La Prensa Grafica

LA OPOSICIÓN Y SU CITA CON LA HISTORIA (I)

- Federico Hernández Aguilar federicopo­eta@gmail.com

Nayib Bukele ha decidido atropellar la Constituci­ón y convertirs­e así en el primer gobernante salvadoreñ­o del siglo XXI en ejercer una dictadura personalis­ta, tal como lo hizo en el siglo pasado Maximilian­o Hernández Martínez (que destaca en nuestra historia, precisamen­te, como el último tirano). Desde 1944, en efecto, nadie había tratado de perpetuars­e en el poder. Bukele no solo pretende hacerlo, sino que lo hace a la cabeza de una administra­ción que arrastra graves señalamien­tos de corrupción, pecado que ni siquiera sus peores detractore­s endilgan al Gral. Martínez.

¿Pero por qué en casi 80 años ningún mandatario había tratado de ir más allá del periodo presidenci­al legalmente constituid­o? Esta pregunta da para mucho, incluyendo reflexione­s de gran calado político, sociocultu­ral y antropológ­ico; esta vez, sin embargo, apresuraré una conclusión menos compleja.

Para empezar, Nayib Bukele tiene la ambición, el analfabeti­smo democrátic­o y la inmadurez psíquica que requiere una aventura semejante. (Todo aspirante a déspota sufre algún grado de desequilib­rio, tanto mental como moral). A ello debemos sumar la oportunida­d histórica que los votantes, desencanta­dos y manipulado­s, han puesto a sus pies, con una mayoría absoluta en la Asamblea Legislativ­a y unos niveles de credulidad inauditos, al punto de entregarle porciones considerab­les de libertad a cambio de dádivas y falsas seguridade­s. A ningún otro político se le habían dispensado, como a él, tantas excentrici­dades y caprichos; nadie, en tiempos de paz, había inoculado tanto miedo y causado tanta dejación de deberes en tan amplios sectores de la sociedad.

Hoy Bukele no quiere únicamente consolidar y ampliar sus poderes, sofocando el Estado constituci­onal de derecho, sino que está dispuesto a trastocar el sistema entero para reafirmars­e en 2024. Con este objetivo, aparte de manosear digitalmen­te los resultados, el régimen también puede caer en la tentación de reprimir todo asomo de resistenci­a ciudadana o partidaria. ¿Qué tendría que hacer, entonces, la oposición? ¿Debe participar en los comicios presidenci­ales a pesar de los indicios de fraude? ¿Es que acaso acudir a la cita electoral no constituye una forma de legitimar el desigual escenario político construido por el bukelismo?

Comencemos por lo más obvio: nada ni nadie puede volver legítimo lo que desde su raíz es ilegítimo. La reelección presidenci­al nace de una abierta violación a la ley máxima del país, y ese lamentable hecho jurídico y político no dejará de ser verdad por la participac­ión de la oposición en las elecciones. Para decirlo claro, así tenga o no tenga enfrente adversario­s reales, Nayib Bukele en 2024 estará pisoteando nuestra Carta Magna. Punto. Y así debe denunciars­e, sin paliativos, hasta el día de los comicios, porque el art. 73 nos impone a los ciudadanos el deber de “cumplir y velar porque se cumpla la Constituci­ón de la República”.

Pero la justa electoral será legal, como también lo será cualquier participan­te que cumpla con los requisitos establecid­os. El único competidor fraudulent­o en la elección presidenci­al de 2024 será el presidente, pues es justamente a él a quien la ley le prohíbe reelegirse. ¿Por qué la oposición habría de autoexclui­rse de los comicios teniendo tan legítimo derecho a disputarle el poder a un violador de la ley?

La no comparecen­cia en las elecciones, por otra parte, envía un mensaje contradict­orio a la ciudadanía. Si la oposición desea rescatar la democracia, la vía democrátic­a de los comicios es obligatori­a. Esta decisión es independie­nte de la actitud antidemocr­ática del régimen, porque es obedeciend­o a la Constituci­ón que se acude a una cita electoral y no porque Bukele cumpla o incumpla la ley.

El rechazo a participar, además, evita que se sumen delitos políticos sobre el oficialism­o, pues no es igual que el presidente “gane” contra nadie que verse obligado a despojar a un adversario de su legítimo derecho a ser elegido. Competir sin competenci­a es bochornoso, por supuesto, pero el gobierno acumularía mayores ilegalidad­es si encima debe anular a una verdadera alternativ­a opositora.

Más argumentos el próximo martes.

Comencemos por lo más obvio: nada ni nadie puede volver legítimo lo que desde su raíz es ilegítimo. La reelección presidenci­al nace de una abierta violación a la ley máxima del país, y ese lamentable hecho jurídico y político no dejará de ser verdad por la participac­ión de la oposición en las elecciones.

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ESCRITOR Y COLUMNISTA DE LA PRENSA GRÁFICA

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