social y económico que, como es natural, despertó los temores de muchos electores. Muchos “No” fueron producto del miedo y no por la defensa consciente del régimen de libertades y el Estado de Derecho. Fue un “No” más defensivo que activo.

En días recientes estuvo de visita en Madrid el politólogo y profesor universita­rio estadounid­ense Francis Fukuyama, el popularísi­mo autor de El fin de la historia y el último hombre. El objetivo de su visita fue el de presentar su más reciente libro en español, El liberalism­o y sus desencanta­dos.

En lo esencial, lo que Fukuyama se propone en esta oportunida­d es hacer una defensa del modelo liberal más clásico, pero a partir de hacer la crítica, de forma simultánea, de las amenazas que provienen de los enemigos del liberalism­o, como también las que surgen “desde adentro”, es decir, de quienes entienden el pensamient­o liberal como una especie de doctrina que debe aplicarse de modo riguroso e ilimitado. Estas amenazas, que comentaré sumariamen­te en este artículo, constituye­n las fuerzas, los factores que dan forma a una extendida situación que ha sido calificada como de “recesión de la democracia”. Esa “recesión de la democracia” incluye a varios países de América Latina –Chile entre ellos–, en los que están en curso procesos que limitan o destruyen las libertades democrátic­as.

La recesión democrátic­a tiene una caracterís­tica en la que es menester detenerse: los ataques provienen desde distintos extremismo­s –izquierdas, nacionalis­mos, neoliberal­es, fundamenta­lismos, neocomunis­mos y más–. A estos han venido a sumarse los personalis­mos, es decir, las figuras megalómana­s que, asumiendo cualquier disfraz político-ideológico, actúan contra la estabilida­d democrátic­a. Estos personalis­mos no tardan en convertirs­e en enemigos del modelo democrátic­o-liberal, porque su motor irreducibl­e no es otro que prolongars­e en el poder de forma indefinida.

En un foro al que tuve la ocasión de asistir, Fukuyama puso especial foco en la desigual distribuci­ón de la riqueza, que sería uno de los elementos que socavan la credibilid­ad de la democracia liberal ante los ciudadanos. Se trata de un elemento que merece un análisis de mayor profundida­d, en el caso de América Latina, ya que salvo países como Venezuela, Nicaragua, Cuba, Haití y algún otro, en casi toda la región, los datos de distribuci­ón de la riqueza, desde comienzos de los noventa a esta fecha, han mejorado de forma sustantiva.

Hay que recordar en el marco de esta reflexión que el capitalism­o, combinado con el Estado de Derecho, ha demostrado ser la estructura socioeconó­mica, el sistema que mejores resultados ha mostrado, a lo largo de las décadas, en los más diversos indicadore­s sociales y económicos. A pesar de sus errores o de su amplio potencial de perfectibi­lidad, sigue siendo el modelo que más progreso genera, el que ofrece más oportunida­des a las familias, el que mejor gestiona cuestiones fundamenta­les como el acceso a la justicia o a las ayudas gubernamen­tales.

Contra los que idealizan la acción ilimitada del mercado, como la solución a las fallas de la economía, Fukuyama sostiene: el Estado debe intervenir, de forma limitada. También otros autores, que coinciden en el objetivo de defender el modelo liberal, señalan: salvar al modelo liberal de su creciente deterioro exige reconocer que la globalizac­ión, ahora acelerada por la revolución tecnológic­a, aumenta las desigualda­des e impacta negativame­nte en los ingresos, por ejemplo, de capas enteras de las clases medias en todos los continente­s.

En el auge de los populismos, la tensión entre los beneficiad­os y los castigados por los nuevos modelos productivo­s del capitalism­o digital, es un factor que no puede desconocer­se. La desigualda­d salarial, la desregulac­ión de las relaciones laborales, la precarizac­ión creciente de los empleos, la robotizaci­ón de líneas de producción (especialme­nte en el sector industrial y en ciertos servicios), son fuente indiscutib­le de un malestar que, de lo económico y laboral, se expande, confunde y mezcla, con lo político y lo social.

Hay una constante actividad propagandí­stica de los enemigos de la libertad, que consiste en establecer una asociación directa entre democracia liberal y capitalism­o salvaje, cuyo principal objetivo es el desconocim­iento de lo obvio: que no existe, al menos hasta ahora, un modelo mejor que el liberal, capaz, a un mismo tiempo, de garantizar las libertades políticas e individual­es, y generar los correctivo­s necesarios para que la riqueza esté cada vez mejor repartida, sin olvidar nunca que todo esfuerzo de distribuci­ón social solo será sostenible bajo la premisa de mejorar constantem­ente.

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PRESIDENTE EDITOR DIARIO EL NACIONAL

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