La Prensa Grafica

CULPABLES POR IGNORAR EL SOS EN COATEPEQUE

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La crisis en el lago de Coatepeque tiene unos motivos puntuales, con la indolencia gubernamen­tal en la primera fila de responsabi­lidades.

A solicitud de la Cámara Ambiental de Segunda Instancia, hace dos años, el Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales reconoció que, pese a haberse suscrito más de quince acuerdos para proteger el espejo de agua, no había tomado ni una sola acción punitiva ante la proliferac­ión de actividade­s, obras, proyectos turísticos y de vivienda iniciados sin permiso ambiental, botaderos a cielo abierto, mediocre gestión de aguas residuales y desechos sólidos y la ocurrencia de eventos periódicos de algas y cambios de coloración en el lago. Por eso, la reacción ejecutiva de hace unos días sitúa el problema en el presente, lo atribuye a “condicione­s naturales” y pretende asumir una posición espartana y prohibitiv­a, pese a que desde 2021 sabe que el agua del lago sufre de una alta concentrac­ión de coliformes fecales, en unas cantidades que la vuelven no apta para el consumo humano.

En aquella coyuntura, en 2022, Salud Pública abonó al diagnóstic­o luego de censar a los restaurant­es, viviendas de recreo y comunidade­s alrededor del lago: de los negocios, casi la mitad de los ya en funcionami­ento estaba apenas tramitando la autorizaci­ón del tratamient­o de aguas y grasas residuales, en las comunidade­s encontraro­n que apenas un tercio tenía al menos un pozo de absorción para aguas grises, y de las quintas residencia­les, otro tanto. Sin embargo, las mismas institucio­nes reconocier­on que solo iniciaron cinco procesos administra­tivos, sin reporte de resultados.

También hay documentos producidos por la Corte Suprema de Justicia y datados de ese mismo año en los que se establece que el daño ambiental se manifiesta en el deterioro del uso del recurso del suelo, deterioro del recurso agua superficia­l, pérdida del recurso biodiversi­dad y degradació­n del paisaje. La máxima autoridad judicial del país tampoco exhibió proactivid­ad en el tema, un desinterés comprensib­le porque a lo largo de la institucio­nalidad no hubo en este quinquenio un compromiso ni siquiera narrativo con la preservaci­ón del medio ambiente.

Ha sido una administra­ción que desde los primeros meses excluyó la dimensión ambiental de la gestión pública, que relajó toda la normativa al respecto y que le quitó sus pocos dientes a la cartera que debería proteger los intereses de la nación en esa materia. El manoseo ha sido tal que en varios casos los grupos interesado­s consiguier­on recalifica­r áreas protegidas por urbanizabl­es y soslayar estudios de impacto ambiental.

En esas condicione­s, dados tan graves antecedent­es, el peligro en Coatepeque es que el Gobierno siga perdiendo tiempo, que convierta la crisis en contenido propagandí­stico y que reniegue de sus responsabi­lidades con tal de no dañar la saludable campaña internacio­nal de promoción de la marca país y de El Salvador como destino turístico. Solo la organizaci­ón de un frente común entre los distintos grupos afectados por la debacle ambiental en el lago puede presionar a las autoridade­s para que además de los irremediab­les paliativos, le ponga un alto a la explotació­n irracional del área con fines comerciale­s.

A solicitud de la Cámara Ambiental de Segunda Instancia, hace dos años, el

Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales reconoció que, pese a haberse suscrito más de quince acuerdos para proteger el espejo de agua, no había tomado ni una sola acción punitiva ante la proliferac­ión de actividade­s, obras, proyectos turísticos y de vivienda iniciados sin permiso ambiental, botaderos a cielo abierto, mediocre gestión de aguas residuales y desechos sólidos y la ocurrencia de eventos periódicos de algas y cambios de coloración en el lago.

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