LA COPA DEL MUNDO COMO UN EJERCICIO DE RELACIONES PÚBLICAS
El lastre del sistema kafala y de prácticas laborales lesivas para los inmigrantes que llegan a ese país como mano de obra, sobre todo para el sector de la construcción, así como las inevitables críticas que se pueden hacer desde Occidente a una monarquía prácticamente absoluta y a una sociedad en la que las mujeres gozan del derecho al sufragio desde hace menos de 25 años, han sido valladares diplomáticos enormes para el joven estado catarí.
Desde una perspectiva futbolística, el triunfo del Estado de Catar en la contienda por la organización de la Copa del Mundo 2022 fue una sorpresa. Pero si se considera la agenda diplomática y los objetivos del emirato, en particular tras el ascenso al poder del jeque Tamim bin Hamad Al Thani, se comprende que la organización del evento deportivo más importante del orbe es el destino final de un plan para posicionar a esa nación como polo del mundo árabe.
El lastre del sistema kafala y de prácticas laborales lesivas para los inmigrantes que llegan a ese país como mano de obra, sobre todo para el sector de la construcción, así como las inevitables críticas que se pueden hacer desde Occidente a una monarquía prácticamente absoluta y a una sociedad en la que las mujeres gozan del derecho al sufragio desde hace menos de 25 años, han sido valladares diplomáticos enormes para el joven Estado catarí.
Consciente de que la diversificación de su economía, romper el aislacionismo y plantearse como un polo distinto, a ratos incluso contestatario entre sus vecinos y en especial ante Arabia Saudita son tareas fundamentales, desde su entronización en 2013 el jeque organizó una ofensiva de relaciones públicas y lobby internacional que incluyó al deporte como herramienta.
El fútbol interesa como inversión a diversos países del mundo árabe, pero el montaje de la Copa del Mundo es de otra dimensión: además de una exhibición de poderío económico y logística, ofrece al país anfitrión la oportunidad de darse a conocer bajo la luz que le interese, ante la audiencia más enorme posible. Por eso el jeque lideró personalmente el proyecto mundialista; su lobby fue lo suficientemente convincente para que Catar venciera en las votaciones a Estados Unidos y Japón nada menos.
Catar se lucirá durante el mes que adviene. Proyectará su opulencia, su modernismo, su paisaje urbano futurista y hará gala del uso de la tecnología en los estadios, en los campos de juego y en el sistema de transporte. Si sus planes cuajan, el mundo se llevará una perdurable impresión de un mundo árabe distinto y a la vanguardia.
El plan no es perfecto, por supuesto: el choque cultural promete ser brutal como ya lo reflejó la prohibición del consumo de alcohol en los estadios y en un perímetro alrededor de los mismos que la FIFA creyó que no sería tan restrictivo. Además, hay una igualmente potente arremetida de comunicaciones contra la no resuelta agenda pro derechos humanos de los trabajadores extranjeros en el país y preguntas sin respuesta sobre cuántas personas habrían fallecido en la construcción de la infraestructura para el cónclave deportivo.
De cualquier modo, Catar ya se aseguró la oportunidad para firmar un éxito de imagen y divulgación. Que lo consiga o no, está por verse.
A su favor, hay que decir que el mundo parece dispuesto a entregarse con entusiasmo al primer evento post pandémico de consumo masivo y convocatoria global; a diferencia de los Juegos Olímpicos en Tokio, el covid ha dejado de ser una preocupación internacional y necesitada de evasión, urgida de exorcizar al fantasma de la recesión 2023, la humanidad disfrutará de la Copa del Mundo cada vez menos consciente de estas agendas, hipnotizada por el espectáculo de masas por excelencia.