BUKELISMO Y OPOSICIÓN POLÍTICA
Los verdaderos liderazgos políticos se consolidan en la capacidad de diálogo y en la agudeza para confrontar ideas sin descender a la demagogia y el insulto. Por el contrario, los tiranos, los caudillos autoritarios, los mesiánicos delirantes, suelen ser proclives a la descalificación, a la ofensa, al ataque cobarde y a una conducta pública ligada eso que la psicología moderna ha llamado trastorno de personalidad antisocial (un desprecio patológico por los derechos, libertades y sentimientos ajenos).
Nayib Armando Bukele Ortez ha instalado en El Salvador un gobierno sociopático, entre otras razones porque él mismo es un sociópata. Sencillamente no sabe distinguir entre el bien y el mal cuando traza sus objetivos políticos. Todo vale. Si hay que mentir, se miente; si hay que arrebatar, se arrebata; si se vuelve necesario atropellar a otros, pues se les atropella, y además con barbarie, sin misericordia, incluso con alguna pizca de sadismo. Cualquiera que lea con objetividad los tuits que Bukele ha dedicado a quienes le adversan, al menos desde el año 2017, comprenderá con relativa facilidad de lo que hablo.
Distinguiéndose por la forma vulgar, insalubre, perversa con que se dirige a sus críticos y opositores, el bukelismo es un fenómeno político digno de un buen estudio de psicología social, pues su relación con la población se fundamenta en un sistemático e infinito uso del engaño, la difamación, el agravio y la distorsión de la realidad. El recurso a la mentira ya no es una simple estrategia propagandística en el caso del régimen de Bukele: ¡es la columna vertebral de la política de comunicaciones del Estado! Despojándole de ese cinismo para inventar, esconder, exagerar o deformar, el bukelismo sería prácticamente irreconocible.
Todo esto es importante por cuanto la oposición política salvadoreña, si en verdad quiere hacer contrapeso al gobierno de Nuevas Ideas, debe esforzarse por ser mucho más lúcida y estratégica de lo que ha sido hasta ahora. Aparte de tener algo inteligente que decir, quienes se atrevan a enfrentar el aparato de propaganda más brutal de nuestra historia deben tomar en cuenta que esta tarea implica no solo tener valor, disciplina y claridad de principios, sino además perspicacia, ingenio, sentido del humor y altas dosis de magnanimidad (virtudes todas de las que carece el bukelismo en grado superlativo).
Quien decida asumir el reto histórico de protagonizar una lucha desigual contra Nayib Bukele habrá de tener claro que, por un lado, se enfrentará al poder del aparato gubernamental en pleno, pero también a una colosal maquinaria de difamación que lleva funcionando varios años, no solo ensalzando la figura del idolatrado líder, sino buscando destruir a cualquiera que toque a Bukele con el pétalo de una rosa. Esta maquinaria, que de alguna forma había empezado a funcionar en beneficio de Tony Saca, ahora está a la entera disposición de su nuevo amo, y se ha perfeccionado en algo que en el mundo anglosajón se llama
“asesinato del carácter” (“character assassination”), un proceso por medio del cual se persigue el aniquilamiento de la reputación y la credibilidad de una persona.
Para destruir a sus críticos y adversarios, el bukelismo utiliza una red extravagante de repetidores del mismo mensaje, algo que la comunicación digital ha facilitado enormemente. Y así aparecen noticieros, portales de información, programas de análisis político y una pléyade de comentaristas y opinadores, amaestrados en odiar y provocar odio, que se articulan como un reloj suizo. Me atrevería a decir que ninguno de quienes hemos hecho pública reprobación del régimen de Bukele ha escapado de ser víctima de esta nueva forma de asesinato político.
Es fácil, pues, vaticinarlo. El candidato (o candidata) de la oposición que dispute la presidencia en 2024, sea quien sea, tendrá que encararlo todo: calumnias, amenazas, campañas difamatorias, montajes de desprestigio, injurias de la peor especie, ataques tanto a su persona como a su familia, y cualquier otra forma posible de intimidación. El bukelismo hará lo que sea para destruir a este competidor, incluyendo la opción de encarcelarlo si llegara a convertirse en un serio aspirante a ganar. (Esta desesperada medida, por cierto, confirmaría al mundo la naturaleza esencialmente dictatorial del régimen de Nayib Bukele).
¿Significa entonces que la oposición debe acudir a las elecciones, pese a la ilegalidad manifiesta de la candidatura oficial? La respuesta es sí, rotundamente. Y el próximo martes ofreceré aquí mis argumentos al respecto.
El recurso a la mentira ya no es una simple estrategia propagandística en el caso del régimen de Bukele: ¡es la columna vertebral de la política de comunicaciones del Estado!