LAS DESERCIONES DE LA PARTIDOCRACIA DE ANTAÑO SE HAN VUELTO RUTINARIAS
Sí, ni Arena ni el Fmln fueron un dechado de cultura política, se desconectaron de lo que ocurría en el país y sembraron muchos de los malos hábitos que ahora campean en el servicio público. Pero eran unos vehículos de participación con sentido histórico y un proyecto que durante varios años fue legítimo, aunque desgastado por el tiempo y erosionado por las prácticas de corrupción que caracterizaron a algunos de sus gobiernos y los llevaron a la irrelevancia actual.
La lista de diputados, alcaldes y concejales que han abandonado paulatinamente las filas de los partidos antes mayoritarios es cada vez más larga, y ya incluye a algunos de sus más prominentes voceros y figuras del pasado. El fenómeno ha sido tan repetitivo que dejó de ser noticia.
Aunque se ha popularizado la hipótesis de que las deserciones más recientes tienen que ver con que los funcionarios, sobre todo los municipales, creen que abandonar la afiliación opositora les permitirá presentar al Ejecutivo sus proyectos de desarrollo y gozar de mayores posibilidades de financiamiento a través de la Dirección de Obras Municipales, la explicación a la desbandada en las filas de ARENA y del FMLN es más profunda que eso.
Antípodas durante el conflicto armado y luego en la contienda política, el sino de esos dos movimientos goza de varios denominadores en común: el primero es que ambos se extraviaron en el ejercicio del poder y se divorciaron de la comunidad a la que se debían, deshonrando su deber ser a la vista de toda la gente; el segundo es que dejaron de producir contenido, de aportar pensamiento, análisis y reflexión, hasta terminar dirigidos por algunos de sus miembros más mediocres.
Quizá el oficialismo a través de diversos métodos ha incentivado esa deserción, pero de cualquier manera permanecer en esos institutos es difícil si la necesaria renovación, la revisión de su agenda programática, de sus hábitos de comunicación y la depuración de sus mandos no ocurre, saboteada por los mismos autores del naufragio.
También se ha instalado la noción de que el debilitamiento de esos dos institutos políticos son buenas noticias para el oficialismo; electoralmente por supuesto, ya que alimenta las posibilidades del binomio Nuevas IDEAS-GANA de mantener un porcentaje alto de curules, pero en el fondo debilita el ejercicio democrático en El Salvador.
Sí, ni ARENA ni el FMLN fueron un dechado de cultura política, se desconectaron de lo que ocurría en el país y sembraron muchos de los malos hábitos que ahora campean en el servicio público. Pero eran unos vehículos de participación con sentido histórico y un proyecto que durante varios años fue legítimo, aunque desgastado por el tiempo y erosionado por las prácticas de corrupción que caracterizaron a algunos de sus gobiernos y los llevaron a la irrelevancia actual.
Mientras una nueva generación de ciudadanos desarrolla sus propios institutos políticos, los fortalece con contenido moderno de cara a nuevas realidades nacionales y los echa a andar en el territorio como opciones electorales reales, el espectro nacional quedará convertido en una llanura homogénea a favor del discurso oficial y sin contrapeso efectivo. Han sido las condiciones generadas por decisión del electorado y lógica histórica y suponen un reto para la nación porque aun si la actuación del actual régimen es deficitario en tal o cual materia, a los salvadoreños no les han quedado ni siquiera banderas que marcar para ejercer su voto de castigo, así de profundo y de auténtico el terremoto que barrió con la construcción del bipartidismo de antaño.