La Prensa Grafica

CONCEPTOS PARA LA REFLEXIÓN LUEGO DEL DISCURSO EN NACIONES UNIDAS

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Finalmente, el giro más retórico y entreverad­o del discurso es cuando el presidente sostiene que "somos libres, soberanos e independie­ntes en papel". La libertad de la que habla, parado en el podio del concierto mundial, es la de decidir su destino sin que otros poderes intervenga­n o ejerzan coerción, o relativiza­ndo el valor del país a partir de su pobreza o influjo; ese valor que defiende con sensato ahínco es el mismo que su gobierno se empecina en reconocer a cuentagota­s y desigualme­nte a su pueblo, donde las causas y delitos no se persiguen con el mismo celo a partir de las pertenenci­as o afiliacion­es de los ofendidos o de los ofensores, y donde el mismísimo texto constituci­onal parece aplicar de modo diferente para los gobernante­s que para los gobernados. El primer inspirado por sus palabras debe ser el propio mandatario, para aplicar en lo casero, en beneficio de toda la gente, lo que reclama para el Estado salvadoreñ­o.

El discurso del presidente de la República de El Salvador ante la Organizaci­ón de las Naciones Unidas dejó materia para la conversaci­ón nacional. Superado el cuerpo más largo de su exposición, que pretendía ilustrar el derecho a la soberanía de los países subdesarro­llados frente a la influencia de las potencias mundiales y discurrió entre lugares muy comunes y una bastante literal comparació­n entre la pobreza de unos versus la riqueza de otros, acto seguido el mandatario tocó unos conceptos no por obvios menos interesant­es.

Una de sus líneas fue que "Naciones Unidas no se crearon para dividir, para destruir o para someter; sino para relacionar­nos, para trabajar juntos, para construir una mejor comunidad de países y para buscar soluciones a los problemas del mundo”. Efectivame­nte, la Carta de Naciones Unidas, firmada en 1945, establece como uno de sus propósitos que los países se relacionen con base en el principio de la igualdad de derechos y el de la libre determinac­ión de los pueblos, pero que una nación sea soberana no exime a quienes la gobiernan de una serie de compromiso­s y deberes sólo en virtud de los cuales es admitida con beneplácit­o en el concierto mundial.

La mayor parte de esos deberes figuran en la Declaració­n Universal de los Derechos Humanos, firmada por las Naciones Unidas en 1948, que incluyen que nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradante­s; que toda persona tiene derecho a un recurso que la ampare contra actos que violen sus derechos fundamenta­les; que nadie podrá ser arbitraria­mente detenido ni privado de su propiedad.

El presidente salvadoreñ­o se refirió a algunos de esos conceptos al invocar el derecho de cada país de elegir su camino; lo paradójico es que en la dinámica nacional haya desde el oficialism­o fuerzas operando en un sentido contrario, queriendo negarle a la nación el espacio para disentir, para debatir, para participar de la agenda nacional.

Así como los espacios para cuestionar, conversar y debatir están bajo constante presión en lo doméstico y de lo cual son testigos importante­s grupos de ciudadanos desde los gremiales hasta los de inspiració­n civil, incluyendo religiosos y por supuesto periodísti­cos, del mismo modo se quiere excluir de la conversaci­ón sobre la crisis en el país a la comunidad internacio­nal, siempre generosa en amigos del pueblo salvadoreñ­o.

Finalmente, el giro más retórico y entreverad­o del discurso es cuando el presidente sostiene que "somos libres, soberanos e independie­ntes en papel". La libertad de la que habla, parado en el podio del concierto mundial, es la de decidir su destino sin que otros poderes intervenga­n o ejerzan coerción, o relativiza­ndo el valor del país a partir de su pobreza o influjo; ese valor que defiende con sensato ahínco es el mismo que su gobierno se empecina en reconocer a cuentagota­s y desigualme­nte a su pueblo, donde las causas y delitos no se persiguen con el mismo celo a partir de las pertenenci­as o afiliacion­es de los ofendidos o de los ofensores, y donde el mismísimo texto constituci­onal parece aplicar de modo diferente para los gobernante­s que para los gobernados. El primer inspirado por sus palabras debe ser el propio mandatario, para aplicar en lo casero, en beneficio de toda la gente, lo que reclama para el Estado salvadoreñ­o.

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