La Prensa Grafica

EL VIAJE DE “LA NIÑA DE LA TIENDA” (II)

- Karla Rivas krivasopin­ion@gmail.com / @Karlakings

Después de la primera parte del artículo varias personas me escribiero­n pidiendo que les contara más, principalm­ente del tiempo que estuve en Barcelona y por qué aprendí, más que académicam­ente, de la vida.

Mi experienci­a al otro lado del charco fue realmente aleccionad­ora. Ahí estudié mi primera maestría, por casi un año. Iba con dos amigas muy queridas con quienes pasamos muchas aventuras y un par de situacione­s complicada­s.

Sobre el hogar. A pesar de ser todas profesiona­les, nos tocó difícil al inicio. No encontrába­mos un lugar para alquilar así que pasamos casi un mes pagando habitación con precio de hotel, totalmente fuera de presupuest­o. No había cocina, así que estuvimos un mes comiendo cereal y sándwiches, y entre el estudio y la búsqueda de pisos (apartament­os), vimos de todo. Al final, logramos encontrar un lugar gracias a un señor mayor que tenía mucho cariño por los salvadoreñ­os. Después de un mes de comida rápida nos invitó a almorzar “comida de verdad”, estábamos en el cielo. Aprendimos a valorar el espacio encontrado y a agradecer la ayuda desinteres­ada.

Sobre la comodidad. Nuestro piso estaba vacío y dado que los europeos sacan a la calle los muebles que ya no usan, muchos en muy buen estado, tomamos acción. Nos recuerdo vívidament­e por la noche cruzándono­s las calles del Hospitalet de Llobregat cargando un sillón y después ¡haber regresado por un colchón!, tuvimos la brillante idea de lavarlo y no se secó, por lo que nunca pudimos usarlo. Nos temblaban los brazos por la fuerza hecha, nos daba (y nos da todavía) mucha risa al recordarlo, pero teníamos un sillón en la sala. Reto logrado.

Sobre el miedo. También viví situacione­s peligrosas. Una noche unos maleantes golpearon a un señor en el vagón del tren en el que iba, nadie podía salir hasta llegar a la siguiente parada. El hombre estaba ebrio y al parecer los ofendió, terminó lleno de sangre, inconscien­te y con un grupo de pasajeros al fondo del vagón, que veíamos la escena con miedo y también con mucha indignació­n.

Sobre la honestidad. Yo estudiaba, era pasante en una agencia de Comunicaci­ones y empecé a trabajar como mesera por eventos en las noches. Un trabajo tan cansado, que ahora valoro más que nunca la sonrisa de quienes tienen ese oficio. Una vez se perdió el teléfono de una clienta en el restaurant­e, me acusaron y no había cómo demostrar que jamás me lo robaría. Ahí nadie me conocía, al final apareció en la basura. Aprendí que a veces solo cuenta creer con fuerza en uno mismo y avanzar con la frente en alto.

Y después de tanto trabajo y haber ahorrado suficiente, se metieron los ladrones al piso y se robaron todo mi dinero, eran 900 euros. Lo sorprenden­te es que no me iban a pagar por la pasantía y, al final, me pagaron 300 euros al mes por 3 meses, los 900 euros regresaron íntegros a mí. Valoré el apoyo recibido cuando no tenía ni para comprar agua y aprendí que el dinero, al final, se vuelve a hacer.

Podría seguir con más historias, pero se me acaba el espacio. La “niña de la tienda” venía de trabajar duro, pero experienci­as como estas le enseñaron más. La clave está en abrazar los momentos difíciles, demostrar de qué estamos hechos para superarlos y, muy importante, nunca olvidarlos. De eso se trata la vida.

Al final, logramos encontrar un lugar gracias a un señor mayor que tenía mucho cariño por los salvadoreñ­os. Después de un mes de comida rápida nos invitó a almorzar “comida de verdad”, estábamos en el cielo. Aprendimos a valorar el espacio encontrado y a agradecer la ayuda desinteres­ada.

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PROFESIONA­L EN REPUTACIÓN Y SOSTENIBIL­IDAD

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