LA ATMÓSFERA ECONÓMICA DEL PRÓXIMO AÑO TRAE NUBARRONES
l poder adquisitivo de los salvadoreños ha ido en declive: la combinación de pandemia, precio de los combustibles y alza en el precio de la canasta básica impactó violentamente la economía familiar. Y según un estudio de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, los principales afectados han sido aquellos hogares en los que el jefe o jefa de familia devengan el salario mínimo.
Después del último aumento al salario mínimo, hace un año, la canasta básica subió más de un 15 por ciento, según esa misma investigación. En la práctica, el salario representativo va a la baja a las puertas de un año en el que hay pocas razones para ser optimista en cuestiones microeconómicas.
Según previsiones internacionales, muchos países entrarán en recesión en 2023. El paso de una economía con relativa estabilidad, bajos tipos de interés y baja inflación a otra diametralmente opuesta dificulta parece inmediato. Otras voces igualmente informadas plantean que será un año de desaceleración económica pero no de recesión. Todos coinciden en que la política monetaria estadounidense es el reto para el decrecimiento económico, pero que en muchos países la crisis sanitaria dejó al sistema financiero más fuerte.
Pero ¿qué tienen que ver los avatares de la macroeconomía con las cuitas de un salvadoreño de renta baja de no poder darle seguridad alimentaria a su familia? Todo, como resultado de una serie de interconexiones que operan como una hilera de piezas de dominó.
Los salvadoreños están tan expuestos a esos vaivenes como el mismo gobierno, que tiene a su disposición muy pocas herramientas para financiar sus proyectos y políticas. A falta de condiciones tanto fácticas como electorales para aumentar impuestos, una vez mejorada la recaudación y garantizado un flujo
Los márgenes son estrechos de manera progresiva: sólo en 2023, el gobierno debe destinar poco más de $2 mil cien millones de dólares para el pago de deuda entre pago de intereses y amortización. Y aunque el dinero que necesita se le hace cada vez más caro, el desorden en las finanzas públicas y el crecimiento del riesgo país no hace sino incrementar ese costo financiero.
Ede remesas del cual no tiene una participación significativa ni siquiera después del lanzamiento de su billetera digital, el Estado salvadoreño está a merced de los organismos que pueden prestarle dinero o comprarle deuda en condiciones cada vez más privativas.
Los márgenes son estrechos de manera progresiva: sólo en 2023, el gobierno debe destinar poco más de 2 mil cien millones de dólares para el pago de deuda entre pago de intereses y amortización. Y aunque el dinero que necesita se le hace cada vez más caro, el desorden en las finanzas públicas y el crecimiento del riesgo país no hacen sino incrementar ese costo financiero.
Es una bola de nieve que no se detendrá de no haber un ajuste fiscal fuerte, impopular y amargo; un proyecto de esa índole no sería congruente con lo que se gasta, con el crecimiento del tamaño del Estado y la inversión -o abierto despilfarro- en lo que no sea educación, salud, seguridad o infraestructura. Y ahí es donde aparece el ciudadano, en especial aquel al que los ingresos no le alcanzan siquiera para la canasta básica. Ese ciudadano es el que más necesita de la inversión social, de gratuidad y calidad en los servicios sociales, y es el que más pronto sufre los efectos de la recesión, del desequilibrio en las finanzas nacionales y de la reticencia de los poderes nacionales a sentarse a pensar a largo plazo, no en los ritmos que dictan las sucesivas coyunturas electorales.